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Junio 2025

ALTERNANDO AFICIONES:  PRÓLOGO A UN LIBRO INÉDITO.  PARTE I. Héctor Manuel Gutiérrez

Desde muy joven, siempre me asocié con amigos y primos un tanto mayores que yo; por razones de carácter, supongo. De algunos de ellos aprendí lecciones sobre la vida: el peso de las influencias, el impacto de cambios hormonales, cómo acercarse y respetar a las chicas, evitar meterse en problemas y otras estrategias o actitudes de supervivencia relacionadas con criterios propios o ajenos. Aprendí a lidiar con cotejos o adaptaciones en el trato habitual de relaciones humanas, hasta finalmente encajar en el buen comportamiento social del mundo de los adultos.

Todo esto y más, era parte de una especie de código cultural… digamos el legado de un ineludible encadenamiento. Extrapolado de las respectivas experiencias de mis compañeros de entrenamiento, este fenómeno alimentaba mis andanzas durante el difícil período de la adolescencia. De otros, recibí préstamos de libros que ya habían leído, como Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski, El lobo estepario de Hermann Hesse, Rebelión en la granja de George Orwell, conjuntamente con el resto de los textos circunscritos a la literatura, la literatura simulada o a otros géneros que me llamaron la atención, particularmente por la sensación de presagios distópicos que muchos de ellos me dispensaban o sugerían.

De modo que la lectura marcó aquellos años donde abundaba la curiosidad o el descubrimiento de lo nuevo, con los correspondientes pseudo-éxitos y desencantos, beneficios o fracasos, sucesos y sensaciones que de alguna manera moldeaban mi personalidad callada, estoica e inquisidora. De ahí que, como la de cualquier individuo, mi vida transcurriera llena de peculiares circunstancias, dificultades y logros, toda salpicada de sorpresas y cuestionamientos, más la presencia de historietas reales o inventadas que permearon la mente y luego las páginas de mis libros.

Entre muchas de mis anécdotas, recuerdo la vez en que, gracias al deseo de emular las aspiraciones de tres de esos amigos que menciono arriba, los acompañé en el propósito juvenil de lanzarnos a la profesión de locutor de radio. Con esta loca idea como meta, y a falta de un curso de locución (opción que no existía en mis contornos), ensayábamos con excesivo entusiasmo, en una vieja mesa castigada por las inclemencias del clima isleño, en el patio de la casa de uno de mis «colegas». Allí improvisábamos un «noticiero» con recortes de periódico, turnándonos en la lectura de las noticias y editoriales, improvisando entrevistas a personajes conocidos o inventados, y alternando las voces con el popular eslogan de una de las pocas emisoras locales: «Radio Reloj da la hora: siete en punto de la mañana».

En las teatrales sesiones, cada uno de los aspirantes a locutor se valía de una botella de refresco vacía que, amarrada a un pedazo de madera atornillada a la mesa, fungía de micrófono. Era un juego de adolescentes y a la vez un auto adiestramiento que nos refrescaba las tardes calurosas, después de las obligadas horas de clase y adoctrinamiento en la escuela superior.

Por fin llegó la esperada sesión de evaluación de aspirantes que el Ministerio de Cultura ofrecía dos veces al año. La agenda era sencilla, pero a los ojos de un novato como yo, se convertía en una difícil prueba de supervivencia en alguna catástrofe prefabricada. Era como pasar los últimos cinco minutos de existencia frente a un pelotón de fusilamiento, a la espera del perdón estatal, que sólo se concedía «con la gracia del Espíritu Santo». Por circunstancias enraizadas en el sistema autoritario que dirigía nuestros destinos, muchos jóvenes y no tan jóvenes, veían la ocasión como una oportunidad para abrirse paso en aquella sociedad cerrada y controlada, que a diario nos recordaba la trama de una o dos de las novelas orwellianas que ya habíamos leído y aprendido de memoria.

Dentro del alto número de aspirantes, les llegó primero el turno a mis tres amigos mayores: Euclides y Enrique tenían voz de bajo y Hugo, como yo años más tarde, tenía voz de barítono. Claro que son términos utilizados en el campo de la música, pero es que tradicionalmente, la calidad y timbre de baja frecuencia en la voz es un componente casi imprescindible en el oficio, incluso cuando la aspirante es mujer.

Cuando me tocó, como a ellos minutos antes, sentarme en una silla colocada frente a la larga mesa del panel de examinadores y de espaldas al público presente, ya sabía que el arreglo físico incluía enfrentar a los miembros del panel con un micrófono amenazador apuntándome a la cara, artefacto muy diferente a los que improvisábamos en nuestras prácticas vespertinas. Aquel imponente escenario, diseñado para obras de teatro y ejecuciones de ballet clásico, se proyectaba como ancha plataforma, estructurada con una elevación de no menos de cinco pies. Las gruesas cortinas, corridas en dúo hacia los extremos del escenario, develaban una amenazante profundidad, capaz de impactar a cualquier mente no familiarizada con su volumen.

Tan pronto tomé asiento, se oyó la voz de uno de los miembros del panel: «Buenos días… tenga la bondad de decirnos su nombre y edad, por favor». «Héctor Manuel Gutiérrez… quince años», contesté con fingida y varonil firmeza; con la salvedad de que, en el transcurso de las dos últimas palabras, en mi garganta se atravesó indiscretamente lo que el argot popular llama «salírsele un gallo», que no es otra cosa que el furtivo escape de la voz hacia una alta frecuencia.

En medio de las risas amplificadas por los parlantes que inundaron aquel salón, tras el accidente vocal durante mi presentación, y la lectura de un pasaje escogido por el grupo de examinadores, el «jurado» después de todo fue muy generoso conmigo y dictó sentencia: «No se preocupe, joven, que esas son cosas que suceden con asiduidad en estas pruebas. Reciba nuestra felicitación por su esfuerzo y entusiasmo; le daremos la oportunidad de presentarse en una segunda vuelta, cuando cumpla usted sus dieciocho años».

Mi corto recorrido desde la silla colocada estratégicamente en el centro del auditorio hasta el asiento en la primera fila, junto a mis compañeros, que me esperaban con cara de lástima, me pareció dos veces más largo que la primera vez que lo caminé al oír que era mi turno.  De más está decir que mi trío de amigos —tres a cinco años mayores que yo— pasaron la prueba sin dificultad y consiguieron sendas posiciones en los medios de la isla.  De mi parte, dentro de circunstancias muy tristes, poco después de aquella sudada actividad, tuve la oportunidad de emigrar hacia otras tierras y, entre distintas ocupaciones, dedicarme a trabajar también en la radio, afortunadamente bajo mejores condiciones, tanto geográficas como climáticas y políticas.

FIN PARTE I [CONTINUARÁ].

© Héctor Manuel Gutiérrez. Derechos reservados.

Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Eka Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de Academia.edu, National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Creador de un subgénero literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, Authorhouse, agosto de 2015, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019, DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO, Editorial Dos Islas, marzo del 2021, DE AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos, Editorial Dos Islas, enero del 2022. Les da los toques finales a tres próximos libros: ENCUENTROS A LA CARTA, ENTREVISTAS EN CIERNES, LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato y la novela El ARROBO DE LA SOSPECHA.

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