
Siempre me ha resultado enigmático —aunque no necesariamente sorprendente— el hecho de que ciertas heridas no cicatricen, que el tiempo, en algunos casos, y aunque presume de gran anestesista, no logra ni siquiera mitigar, y menos aún borrar, los rastros de un daño acontecido. En la novela The Emperor of Gladness, Ocean Vuong no sólo … Continuado