Cierro los ojos y ya no soy yo, Águeda, sino Rosario. Estoy en lo alto de un cerro en Comitán. Tengo la mirada baja y los brazos cruzados frente a mi pecho para protegerme del frío. El viento convirtió mi falda en un papalote como el que volaba mi hermano Mario en los llanos de … Continuado