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Septiembre 2023

LOS ACORDES DEL TIEMPO: PROUST Y LA MEMORIA. Elidio La Torre Lagares

Las palabras gotean, letra a letra, formando unidades de sonido. Poco a poco, surge una melodía que se orquesta sin un plan preconcebido. Es un inventario de tonalidades que al resonar adquieren significados, esculpiendo ideas, conceptos y esfuerzos por nombrar lo que precede a las palabras, pues existe antes de ser nombrado. Esta es una armonía cósmica, similar a la música de las esferas, inaudible para los oídos físicos, pero conectada con el orden universal como idea abstracta. De manera similar a cómo Marcel Proust se adentra en la búsqueda del tiempo perdido.

 

La escritura de Proust no busca tanto una estructura como un patrón. En busca del tiempo perdido es tanto una partitura como un río que fluye en curvas y giros sinuosos, como el movimiento de una serpiente.

 

Imagina el rastro brillante y plateado que un caracol deja tras de sí mientras avanza.

 

Estas imágenes evocan la noción de un movimiento que se desvía, profundiza y expande de manera orgánica, similar a los patrones naturales y fluidos observados en la naturaleza. El sentido que Proust va desarrollando es semejante al de las «Letras del Alefato», que en el Sefer Yetzirah conforman el alfabeto, siendo tanto elementos de escritura como unidades de significado específico y crucial en la creación del mundo. En el Sefer Yetzirah, cada letra es vista como una expresión de energía divina y se asocia con cualidades y características particulares. De la combinación de estas letras surgen los «sephirot», combinaciones que forman palabras y frases utilizadas para representar conceptos y realidades abstractas. La creación y la realidad se entrelazan mediante el lenguaje y las formas, lo que equivale a decir el tiempo y su recorrido.

 

La certeza de esto siempre nos deja con la duda de creer o no, ese obstinado libre albedrío como objeto de consumo. Lo que quizás no tiene cuestionamiento es que si el lenguaje es memoria, es una criatura del tiempo: solo se recuerda lo que ha pasado, lo que ya no es. Blanchot ya afirmó que, a pesar de la inefabilidad de la muerte, el lenguaje se acerca a lo desconocido y explora los límites de la experiencia. Si el inconsciente se estructura como un lenguaje, no solo implica que esté hecho de tiempo, sino que la experiencia se almacena como narración, o eventos concatenados en el tiempo.

 

Al igual que la música, sonidos suspendidos en el tiempo.

 

Pero nada de lo anteriormente dicho resuena hasta que razonamos la memoria como un fenómeno complejo y fascinante, o como la búsqueda infructuosa de Marcel Proust en su monumental obra.

 

Tiempo. Memoria. Extravío. La carrera es contra el olvido.

 

A lo largo de siete volúmenes de rica textura polifónica, complejas estructuras de fugas y profundidad espiritual, Proust teje una tela compleja y profunda sinfonía que examina cómo el tiempo y la memoria influyen en la percepción y la experiencia humana. A través de su narrador y protagonista, el escritor francés se adentra en el laberinto del tiempo en busca de comprender su impacto en la memoria y, sobre todo, en su propia identidad. Porque, ¿qué es la identidad sino un conjunto acumulado?

 

La novela comienza con la famosa escena en la que el aroma de una magdalena sumergida en té desencadena una cascada de recuerdos en el narrador. “Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venir esa alegría tan intensa?”, dice el narrador.

 

Es pura poesía. ¿Se puede recordar un olor?

 

La fugacidad se transforma en una entrada a los pasajes de la memoria y el tiempo que constituyen la esencia misma de la novela, pero no su movimiento. Heráclito de Efeso concebía el tiempo como el flujo incesante de un río; sin embargo, En busca del tiempo perdido es, en cambio, sus meandros, un movimiento mediante el cual la historia avanza por medio de asociaciones, digresiones y desvíos que posibilitan que la narrativa fluya y se expanda de forma orgánica pero no lineal.

 

El meandro, según Jane Alison, tiene la capacidad de explorar los recuerdos, pensamientos y vivencias de los personajes, a menudo a través de saltos temporales y cambios de enfoque. Esto refleja la experiencia humana. Es el flujo de la mente.

 

De esta manera, Proust sugiere que el tiempo, en vez de ser lineal y unidimensional, es una red intrincada de momentos interconectados que pueden ser evocados por los sentidos. A medida que el narrador indaga en su propia memoria, descubre que la percepción del tiempo, al igual que la música, no es uniforme.

 

La obra de Proust se erige como pionera en la subjetivización del tiempo al resaltar los momentos significativos que pueden detener o dilatar la sensación de transcurrir del tiempo. De esta forma, abre la ventana para que la exploración de la relatividad del tiempo refleje una comprensión más profunda de cómo los recuerdos no están simplemente almacenados, sino que son constantemente remodelados por las emociones y las percepciones.

 

El narrador se da cuenta de que la memoria es como un caleidoscopio que puede girar y revelar distintos fragmentos del pasado en momentos diferentes. Esto se ejemplifica en la manera en que los personajes y lugares de su niñez cobran vida conforme recupera recuerdos olvidados. Proust sugiere que la memoria es moldeable y que los detalles pueden ser olvidados o distorsionados con el tiempo. Sin embargo, esta distorsión no es una debilidad, sino una parte integral de la naturaleza humana y de cómo interactuamos con nuestra propia historia.

 

La búsqueda de la verdadera naturaleza del tiempo y la memoria se convierte en una obsesión para el narrador, especialmente debido al carácter involuntario que poseen algunos recuerdos.

 

En En busca del tiempo perdido, Proust nos brinda un tratado sobre la música de la memoria. Quedamos cifrados por el pasado, ese tiempo que, al igual que las melodías de la adolescencia, en ocasiones hemos extraviado.

 

© All rights reserved Elidio La Torre Lagares

Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.

En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.

En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.

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