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Febrero 2022

DE LA PASIVIDAD IDEOLÓGICA A LA EXPLOSIÓN DE LA BOMBA. (Thérèse en mille morceaux, de Lyonel Trouillot).   Laura Ruiz Montes

Hay cierta resequedad, invalidez, encierro y destrozos en las islas caribeñas —y en muchos casos en quienes las habitan— que los documentos oficiales aún no han registrado y que hasta hoy solo pertenecen al íntimo espacio de la literatura. De eso habla el escritor haitiano Lyonel Trouillot. O quizás sea más preciso decir: de eso habla Thérèse Médard, la protagonista de su Thérèse en mille morceaux[1] (Teresa en mil pedazos) cuando se adentra en la búsqueda y entendimiento de su identidad.

La quebradura de armonía de la protagonista que se expone en estas páginas sucede al descubrir aquella que a su identidad singular le ha nacido un doble, fraccionado hasta la multiplicidad, una especie de prisma proyectado hacia la familia y la sociedad. Leer este amasijo de identidades es adentrarse en una mixtura de realidad y ficción, historia y diario íntimo. El reto está en encontrar aquello que se integra y puede reunir (que no fusionar) a las dos Thérèse. Clave que se iguala al desafío de focalizar confluencias caribeñas más allá de lo obvio.

La figura del doble en la literatura, ha sido concebida como una «puesta en escena del mal, una expresión de lo siniestro, […] una forma de destrucción del yo».[2] El doble de Thérèse se nombra como ella y ya se ha visto que no es una entidad monolítica sino que se manifiesta repetido y enigmático en tanto hace una puesta en escena de sí misma, marcada por vacíos en sus recuerdos y desórdenes temporales.

No es singular la decisión de escribir un diario. Ni lo es tampoco elegir un diario de mujer como temática central de una novela. Tradicionalmente asociado con lo femenino, ligado a la intimidad, a la reevaluación de sí, el diario otorga existencia a lo que el afuera ni siquiera imagina que existe. En no pocos casos, la disposición a esta escritura marginal surge de situaciones límites: la muerte de seres queridos, la zozobra espiritual, la necesidad de consignar lo que permanece oculto y sobre todo, la constatación de una invisibilidad. En este caso, la diferencia está dada al mostrar un diario femenino, nacido de la creación de un autor masculino, que consigue juntar mujer narrada con mujer que narra desde la fragmentación. Una buena parte de los diarios está destinada a ser el relato de una crisis, de muchas crisis y el de Thérèse no es una excepción.

            Las dudas cotidianas generan en Thérèse un sismo general, un derrumbe no previsto de los ejes medulares de su vida, pero no es el argumento de la novela lo que más importa. Lo substancial son el cómo, el dónde, el cuánto, los porqués, y a fin de cuentas la relación que se establece entre el drama individual y el social: la (re)construcción del «Yo» a la par que la relectura de un país. Por otra parte, el diario de Thérèse es símbolo del Caribe en tanto lugar de reunión, intercambio, flujo real, universos que se encuentran, donde el rol del otro es vital. Significativos son en ese diario —y la vida de Thérèse— su madre, la hermana y el esposo. No menos importantes son sus vecinos, gemelos adolescentes.  Todas estas miradas sobre Thérèse tratan de conformarle un Yo que creen preso del delirio, la locura, el exceso y que no sospechan escindido, fragmentado.

Mientras su hermana piensa en alternativas de «curación»: agua bendita, medicina natural extraída de las hojas del campo o una estancia en la capital en una clínica especializada, Thérèse insiste en que lo que sucede no es más que un desorden. Incapacitada de asumir el reto de la autorreflexión, desgarrada en el momento de asistir al nacimiento y/o descubrimiento de una nueva identidad, se dice a sí misma: «esta Thérèse […] no soy yo». (18) Y cuanto más profunda es su cavilación, más hondo es su desasosiego y más crece su alarma. Se retuerce, simula ante sí misma, se engaña, para intentar acallar: «Para guardar mi equilibrio debo convencerme de que ella no soy yo». (60) Lo que el exterior llama locura, devora a quien lo vive y acaba convenciéndole de que lo acertado es admitir la demencia, no es más que una subversión, otro sentido del ser. No es la única, ni primera vez que ante la sospecha de locura se emprenden los más terribles actos de «sanación»: eufemismo para nombrar la exclusión.

Thérèse, su diario plural, su actitud contestataria, su criterio propio, sus razones y su ruptura son una especie de indemnización, un homenaje a la Antoinette Cosway de El vasto mar de los sargazos.  Y cuyo final es el de una «loca» encerrada en Thornfield Hall para «protegerla» de su propia «demencia». Lanzar a las mujeres acusaciones de locas, condenarlas al encierro por su «delirio», son consecuencias derivadas del ejercicio de juicios propios y la intención de oponerse a lo establecido.

El doble de Thérèse aparece cuando ella descubre que el mundo es un cosmos en lucha, definido por relaciones de oposición. Es la estrategia de supervivencia, la lucha por no participar del peligrosamente renovado fenómeno de «asimilación», lo que se enuncia desde esa zona de pugna que es la posible «locura» de la protagonista. Antoinette Cosway arrancada de sí misma, encerrada, se miró al espejo, buscando la explicación. Thérèse sospechosa de sufrir un desorden que la trastorna, escribe, clamando respuestas. Espejo y escritura. Modos de resistencia, manifestaciones del ya conocido détour que permite sobrevivir y fundar caminos nuevos.

            La escritura de Thérèse, su diario colmado de fragmentos de las mujeres que ha sido y de las que le es imposible ser, constituyen su cimarronaje efectivo. La escritura es su monte de evasión, su viaje. Entre el afuera negado y el adentro sombrío hay un tercer espacio: el diario de Thérèse. En ese tercer espacio hay cada vez más una innegable lucha manifiesta:

Una noche, […] yo abriré las puertas de par en par. Y entrarán los vientos, el mundo, toda la grandeza del mundo y las palabras más locas, las canciones de la calle y los colores más vivos. Y colgaremos besos en las puertas-vidrieras, saludos a los paseantes, brazos tiernos alrededor de nuestros cuellos semejantes a collares, círculos de sombra de luz. Entonaremos cánticos a la gloria de nuestros senos, de nuestros ojos llamados a ver la felicidad en su transparencia, a la gloria de la más pequeña parcela de nuestro cuerpo llamada a su eternidad, a su buen humor de carne viva. Y fornicaremos los unos dentro de los otros, hablaremos de todo y de nada, del silencio, de la ligereza, de nuestras buenas estaciones, de la inevitable riqueza de nuestras manos, otra vez de todo, otra vez de nada, de la mar que vendrá si soñamos con ella lo suficiente.

Una noche abriré las puertas de par en par. Ningún lugar, ningún cuerpo será nunca más un dominio reservado sino un milagro para el primero que llegue. Todo el amor del mundo —quiero decir el amor de la carne que solo es materia— tendrá cita aquí […]. (24-25)

Una ventana abierta a Haití descubre múltiples realidades sociales. Toda la acción se desarrolla en Le Cap[3], y no en Puerto Príncipe como sucede en otros momentos de la escritura de Trouillot, y ello no es azaroso. Esta ciudad, abierta al turismo, en la que agita su plata la élite haitiana (y otras), representa en esta novela el paroxismo de la reclusión donde la rigidez de sus códigos alcanza su corolario en la figura del rey Henri Christophe.

Valdría la pena recordar que en el siglo XIX, Le Cap formaba parte del Reino de Haití —donde Christophe «fabricó» su nobleza haitiana— y a menos de treinta kilómetros de ella se encuentra su célebre Ciudadela Laferrière.  El peso de la mole, la historia y la tradición podrían explicar la asfixia. Henri Christophe no aparece como hecho/personaje aislado en esta obra ni es mera referencia. Basta con saber leer para develar las referencias a los poderes actuales que esgrime Thérèse a través de esta figura histórica.

La primera información del libro es: «Un día de marzo de 1962, Thérèse Décatrel tomó el autobús del amanecer y abandonó la ciudad del Cabo para jamás volver». Esta especie de preámbulo donde se comenta la partida del personaje nos deja perfectamente ubicados en la época: 1962, franco momento del duvalierismo. François Duvalier (Papa Doc) había llegado al poder cinco años antes con toda su cadena de horrores. El informe de Thérèse sobre el poder que se expresa a través de la figura de Henri Christophe, rey de 1811 a 1820, tiene un alcance alegórico que va más allá del recuerdo de una figura histórica pretérita. El pasado es el cauce para mostrar el presente y la violencia estructural haitiana, por ello, las páginas dedicadas al cuestionamiento político son lo más diáfano e impactante de esta obra. Las palabras se convierten en un monólogo dramático que podría ser representado en cualquier escena y alcanzan calidad de oratoria de líder verdadero que se codea con la multitud.

Deslizados a modo de anotaciones de diario, Trouillot inserta el pensamiento de una mujer caribeña en la nómina de autores masculinos cuyo centro o derivaciones principales volvieron sobre la figura del rey negro que había nacido en la esclavitud. La actualización de la memoria histórica pende de un diario de mujer y deja entrever que hay que mirar con rigor en todo lo que jamás será mediatizado ni cubrirá las grandes planas de la prensa.

No voy a volver a lo consabido de que lo personal es político y viceversa. Doy por descontado que bajo esa mirada es que puede leerse este libro. Al final Thérèse toma sus propias decisiones personales/políticas, «está al borde de la carretera, delante del acantilado, mira la ladera de la montaña y lanza sus cuadernos al vacío». (118) Ya no necesita trazar una ruta entre las múltiples identidades que la habitan. Sabe que hay un concilio posible. Sabe que hubo una etapa superada, una cerca saltada y un fogonazo. El momento y el espacio son otros.  Ha emprendido la marcha, con todo lo que el verbo caminar implica. Se ha desprendido del diario, como quien asiste a un cambio de vida. Se dice a sí misma que en la «primera ciudad, en caso de que las ganas le vuelvan, deberá comprarse un cuaderno. Sí, cada vida tiene su diario». (119)

            Efectivamente, cada vida tiene su diario. Lyonel Trouillot quizás no haya pretendido que este fuera expresión del día a día de la mujer caribeña. Pero el desgarramiento en el reconocimiento de identidades que no pueden ser singulares; la dialéctica de múltiples procesos; la lucha por el espacio físico y psicológico y las actitudes ante los rejuegos del orden social, las miserias y abusos del poder político, pueden ser anotaciones íntimas comunes asumidas en colectivo. Esas líneas que recorrieron un camino desde la pasividad ideológica hasta la explosión final, se actualizan una y otra vez a partir de las vidas que se inscriben en ese perturbador diario senior que es la Historia.

[1] Lyonel Trouillot: Thérèse en mille morceaux. Actes Sud, Collection Générations, Paris, 2000. Aún no existe una traducción en español de esta novela. Todas las citas son de esta edición y las traducciones son mías. Trouillot ha publicado, entre otros, Rue des Pas-perdus, Bicentenaire, L’Amour avant que j’oublie y recientemente, en 2011, La belle amour humaine.

[2] Víctor Bravo: Los poderes de la ficción, Caracas, Monte Ávila, 1987, pp. 146-7.

[3] Abreviación de Cap-Haïtien (Cabo haitiano), en la costa norte de Haití. Tradicional destino turístico.

 

 

© All rights reserved Laura Ruíz Montes

Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.

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