
Los maitines aún no comenzaban y el terror nocturnal consumía su noble alma. Cubriendo su oprobiosa desnudez con el balandrán que encontró tendido en la rama de un árbol mientras corría a ciegas, casi cayendo al suelo, escuchaba a lo lejos los ladridos del aterrador cancerbero. Apenado por haber dejado atrás sus laudes, aquellas bellas … Continuado