Justo encima del fregadero de casa, abrimos una ventana. Después de muchos años de anhelar un poco de luz y ventilación en la cocina del viejo caserón, por fin nos decidimos a poner una ventanita de hierro que fuera suficientemente segura para proteger la casa, que estuviera suficientemente alta para que no nos vieran los vecinos, que fuera lo suficientemente pequeña para no poner en peligro la estabilidad de la antigua construcción. La Habana no es solo una ciudad muy vieja, también es muy indiscreta y escandalosa.
Después de aquellos días de (re)construcción, si nos parábamos en punta de pies mientras fregábamos platos y cazuelas con un detergente que no hacía espuma, podíamos escuchar a la gente del solar tender la ropa, arrastrar los pies, gritarse sus verdades, pedir un poco de café. Desde el otro lado de la pared nos llegaba el saludo puntual de Lino antes del cáncer y del covid, del otro lado siguió parándose Pachuco cada noche, con su sonrisa de niño eterno que se ha ido quedando solo en el mundo.
Cuando me mudé a México, frente al fregadero de la casa donde viví, también encontré una ventana de amplios cristales. Lavando los trastos –porque cambió la vista y el vocabulario— se podían ver con claridad dos terrazas: la de baldosas naranjas y transparentes de la casita remodelada y la calle Terrazas.
A las 2 de la tarde, autos nuevos y camionetas cargadas con fierros viejos inundaban Terrazas como si fuera un río de metal. Parecía imposible salirse de la fila inmensa de la calle de una sola vía. Desde la ventana de la cocina aprendí que el horario pico del tráfico en México no se parece al de La Habana ni tampoco al de Miami. En México, esa hora de máximo movimiento coincide con el horario de la comida, que es un poco más tarde que el almuerzo habanero y el estadounidense.
Frente a la ventanita inventada de La Habana, lavando todos los días los mismos platos astillados y diferentes, me di cuenta de que quería irme de Cuba. Los meses pasaban demasiado idénticos unos a otros para querer vivirlos. Cada noche parecía la misma noche. Quienes gritaban del otro lado se habían quedado sin sueños, y solo tenían quejas. Y a mí me separaba de ellos a penas una pared, que ya se había vuelto una ventana. Un par de años más pasarían, la universidad iba a terminar y se me iban a acabar todos los sueños.
Frente a la ventana azul del departamento de la calle Terrazas me di cuenta de lo mucho que podía cambiar la vida en poco tiempo. Ahí también comprendí que tenía que seguir camino, porque estaba terminando la maestría y me estaba quedando sin opciones para legalizarme en México.
Miami trajo a mi vida apartamentos oscuros, sin ventanas en las cocinas ni en los baños. Sigo extrañándome de los apartamentos sin ventanas de Miami. Que no es aquí donde único existen, pero es aquí donde los vivo. El aire acondicionado nos priva de los sentidos y, si pasamos mucho tiempo en casa, llegamos a creer que fuera podría hacer un poco de fresco en agosto.
A veces, quiero gritar “dama una ventana”, un pedacito de vida real, parodiando a una de las Lucías de la película de Humberto Solas. Después de que se quiebra por la pérdida del amor, la “heroína” grita en su locura “una gardenia, mamá, dame una gardenia”. Raquel Revuelta puso todo su talento teatral el icónico film de 1968, para regalar al público cubano una frase que se volvió, por años, parte de la cultura popular. Pero la verdad es que, aunque no tenga ventanas en la cocina, en Miami he logrado seguir teniendo sueños.
Tampoco hay mucho espacio para la nostalgia. Por la ventana habanera no pasa nadie conocido, ni Lino camina ya el solar, ni mi familia habita la vieja casa donde nacimos mi hermana y yo. De una forma u otra, todos nos fuimos. Y a Terrazas nunca volví.
© All rights reserved Dainerys Machado Vento
Dainerys Machado Vento (La Habana, 1986) es escritora, periodista e investigadora literaria. Es Doctora en Estudios Literarios, Lingüísticos y Culturales por la Universidad de Miami y tiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis, A.C., México. Es autora de los libros de cuentos Las noventa Habanas y Retratos de la orilla, y de los ensayos Los muchachos en Trumplandia y El estruendo de Ciclón. La nueva revista cubana.
Sus relatos han formado parte de antologías publicadas en México, España y Estados Unidos. En 2021, fue incluida en el número especial Granta. Los mejores narradores jóvenes en español. Sus artículos académicos han aparecido en revistas como Cuadernos Americanos, Hemisférica, Decimonónica; sus crónicas, reportajes y ensayos se encuentran en medios como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Yahoo Noticias, Inter Press Service, Casapaís, La Gaceta de Cuba, Coolt,entre otros.