Fijos. Así estaban los ojos de mi abuela sobre los míos cuando cedió sus migajas de sabiduría antigua. Todavía los siento. Botones oscuros como alaridos. Quemando, taladrándome. ¡Búrlate de los hombres! A los once años, paralizada ante el aluvión amargo, no supe qué hacer, qué preguntar. Demasiado tiempo y porquerías tuvieron que golpearme para intuir … Continuado