Un reflejo de sudor recorre su ombligo
para que sus pupilas bañadas en éxtasis
me indiquen el camino hacia la perdición.
No existe malicia,
sólo la pasión de su pecho
que brota de la semilla del dulce sexo
de una Venus de barro
que juega a ser Safo,
Reina del placer súbito,
mientras va dejando minúsculos
pero hermosos
pétalos de Bartolino a su paso.
Ansiosos corceles de gozo
pacen por las calles mansas
dónde la Máquina ha caído.
Se alimentan del erotismo
que emana de los pezones punzantes
de Penia, fatigada pobreza,
que ya disfruta de un merecido descanso.
Después galopan y galopan,
Incansables,
En busca del más virgen pubis
de la metrópolis.
Una lengua se abalanza sobre el público,
No para de gritar, ardiente,
su más loca teoría
¡Dios ha muerto!
¡Ya no hay más luz tras las nubes!
Sólo un fuego negro que calienta los cuerpos
de los creyentes más virulentos,
confinados a la aridez del cambio.
¡Se acabó el no ser promiscuo!
Enfermedades brotaran de todos
los bálanos más hediondos,
mientras los clítoris húmedos
bailan un tango sobre su lamentada cárcava.
Levanto la vista y veo un ocioso anciano
deseoso de vivir, de encerrarse,
de quedar atrapado para siempre en su tumba
deseoso de escuchar como retumban los descalzos pies
de una joven y alocada gitana
encima de la noble y rústica madera.
Quiere sentirse hipnotizado,
Quiere liberarse de sus pesados huesos,
Quiere dejar de sentir esa presión en los pulmones,
Quiere destruir todo conocimiento
que haya podido adquirir a lo largo de su existencia,
Quiere sentirse golpeado,
Quiere dejarse llevar por los golpes,
Quiere amar esos golpes,
Quiere sentir que puede sentir,
Y escapar de la Máquina
Y entrar en una desnuda bohemia
Y permanecer allí hasta la descomposición
de su último átomo.
Aparecen súbitos súbditos de los comandantes,
Pequeños bastardos de ideas vacuas
Buscando las riquezas ajenas
Anegadas en la viscosidad del poderoso glande
Porque ya no sirven,
Manchadas por las manos más antiguas
Las despojamos de su esencia
Queriendo admirar su interior
Pero no encontramos más que miseria
Y les prendimos fuego.
Vimos arder Roma,
Vimos arder Alejandría,
Vimos arder iglesias y conventos,
Vimos arder al autoproclamado Dios,
Vimos arder a la voz del pueblo,
Y nos deleitamos con su fervor.
© All rights reserved David Muñoz,
David Muñoz, 1995. Nació en Centelles, un pequeño pueblo al norte de Barcelona en el que no hay mucho que hacer. Ir al bar o a la peluquería, los dos oficios más extendidos en el pueblo. Estudió Lenguas aplicadas y Traducción en la Universidad de Vic, antes de que ésta prosperara en el U-Ranking (una forma exasperante de decirle a la gente que pague por lo que paga). Después hizo un máster exprés en la Universidad Autónoma de Barcelona en Periodismo de viajes, del que salió con un libro sin publicar (o apenas publicado) y una cerveza en la mano.