
No sabría decir con certeza si la novela La postal, de Mariela Dabbah, empieza en un domingo cualquiera o en un tiempo sin tiempo. Un domingo en apariencia trivial —la taza de café, la rutina matrimonial, el periódico desplegado— y, sin embargo, en medio de ese orden previsible, rutinario, la irrupción de una frase anónima … Continuado