
Llegaste a Miami cuando el amor ya no cabía en los libros. Palabras te empalagaban la boca y te abrazaba una extraña comezón, zarzas invisibles que delataban rincones vivos y olvidados, la extensión completa de ese cuerpo que comenzaba su deriva hacia el arrecife del deseo y el escozor de la insalvable sal del desengaño. … Continuado