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Agosto 2025

BARCELONA: UN DOMINGO DE VERANO. Eduard Reboll

 

Puedes levantarte e imaginar que, en el último día de la semana, tus vivencias durante este día sacro serán plácidas y bajo un nivel de espléndido sol y calor, propio del mes de julio en el Mediterráneo. Delirar, al poner tus pies en el suelo y pretender que, la ciudad y tú, serán una sola unidad bajo el lujo de su construcción antigua, cuando circules por ella.

Pues bien, no es así: hay que huir de la urbe.

O si quieren otra oración similar, aunque es algo extensa y conocida: Hay que alejarse del centro y los lugares turísticos de esta Barcelona repleta del gentío vestida en pantalón corto, traje de baño, chancletas y gorra de béisbol al revés. O del ajetreo femenino de figuras, con zapatos de aguja y charol, bajo el síntoma de Vuitton, Dior, Gucci o Chanel. Es decir, hay que omitir el centro del Paseo de Gracia o Las Ramblas. Y rehusar aquellas multitudes con auriculares en los oídos, escuchando a los guías turísticos del distrito de Ciutat Vella, donde el encanto de la Catedral y las plazas góticas, lloran por no percibir el recogimiento y el llanto que demanda, el origen de su construcción. Prescindir la visita a los museos nacionales en este día. Descartar aquella comida gourmet y puntual en cualquier restaurante que se precie en el downton. El día que Dios coronó los cielos en verano, es la peor jornada para descender y experimentar a pie, el territorio donde has nacido y has visto crecer la capital de tu país: Catalunya.

¿Solución? Definitiva, no existe. Al fin y al cabo, todos somos turistas cuando viajamos a conocer distintos lugares del mundo. Entonces ¿…Hacia dónde se debe dirigir nuestro destino? Muy simple. Hay que descubrir aquellos callejones, pasadizos, esquinas, tiendas y lugares opuestos en aquellos barrios que no salen en las guías ni que Trip Advisor recomienda.

En una palabra: hay que descubrir la ciudad no-oficial.

Empecemos. Cojo el bus V5 en la plaza de Sants y me bajo al final; en Pedralbes. Dos lugares míticos y bajo el silencio propio de un día donde, el ciudadano de a pie, ha marchado a tomar el sol en la playa de la Barceloneta con su familia. A mi alrededor y relativamente bien cercanos: el Jardín del Palacio de Pedralbes y el Real Monasterio de Santa María.

En el primero, el señorío ya es patrimonial y del pueblo, es decir desde que forma parte del gobierno de la Generalitat de Catalunya se aleja de su origen monárquico. En la entrada una escultura femenina de Eulàlia Fàbregas. Es una mujer, pero tiene nombre de mar: Mediterrània A continuación, los cipreses y los cedros se combinan con el incienso y las coníferas en los distintos parterres que la forman. Ofreciendo exquisitos piñones en otoño y una sombra agradable en la estación que estamos. Más adelante, el laurel, las buganvillas y los naranjos acompañan al visitante que circula por sus calzadas de suelo natural. Algunos, como el que escribe, con las manos detrás de su espalda y percibiendo el sonido de las aves que lo pueblan. Otros, bajo el correteo y el festejo que da la infancia y su imaginación adjunta. Y los más románticos, con los dedos entrelazados acuñando el día de la futura boda, junto a la oreja de su enamorado. Pero bueno, también observas unos pocos residentes sentados -…ya no con un libro de literatura de Antonio Machado, Octavio Paz, o García Márquez- sino chispeando en Facebook, Instagram, X, o Tik Tok desde un teléfono inteligente. “No todo es poesía” decía el escritor mexicano Jose Luís Rivas. Sin duda, esta entrada a la naturaleza urbana, te lleva camino al monasterio por calles donde, la mudez del entorno, sus fachadas, o la simple ausencia de vecinos en este día de la semana, forman parte del goce de la decisión que has tomado a la hora de descubrir la “otra metrópoli”.

Sí, hoy es un domingo de verano muy sui generis de por sí.

Entras dentro del claustro de Santa María y percibes una infinidad de arcos ojivales unidos, como si fueran sujetos elevados hacia el Supremo, ofreciendo cada uno su don. En el patio central, una fuente circular de dos pisos, con un trío de peces de color dando un giro hacia sí mismos, en un agua infinitamente cristalina. Un pozo medieval en la esquina aún con el horcón y la polea a la vista de los feligreses. Una capilla diminuta en el piso inferior donde las monjas clarisas se arrodillaban ante La Oración del Huerto de Getsemaní o frente a la escena de Jesús camino del Calvario. Hacia la planta de origen: una cocina antigua con sus utensilios de la época en cobre y barro para crear el famoso postre barcelonés: el mató de Pedralbes. Junto a la misma, el refectorio: comedor común, lugar de oración y espacio de reflexión. Un huerto. La sala capitular donde se reunían las clérigas para leer el Evangelio o despedir a sus mentoras frente al féretro, camino hacia el Cielo merecido. Aquí, en este lugar bienaventurado, nos amparan 700 años de historia, y mi día dominical sigue cerca ya de un adiós epicúreo.

Al salir, a unas cuantas cuadras del lugar, en el barrio de Sarriá, te acercas al Bar Tomás y pides un vermut Espinaler y unas “bravas a medias” – es decir, no muy picantes dentro del propio tubérculo- unos calamares a la andaluza y una tortilla de alcachofas. Total, que sólo me queda el postre ¿Y dónde? ¡Ah amigos!, hay que acercarse a unos pocos metros y entrar en la pastisseria Foix y pedir un braçet de gitano de crema quemada. Valga el doble valor dulce. Simplemente, porque fue la casa donde el distinguido poeta y pastelero catalán, no sólo hizo versos como éste que emulan el escrito que estás leyendo …

Fuig el real però la sang m’aviva

Viure l’instant i obrir els ulls al demà.

Lo real huye, pero la sangre se aviva

Vive el instante hoy

…y abre los ojos al mañana.

…sino que fue un espejo para mí el poder bañarme en agua de rosas ante la otra urbe que a veces obviamos ¡Feliz domingo!, si este es el día de tu lectura. O feliz día, si decides descubrir tu otra ciudad. Aquella que “oficialmente” no existe y, en cambio, está en tu lugar de origen donde naciste.

 

Eduard Reboll

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