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Febrero 2023

1978. Año mítico para Agustín Villaronga EPD. Eduard Reboll

 

Un año ilustre, literalmente hablando para este aclamado director de cine mallorquín que nos ha dejado huérfanos la semana pasada, a los que consideramos el cine un modo singular de definir la realidad. A continuación, un breve adiós bajo la memoria de lo vivido en una ciudad que nos unió: Barcelona.

 

Cuento…

 

Un grupo de humanos bajo la etiqueta de “jóvenes y progresivos”, tal como decíamos antes, nos reuníamos en torno al Instituto del Teatro de la calle de Elisabets. Allí iniciamos un curso, bajo las siglas CIPLA (Curso de Iniciación al Lenguaje Audiovisual) a cargo de Joan Enric Lahosa, crítico e intelectual de la época, y Iago Pericot, escenógrafo y director teatral reconocido. La misión: abrir los ojos a la nueva forma de entender el lenguaje visual en todas sus vertientes: teatro, cine, tv, arte, fotografía a finales de la década de los 70. ”El Sisco” palabra de un cadáver con vida que dirigió opresivamente un país bajo la capa de Caudillo de España, había muerto tres años antes, en noviembre de 1975.

 

A nuestro alrededor, un lema en boca de Agustín. Un hito casi generalizado después de cuarenta años de dictadura: “Nos queda todo por hacer aquí en este nuevo país que comienza; entre nosotros, lo implantaremos de nuevo. No tengas ninguna duda, Eduard”. Los sueños de un futuro en aquella llamada etapa de la Transición en España eran, sin embargo, algo inciertos. La prueba: el intento del golpe de estado en el 81, a cargo del coronel Tejero. La democracia, iniciaba su curso de nuevo.

 

A nuestro alrededor, una cultura iconoclasta en todos los ámbitos: el Teatre Lliure, fundado por Fabià Puigserver y Carlota Soldevila, entre otros, ya se había inaugurado en 1976. Aquel año Titus Andrònic de Shakspeare en la cartelera, revolucionando la escena. Rebel Delirium, obra improvisada en un túnel del metro, hablaba precisamente de esas ganas locas de transformarlo todo.Bajo la escena teatral a cargo Núria Espert, muy querida por él, una pieza llamada Fedra. Els Comediants animando el teatro de calle y el Carnaval. Todo y que, en el 78, fue prohibido después de aquel agraciado cartel del poeta Joan Brossa donde daba la vuelta a la A en la primera sílaba del sintagma Carnaval.

 

En verano, el famoso concierto que nacía del mítico Woodstock: Canet Rock, con el grupo musical Elèctrica Dharma, La Orquesta Platería, y en el escenario, con su amada María del Mar Bonet cantando canciones en la lengua materna de ambos: el mallorquí. Mujer que, por cierto, Agustín le tenía bastante cariño por compartir cuna e ideología. Un lema trepaba por esa época en las calles: Libertad de expresión. Toda una manzana de la discordia ante el régimen autoritario y de censura que todavía vegetaba.

 

Aquellos jóvenes del CIPLA ( los cipleros) éramos forofos del nuevo cine español:  amamos al Berlanga de Escopeta Nacional. A José L. Garci en Asignatura pendiente, a Buñuel, Saura…o del cine crítico y revolucionario del momento: Woody Allen, Francis Coppola, Brian de Palma, Dennis Hopper, Michael Cimino. También al prestigioso director catalán Pere Portabella y su escuela cinematográfica de Barcelona. Películas como La ciutat cremada de Antoni Ribas. Éramos unos enamorados de la nouvelle vague de Truffaut. Del cine sueco de Ingmar Bergman. Del neorrealismo italiano, de Passolini, Visconti y donde, el amado Roberto Rossellini, recibe una carta escrita por él a los catorce años pidiéndole entrar en su escuela de cine.

 

Aquellos individuos que hoy bordeamos los 70 o más, nunca mejor dicho, recordamos a Agustí Villaronga como un joven Jean Genet de pelo rizado que amaba a la Barcelona vieja. La del barrio Chino, hoy llamado El Raval. Unos soñadores con barba o minifalda, con la marca de cigarrillos Ducados, Rumbo o Winston en la mano. O bajo el hachís y el papel de fumar marca Smoking dando vueltas por la moda psicodélica, la rumba barcelonesa del Gato Pérez, o el rock del momento de Loquillo. También, tomando copas, vermuts o absenta en el bar Marsella, el anís verde en El Pastís, degustando el amor libre en el London, en Les Enfants Terribleso en el Café de la Ópera donde su amado, el artista Ocaña, se reunía allí con Nazario y sus amigos  de la comunidad LGTBI antes de orinarse públicamente cuando salía la burguesía del Teatro de la Ópera del Liceo, en señal de protesta por el lujo impartido. Sin olvidar por ello, la música layetana del Zeleste, el Salón Diana o el Jazz Colon. O una hermosa cerveza de barril en la Plaza Real. Pero, eso sí, los “pijos” –mote para los ricos liberales que amaban el nuevo régimen democrático por su libertinaje incluido, acurrucaban la noche en la discoteca El Boccacio.

 

Año mitólogico y de transición hacia la democracia. Un 1978 de trabajo y esperanza que tú, posteriormente, convertiste en relatos cinematográficos interiores y muy singulares, como Tras el cristal denunciando a la realidad nazi de un moribundo. Cine histórico, documentando a través de piezas entre líricas y trágicas la guerra civil española (La mar, Pa negre, Incerta Glòria). O simplemente, una magnífica película basada en el libro de Pedro J. Gutiérrez, donde aquella Cuba del periodo especial, era un hecho insufrible en El Rey de la Habana.

 

 

Agustí, esta gente ciplera que te ha amado y ha vivido una época como la que escribo. Y que tú, al final de una cena, entre copas y dulces con nosotros comentabas con ahínco y fragilidad, hoy te quiere dar un adiós-y-para-siempre.

 

Total, una despedida. Que el viento, y nunca mejor dicho, la barca, allá donde naveguen tus cenizas por el Mediterráneo que tanto amabas, te acompañe en tu viaje al lugar aquél, donde ningún humano aún, conoce la arquitectura de su hábitat.

 

Adéu amic (Adiós amigo).

 

Eduard Reboll

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