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Noviembre 2025

“¿En los universos de qué artistas…?” (Segunda Parte). Rolando Revagliatti.

COMPILADO: 20 escritoras argentinas responden a una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti.

 

SEGUNDA PARTE

 

“¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?”

 

 

 

11: LILIANA CAMPAZZO

     Ante la pregunta que me hiciste me sentí convocada y abierta a jugar con la respuesta, pero pasados unos días empecé a dudar.

     Mis dudas eran acerca de mí misma. Sería pretenciosa mi respuesta? Tal vez infantil? O no sería sincera, tratando de causar buena impresión?

     En fin, creí que era sencillo y no lo fue. Pienso que generacionalmente debería estar entre la Maga de Cortázar y la Alejandra de Sabato, pero no, son dos mujeres incitantes y arrojadas y no doy el perfil. También se me pasó por la cabeza Alicia, la de Lewis Carroll, pero la aventura en mí se resume en andar por caminos de tierra y cielos del sur, en auto y sin relojes ni sombreros.

     Así que decidí ser alguna de las locas que andan entre los personajes de Aurora Venturini, cualquiera. Porque, al fin y al cabo, soy una poetita vieja de provincias que lo único que alcanzó a hacer fue publicar unos libritos que andan por las casas de las amigas y en el mejor de los casos una profe de escuela a la que algunos recuerdan por sus clases en que la pintura y el dibujo se mezclaba siempre con algunos poemas y libros que funcionaban en raras sinergias.

     No sé si me da para más. Te escribo desde mi mesa de la cocina mientras el techo de mi casa retumba una lluvia que no es de acá.

     Gracias por hacerme pensar.

12: LILIANA HEER

1) ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)?

     Me gustaría formar parte del streams of consciousness de Joyce, esa inquietante deriva potente en escenas cotidianas con personajes inolvidables. Amalia Popper, Molly Bloom, Anna Livia Plurabelle, verdaderos paradigmas que responden a la pregunta de Freud: Qué quiere una mujer. En ese universo, ellas son descubiertas mientras él escribe, recuerda momentos, otorga voces; las siente palpitar como si diera a luz y al mismo tiempo esa luz lo cegara.

     Tal vez, quiero ser un doble de Buck Mulligan, estar en Ulises desde el primer párrafo. Él abre la novela con su irreverente Introito ad altare Dei, bendiciendo el horizonte. Una apertura teatral, plena de ocurrencias irónicas. Es capaz de burlarse con soltura de una variedad de temas “serios” y sobre todo de sí mismo. ¿Un guiño hacia Falstaff?

     Acaso prefiera ser una luciérnaga en el capítulo 17, cuando Bloom y Stephen – el duunvirato– caminan por las calles de Dublín con el recurso de preguntar y responder. Una voz en tercera propicia el inolvidable diálogo entre ellos: música, literatura, París, amistad, credos, prostitución, salud, naturaleza.

     También, sería divertido habitar el cosmos poético de Mario Trejo. Descubrir sensaciones desconcertantes, saltos, pasajes al sonido. Ese vigor expansivo capaz de arrasar territorios del orden enunciando lo impronunciable.

     Avanzar en una cabalgata infinita, ser parodiada en la cámara lúcida de una postura crítica. Trejo, personalmente y en sus escritos, poseía una sintaxis dispuesta a patear cualquier pesadilla. Tal vez, el principio más poderoso de su estrategia sea despertar estruendos.

2) O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

     Una pregunta excelente disparadora de efectos espejo. Acerca de “los universos y personajes elegidos”, creo haberme referido.

     Con otras lecturas, mis preferencias fueron sufriendo mutaciones. Recuerdo obras, autores, tramas alucinantes carentes de bella sintaxis; puedo afirmar que permanecen en mí sin intención de releerlas.

     Otros libros, a los cuales acudo con relativa frecuencia, genialmente escritos con argumentos singulares, no me instan a formar parte por variopintas razones. Entre otros autores, Faulkner, Alejandra Pizarnik, Herta Müller, Rilke, Marguerite Duras, Handke, Angélica Gorodischer, Murena, Borges, Libertad Demitrópulos, Benjamin, Kurosawa, Gombrowicz…

     Me resulta complejo tratar de incorporarme en uno u otro elenco, incluso cuando los considere valiosos o envidie la inmensa capacidad narrativa.

 

3) La extiendo a otras escritoras argentinas.

     Varias veces imagino ser alguien en un libro de Ana Arzoumanian. Ella dota de materialidad a los personajes, sentimos sus entrañas en un infinito violento ritmo transformante.

     La poesía, las novelas, los ensayos, poseen el talento de enfrentarnos a ignorados devenires por su letra sin mordazas. Sofoca el aliento, exprime el valor del sentido como si el fin del secreto llamara a sus puertas seguro de ser oído. Lo privado se vuelve político, la historia es pasada y presente.

     El matar de cada día, el morir una vez más. Tensión. Lujuria. Ternura. Juana la loca vive entre nosotros, los jazmines ausentes en New York reverberan en nuestras neuronas cuando el caleidoscopio se detiene en la frase “soy armenia”.

     Y más, ascender, cruzar, excavar. Si Milena viviera, le escribiría cartas a ella; si Kafka viviera, espiaría esas cartas rogándole que se las envíe a él para leerlas primero.

13: MARÍA BARRIENTOS

 

     Tengo que separar esta pregunta por etapas, en mi adolescencia me sentía dentro de una novela de Roberto Arlt, me entusiasmaban sus personajes rebeldes, su implacable forma de ver la traición. Sentía que era un amigo que me hablaba. Mi corta edad sumada a la rabiosa manera de describir el mundo me hacía sentir un espíritu afín. Lo mismo me pasaba con los poemas de Alfonsina Storni, su manera de anticiparse a la época, su defensa furiosa de los lugares estancos y su defensa de lo femenino. Esa gran tristeza y melancolía que se desprenden de sus versos y que no están exentos de la ironía.

     Desde muy joven tuve que trabajar en lugares alejados de lo literario, la literatura venía a mí en tiempos robados a la vida cotidiana, era una vida secreta que compartía con unos pocos.

     Muchas veces, cuando solo quería estar leyendo o escribiendo, me sentía el personaje de Kafka de “La metamorfosis”, ese vendedor agobiado que un buen día no puede levantarse más para ir a trabajar. Esa atmósfera asfixiante a la vez es una cueva donde volverse un ser invisible, a quien nadie le pide ya nada, un ser repugnante y descartado. También el universo de Sylvia Plath produjo una fascinación en mí, no solo por su intensa poesía sino por su narrativa con su novela “La campana de cristal”.

     Con el correr del tiempo entendí que el no depender económicamente de la literatura fue lo mejor que me pudo pasar. Alejada de cualquier torre de cristal pude acceder a conocer lo mejor y lo peor de la condición humana más allá de los libros.

     En los últimos años me he ido alejando de ciertas intensidades, no quiero llamar a esto madurez sino cambios de ciclo, es natural que la juventud se encandile con la oscuridad, porque la fragilidad de nuestros primeros años nos vuelve admiradores de experiencias extremas. En estos momentos me gusta encontrarme con mundos más luminosos, como los paisajes de Juan L. Ortiz, la clave es el río, el que nos atraviese ese río, un aire puro, una nostalgia cristalina. Esos poemas de lenguaje exquisito me hablan de un mundo extraño para mí, un mundo idealizado como todo lo que es lejano.

     Siempre viví en la ciudad, la naturaleza es algo literario en la medida de mi alejamiento real de ese entorno. Leo los poemas de otros y los míos desentrañando si se trata de un poeta de la ciudad o de la naturaleza. Por otra parte, me sentí muy dentro de la novela “El oso” de Marian Engel, una escritora canadiense que narra la historia de una mujer que se refugia en la naturaleza y se relaciona únicamente con un oso en una isla remota, mientras se ocupa de catalogar una biblioteca. Muy lentamente fui entrando en esa casa perdida en una isla donde la única compañía es un oso y en la particular relación que se establece con la protagonista. Creo que la real dimensión de un escritor está en convencer al lector de atravesar la realidad y vivir una nueva condición creada a través de una escritura que borre cualquier límite.

14: OLGA EDITH ROMERO

   

     Ante las preguntas a qué artistas hubiera elegido para que me incluyeran en sus obras como personaje, mi respuesta es que admiro a Diego Velázquez, quien fue un pintor del Renacimiento español, nacido en Sevilla en 1599. Este artista del siglo de oro tiene un estilo barroco y aunque su importancia se reconoció dos siglos después de su muerte, es uno de los más talentosos, tal es así que sus obras se pueden admirar en el Museo del Prado.

     Me encantaría ser parte de su cuadro “La fábula de Aracne”, también llamado “Las hilanderas”, que es una alegoría literaria. Las hilanderas se hallan trabajando en un taller de costura y me agrada esta obra porque incluye mitología y simbolismo oculto.

     Hay cinco hilanderas, cada una con una tarea específica para llegar a tejer y qué es si no la escritura, sino armar una trama, una forma de hilar historias, a veces en forma de prosa y otras componiendo poemas. Preparar la lana o el hilo es como elegir las palabras, con las cuales se puede o no formar algo que tenga belleza.

     Hay varias hilanderas, una está cerca del huso, que sirve para hilar torciendo la hebra y hay otras observando tal vez lo que luego realizarán. A mi me gustaría ser la que está de espalda y tiene en sus manos un pequeño y rústico telar con el cual ya ha colocado la urdimbre, que son los hilos longitudinales y se apresta a realizar la trama, mientras la compañera la observa.

     Detrás de este cuadro hay otro plano de cinco personajes interactuando que observan querubines.

     He elegido esta obra de arte porque si bien estamos solos ante la creación, nos acompañan siempre los escritos de poetas contemporáneos y para mí el otro plano significaría los autores de los cuales nos hemos nutrido y de los cuales hemos abrevado.

     Las hilanderas, a pesar de no estar haciendo otra cosa que tejer, me recuerdan mucho a un taller literario grupal, donde cada uno realiza su propio escrito, al cual luego todos juzgan si ha quedado bueno o no, pero a pesar de ello todos respetan.

     Los escritores y poetas creamos, pero vamos corrigiendo lo que hacemos constantemente para que quede una “trama” lo más vistosa posible y que a su vez diga lo que queremos expresar con algo de belleza.

15: PATRICIA DÍAZ BIALET

     Me hubiese gustado ser esa mujer a la que el poeta chileno Vicente Huidobro le dice en el Canto II de su libro Altazor”:

Mujer el mundo está amueblado por tus ojos

Se hace más alto el cielo en tu presencia

La tierra se prolonga de rosa en rosa

Y el aire se prolonga de paloma en paloma

Al irte dejas una estrella en tu sitio

Dejas caer tus luces como el barco que pasa

Mientras te sigue mi canto embrujado

Como una serpiente fiel y melancólica

Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro

     También me hubiese gustado ser ese silencio que el mismo poeta nombra en el siguiente verso al final del Canto I:

Silencio

Se oye el pulso del mundo como nunca pálido

La tierra acaba de alumbrar un árbol

     Fue tal el impacto que me causó leer el libro Altazor” a mis diecinueve años, que –en ese tiempo- podía repetir fragmentos de memoria. Recuerdo que leía y releía los inmensos y profundos versos y siempre sentía esa misma emoción: una especie de epifanía que me revelaba que la belleza del poema nos puede conectar con el poeta sin haberlo conocido personalmente o sin haber vivido en el mismo tiempo y lugar. Desde la página de un libro saltamos directamente al alma del poeta, a su sentir más recóndito, más privado, sin ningún intermediario más que la palabra, maravillosamente tocada por la poesía.

     Otro universo que me causa una profunda felicidad es la interpretación de la cantante Sarah Vaughan. Desde muy chica me gustó la música, sobre todo el jazz. Recuerdo que a mis trece años iba a los conciertos que organizaba el “Club del Jazz”, institución fundada por César Parisi. En mi adolescencia compraba vinilos de orquestas y cantantes de jazz, y una vez que escuché a la incomparable Sarah Vaughan, no pude dejar de escucharla ya nunca más. La poesía y la música no solo se parecen en que las dos tienen conceptos e imágenes que transmiten las palabras, sino que también en el hecho de que ambas nos ofrecen un ritmo y una melodía. La palabra hablada y la palabra cantada, las dos nos brindan una combinación de notas, un ritmo, una cadencia que impactan en nuestro presente y en nuestro pasado. Las melodías de un poema o de una canción pueden despertar la imaginación, llevarnos hacia adentro de nosotros mismos, hacernos descubrir cómo nos sentimos realmente, y también pueden evocar nuestros recuerdos, llevarnos a momentos vividos y anclar en ellos. Las melodías que un poema o una canción nos regalan, nos transportan también a otras realidades, a otros mundos, a otros creadores.

16: SILVANA FRANZETTI

 

     “Para entender China tal vez sea necesario vivir en ella mucho tiempo, pero un ilustre sinólogo, durante un debate, ha señalado que quien pasa un mes en China se siente capaz de escribir todo un libro; de escribir, tras algunos meses, solo unas páginas; y que prefiere, tras varios años, no escribir nada” (*). Esta sentencia es análoga a mi deseo de vivir cuatro semanas con Juanele Ortiz para escribir un libro; si esta primera opción no fuera posible, elegiría reunirme con él durante un otoño para fumar opio y, con mucha suerte, escribir un poema extenso; después de esa experiencia, pasaría años conversando sobre nuestros sueños.

     Un amanecer de junio, hace décadas, sobrevolaba Berlín: miraba las nubes espesas, inmensas, no itinerantes, cientos de tonalidades de gris. Viajaba hacia una ciudad con sol y, paradójicamente, no podía dejar de pensar en la luz tenue de algunas películas de Aki Kaurismäki y Katsuhito Ishii (“Nubes pasajeras”, “El sabor del té”). Así surgieron algunos poemas, como “Las sombras de un día nublado” (**). Seguía la claridad de Godard hasta que sentía la necesidad de apartarme y perderme en la luz nórdica o en ese punto de intersección entre los trópicos norte y sur, donde se yuxtaponen la novela corta y el poema.

     Construiría con Hanna Höch la vertiente feminista del dadaísmo, me reuniría con ella y otras mujeres poetas y artistas trabajadoras en talleres de distintas ciudades del mundo para discutir arte, política y revolución, dos veces por semana, de noche, después de haber trabajado más de diez horas diarias en una editorial. Haríamos afiches con fotomontajes que convoquen a la huelga general y denuncien las condiciones de explotación de la mujer en todos los ámbitos, también en el arte. Esa experiencia marcaría toda mi existencia, se produciría, a la vez, un corte real y simbólico. En 1922, nos encontraríamos en un café con Vladimir Mayakosvski, que estaría de viaje en Berlín, y durante horas intercambiaríamos experiencias sobre poesía y gráfica, llamaríamos “películas estáticas” a los fotomontajes, organizaríamos acciones poéticas al aire libre, en parques, y por la noche leeríamos poesía en un club nocturno, fumaríamos cigarros y bailaríamos.

     Con Jean-Luc Godard trabajaría en su equipo de edición, me dedicaría a examinar y elegir tomas, a identificar qué pasar de un lugar a otro, dónde cortar, con qué reemplazar, qué reconocer como insustituible, cómo sincronizar y también cómo desmontar el sonido de la imagen. Antes de esto, colaboraría en la selección de las imágenes de archivo, en la prueba infinita de colores y en los ensayos de puesta en voz de algunos textos, estaría en todo lo que rodease la filmación, en el otro guion, donde se sigue escribiendo el lenguaje cinematográfico. Pasaría la vida en esa isla de edición basamento del universo, como la piedra de Ptyx, en ese lugar donde siempre se escucha el sonido del mar y el mundo se abre una vez más.

 

 * Michelangelo Antonioni, en Chung Kuo: Cina, 1972, como se citó en “Más allá de las nubes”, Barcelona, Mondadori, 2000, trad. Juan Manuel Salmerón.

** Las sombras de un día nublado / sostienen una línea de pájaros sobre / el cable de luz / sugieren el límite entre / una y otra pausa / cambian / la dirección del viento / introducen / la / conversación / de los chicos en el parque, / de las madres en la plaza / obturan el colador de té / usado esta mañana / para hacer el café / hacen que las cosas / cambien de lugar, / incluso que tu mirada / cambie de lugar / desplazan la conversación / sobre las mil y una / noches / dispersan las piezas / de ajedrez / y la jugada / llegan sin que digas “las vi” / tardan en llegar / si es de mañana / alargan los hilos / de coser / ablandan / la escalera / del museo / y los marcos de los cuadros / nunca aparecerían / en la tevé, / aunque es posible verlas al / pasar las hojas de un diario / cambian el color / del mar / que hasta recién / era verde / se rehúsan / a los paraguas / remueven las / capas de los sentidos / vuelven / cada tanto / a cambiar la perspectiva / se parecen al sonido del contrabajo / no se filtran, / destilan hilos de luz / sobre el papel carta / unas horas / antes de la lluvia / apaciguan las hojas de los árboles / se diluyen / en la tinta china / antes de encender la luz. 

17: SILVIA MARINA CRESPO

     Después de pensar, repasar el universo de tantos y tan grandes artistas y poetas, elijo a Enrique Molina, por su palabra vívida, sus cadenas de palabras como hechos. Hace muchos años, cuando comencé a leer su obra poética y luego su novela (“Una sombra donde sueña Camila O’Gorman”), confieso que me costaba sostener la dirección, el sentido de su escritura dada su intención de romper con el discurso lógico. Pero cuando pude concebirlo, dejarme llevar por el curso del lenguaje del que hace uso en forma analógica (o sea, ni en forma lógica ni tocando el absurdo), me conmovió profundamente y mi búsqueda, tanto en la poesía como en la plástica, ya no fue la misma. Su universo se expande, permite ver de otra forma, extiende y hunde la mirada para ver otros aspectos de las cosas, otros comportamientos en las circunstancias y el devenir humano. Su búsqueda no se detiene hasta incitar a una renovación de la consciencia, como lo hace al intentar poner palabra en esa percepción de simultaneidad o de contradicción en lo que se percibe; cito como ejemplo: “todo termina/ los viajes y el amor/ nada termina/ ni viajes ni amor ni olvido ni avidez”. O hasta despertar la sensación de haber vivido situaciones de las que no tenemos evidencias (déja vu), como cuando dice en el poema “Alta marea”: “esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro cielo en otro infierno”.

     Podría decir que vivo la escritura de Enrique Molina como una experiencia, en su poesía se huele, se toca lo que nombra, sitúa sentimientos nuevos que abren tanto a una nueva compresión como a una nueva valoración. Al respecto, recuerdo unos versos del poema “Francisca Sánchez”, quien fuera pareja y luego segunda esposa de Rubén Darío, una mujer humilde y analfabeta cuando R. D. la conoció. Molina dice de ella: “Ignorante como la lluvia/ Francisca Sánchez/ tan sólo lee en el pan que corta en sueños/ en la sal de las lágrimas”.

     Por la búsqueda constante a través de una mirada que consigue despojarse hasta la inocencia, yendo a tientas por la incertidumbre, sosteniendo la desconfianza con un rigor que obliga a volver a mirar, así como la pasión por acercarse a lo verdadero para zambullirse una y otra vez en la realidad de este continente, de este su “planeta adorable”, me inquieta el querer saber o al menos intuir, sospechar, cómo llegaría este poeta a ver el tiempo actual, qué descubriría en las recientes transformaciones del ser unidas a lo remoto, en el desamparo de la condición humana.

18: SUSANA CATTANEO CORONA

     Cada vez que releo la obra de Olga Orozco, siento que me rodea un mundo que va más allá del que me rodea. Esta poeta que puso palabras al misterio (Pizarnik puso misterio a las palabras), instaura en mí el deseo de cruzar el Portal que conduzca a un universo como el que ella crea, tanto en sus poemas como en sus relatos. Lo misterioso, la vida, la muerte, lo oculto, Dios, la lectura de cartas del tarot, la astrología, la mirada profunda por doquier, enamoran todos mis sentidos. Crece en mí una fuerza poderosa que a gritos me dice que hay algo inmenso y trascendente, un “algo” que es la vida pura, esa que aún no conocemos. Como ella decía: “que no podemos conocer desde este costado del mundo”. Todo me envuelve como si fuera un manto de magia; crece mi interés por lo que aún no tiene nombre.

     Alejandra Pizarnik me invita a recorrer un mundo atrayente y a la vez un tanto lúgubre. Me gustaría caminar por esas noches donde ella era dos y los momentos en que tomaba té con su muñeca. Un mundo donde la muerte ya no es lo desconocido sino una compañera esperada y deseada. Una presencia constante. Transitaría cuartos donde ojos, rostros, miradas parecen invitar al asombro.

     Siento en el mundo de esta poeta, que me rodea la oscuridad, pero también la luz del alba que ilumina una rotura por donde entra el sol. El lugar donde vive su poesía me enriquece.

     Marosa di Giorgio. Cuando navego por el ambiente que crea siento una placentera frescura. Todo es verde y amarillo. Todo iluminado. La sensualidad sonríe. Me gustaría transformarme en una planta, un hongo, sentir que soy a la vez una hidra, una flor de lis, una azucena. Vivir en un mundo donde una gallina se puede casar sola, consigo misma.

     Esta poeta crea un lugar de exquisita fantasía donde predomina otra realidad que se impone, creada a su vez, dentro de la realidad. Allí soy libre.

     Jorge Luis Borges en su libro “El Aleph” escribe un relato titulado “La casa de Asterión”. En un monólogo (excepto la oración final) recrea el mundo del interior del Minotauro explayando sus pensamientos arrogantes, omnipotentes y altaneros, pudiendo entenderse la altivez de Asterión como el convencimiento de ser el más todopoderoso: un dios. El relato termina diciendo: “Lo creerás, Ariadna -dijo Teseo- el Minotauro apenas se defendió”.

     Me hubiera gustado estar dentro de este relato como un personaje del cual sólo apareciera su voz, como una conciencia protectora que le hiciera reflexionar por cada expresión narcisista; que ese personaje hubiera podido enseñarle un poco de humildad para que comprendiera que era vulnerable. Esto podría haberlo ayudado a salvar su vida, defendiéndose.

19: SUSANA SLEDNEW   

 

     La vez que leí “El libro del desasosiego” y cada vez que volví a fragmentos, he pensado quién es quién cuando se firma con un heterónimo, cuánto de la voz de su autor, Fernando Pessoa, hubo durante la escritura y la gestación de la obra.

     Me dice la información a la que accedo a través de notas que “era un hombre de su época, interesado en el ocultismo, la política y la literatura vanguardista (…) que su vida fue marcada por la soledad y el deseo de trascendencia”. Leo también: era un “soñador que razona” (…) un “místico descreído”; “un monstruo de imposibilidades anclado en la realidad” (…) “su voz era opaca y temblorosa, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es perfectamente inútil esperar”. ¿Quién lo era? ¿Cuál o cuáles de todas las facetas y visiones del mundo que emergen en esta obra pertenecen en realidad a Fernando Pessoa?

     Me hubiera gustado protagonizar intervenciones en algunos fragmentos de ese Libro, mi propia voz en diálogo, para divagar -con él o con Bernardo Soares acerca de él- sobre distancias y cercanías entre lo que dice su alter ego y lo que hubiera dicho el real Fernando Pessoa, fuera de esa ficción que en un punto crean los textos poéticos, pero sobre todo los firmados así.

     Me hubiera interesado ser una voz que se hiciera presente desde el presente. Transcurrir ahí, en ciertos pasajes, como una figura que le discutiera desde una mirada espontánea, sin dobleces filosóficos o conceptuales estudiados, sino desde la vida misma, desde su celebración y su inquietud. Y que el propio Pessoa acudiera a darme respuesta o a seguir el diálogo. Que él manifestara sus propias observaciones ante la insistencia melancólica, frente a la introspección de los planteos, junto a sus divagaciones en escenas cotidianas, de cara a la filosofía de vida que se va colando en los textos. Porque este Libro es uno de los que con más intensidad me ha hecho pensar, divagar, mirarme, mirar alrededor, apreciar actos y sucesos cotidianos.

     Si bien, se dice que “El libro del desasosiego” es la más ‘pessoana’ de todas sus obras, es a la vez -de entre quienes he leído con tanta ganancia hacia lo esencial de la condición humana-, el autor que menos ha saciado mi curiosidad sobre su propia voz por el peso que le agrega el heterónimo: figura que supone un ser distinto al de su personalidad original.

     Esta ‘nueva obra intervenida’ me propondría una manera diferente de perderme y de encontrarme.

20: VIRGINIA CARAMÉS

     Me pongo a pensar y encuentro que no quisiera estar en la mayoría de las novelas de mis autores preferidos. Si anduviera por Córdoba, me cuidaría de que mi visita fuera lejos de la nostalgia del almacén de “Los adioses” de Onetti. ¿Visitar a los Compson de Faulkner? ¡No! Pasar por lo de Mme Arnoux, la de la “Educación sentimental”, tampoco. No entraría en los mundos terribles de Günter Grass ni de Sebald. Tal vez, me daría una vuelta por el “Glosa” de Saer, pero en el asado al que no asistieron Leto ni el Matemático. Y si bien pasaría a tomar un Martini por lo de los Farquanson, me retiraría temprano ya que Cheever me advirtió que todo se irá poniendo espeso. No me enredaría en los galimatías de Olga y K porque no quiero ir a “El castillo”, a mí me gusta acá. (*) En fin, bien me cuidaría de que entre todos ellos y yo mediara la página encuadernada.

     Me sentaría a conversar con Flaubert, que me cuente cómo vinculó a los sobrevivientes del naufragio del Medusa con el sitio de Cartago para “Salambó”. Me tomaría un vermouth con Leónidas Lamborghini en una mesa en la vereda con un triolet de papas fritas, palitos y maníes y, en plan de simpatías, lo invitaríamos a Aristófanes para que haga gala de sus ocurrencias. Paso de Borges y Bioy Casares, ya quedaron en el registro exhaustivo del diario de ABC.

     Quisiera verlo a Montale lidiar con los girasoles, a Eliot medir el tiempo en cucharitas de café, iría con Szymborska al teatro, con Marco Denevi a un concierto, con Manuel Puig iría al cine o bien le pediría a Molina (**) que me cuente una película (sería un Molina libre, sonriente y en una plaza). Con Marosa di Giorgio iría al jardín –o mejor con Emily-. (***) Me sentaría al atardecer, en la isla, con Leopoldo Lugones, pero con un Lugones cercano, con el Lugones de Aira.

     Y sobre todo le prestaría oreja a Proust cuando me contara a propósito de Bergotte: “Tenía que resignarme a la idea de que incluso los seres que fueron más caros al escritor no han hecho, al fin de cuentas, sino posar para él como para un pintor.”

                                                                                                   

(*) Paráfrasis de un verso del poema del poeta dadaísta argentino Federico Manuel Peralta Ramos: “No quiero ir a la luna, a mí me gusta acá…”

(**) Molina: personaje de la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña”.

(***) Emily Dickinson.

 

 

© All rights reserved Rolando Revagliatti

 

 

Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos, relatos y microficciones y diecinueve poemarios. En ediciones digitales se hallan los seis tomos de su libro “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”, conformado por 159 entrevistas por él realizadas. Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com  – Más de 1400 videos en los que ha grabado poemas y otros textos literarios de muy diversos autores se encuentran en https://www.youtube.com/user/rolandorevagliatti/videos

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