Al igual que sucede cuando se traduce un texto, leer para comentar pide una atención específica, una inmersión, un hermanamiento con las intenciones del autor, un viaje por el universo que plantea desde su particular uso del lenguaje.
En este conjunto de poemas, Ambrosio Gallego recrea una realidad profusamente poetizada como es la del amor, pero lo hace desde una perspectiva panegírica y diferente que considero innovadora. Aunque interiorizados, hay diversos personajes en la voz del poeta, diversas situaciones amorosas en un abanico de perspectivas que completan una especie de puzle.
El título del poemario dice mucho de la orientación poética del contenido. Rememora a la sección de contactos de un periódico (actualmente plataformas de contactos, etc.), pero aquí no es Alguien que busca amor, sino el Amor mismo que busca a alguien. Rescatado el hecho de “buscar” de un posible juicio negativo (pareciere que el hecho de buscar denotara carencia, frustración, cierto patetismo), queda aquí realzada la naturaleza de la expectativa, del deseo de amar. El verbo transitivo sin complemento directo indica que lo que se busca es la búsqueda en sí misma, el arrebato del encuentro de la esencia propia con la esencia del otro, un fenómeno emocionalmente cognitivo. Ambrosio juega a veces con la sintaxis convirtiéndola no ya en semántica, sino en conceptos nuevos; personalmente me gusta que se tome esa libertad porque lo hace con conocimiento de la herramienta y obtiene un buen resultado comunicativo y poético.
Que el amor sea un tema recurrente en la literatura muestra que todavía no sabemos mucho sobre la diversidad de causas y consecuencias que conlleva esa emoción. El amor es una entelequia que nos interpela desde distintos lugares de naturaleza dispar: el cuerpo, la pervivencia de la especie, la sociedad, la cultura (y dentro de la cultura la familia, el goce, el trabajo y el ocio) y el imaginario (y dentro del imaginario las canciones, el cine y la literatura). O sea que el amor lo toca todo, es como una especie de lluvia ácida, o plácida, de la que no podemos escaparnos. Y además lo deseamos y lo buscamos.
También el en título queda topicalizado que el amor, ese protagonista, es ‘maduro’, lo que supone un desafío al edatismo, un reto consciente que libera al amor de los “años verdes” de la juventud y le confiere universalidad espacio-temporal. Esa entelequia que es el amor queda así definida más allá de sus propios límites, incluyéndose la estupefacción o el despropósito. Porque Incluso “las calabazas que recibe el amante o el pretendiente son hermosas” (p. 16).
El hecho de amar basta. Se ha superado aquella frase de los incautos ante el rechazo (“él/ella se lo pierde”), e incluso la frase más meditada de “yo amo, y si no me corresponden no es mi problema”. Aquí, si se me permite, todo el poemario es la anti-frase consolatoria. El amor es y punto. Neutraliza a su contrario: “Estaban juntos siempre y odiaban nunca, nadie, nada”, p. 17).
Como han defendido algunos lingüistas, los idiomas se organizan en ejes antónimos, pero en el caso de Ambrosio, tal vez porque nació en Badajoz, con 45 grados a la sombra, el antónimo del amor no es el odio sino el frío. Y es desde ese antónimo que se ama y se busca. Se ama desde la soledad, como el guardabosques que ve “huir al corzo y elevarse al águila” (p. 11) hacia un cielo que tiene “peldaños imposibles”.
Se acepta el amor tal cual se da, con la impotencia del amante maduro que, ante el amor, siempre será inmaduro porque “todavía no sabe soñar solo” (p. 12). Desde la serenidad de la madurez se mira atrás y se pregunta “¿Cómo desatascar la juventud de lo que simplemente fluye?” (p. 15). Ese uso del vocablo ‘desatascar’ es sorprendente, de repente el lector se encuentra ante una tubería con un vaso de bicarbonato en la mano. Esta sorpresa se une al oxímoron de comprender la esencia del mundo cuando ya estamos cerca de marcharnos, “lo pequeño que es el mundo dentro de un ser dormido” (p. 14), o de cómo hacer las preguntas correctas. A veces la soledad es más fuerte y sólida que el amor y gana.
Me llama la atención el material poético con que Ambrosio versifica esa anti-proposición global sobre el amor. Lo primero que destacaría es la gran habilidad que despliega en la creación de momentos casi fotográficos. En el poema “No es una camisa” (p. 18), una mujer tiende la ropa, lleva a la mejilla una camisa para ver si está seca y, en la mirada del poeta, la camisa se convierte en una vela de barco que puede transportarla y liberarla del cuerpo que existe dentro de la camisa vacía en lo que se podría llamar “entrelazamiento cuántico”.
Así como Borges estaba obsesionado con las dimensiones físicas del tiempo y el espacio, yo veo también una conexión de la poesía de Ambrosio con la Física, y es algo que emerge de la relación de la realidad con las palabras. Las personas sensibles perciben las leyes físicas; por ejemplo, mi hijo de seis años me preguntó una vez si la lluvia podía “subir”: estaba reconociendo la ley de la gravedad. Cuando Ambrosio escribe “unos ojos que miran cual geranios” nos sitúa ante quien observa desde un balcón con una precisión y concisión extraordinarias, y en esto reconozco un dominio de la perspectiva que me parece fuera de lo común. En el poema “Canción fallida desde el frío bierzo”, el fuego “ilumina una foto hasta el hueso” (p. 22), y nos damos cuenta de que sí, las fotos tienen huesos, que son los de nuestros dedos y, por carambola, los de nuestros recuerdos.
Alguien ha dicho de este libro de Ambrosio que los poemas “se sostienen”. Y es correcto; pero ¿Cómo se sostienen? Yo creo que estos versos de Ambrosio tienen fractalidad. Los fractales son estructuras geométricas que se encuentran en la naturaleza, en este caso la naturaleza léxica, y que se repiten a diferentes escalas. Esta versión progresiva de sí mismo es una propiedad que se aprecia en ciertos vegetales, por ejemplo, en un brócoli. O en el trazado de las costas. En el caso de los animales se observa fractalidad en el interior del cuerpo; los pulmones, por ejemplo, son una estructura de alveolos que se repiten a sí mismos.
Hace tiempo me preguntaba qué hace que un texto sea bueno, y me pareció que una posibilidad era su fractalidad. Por poner un burdo ejemplo: si digo, metafóricamente, que una amistad se ha muerto, puedo expandir la metáfora y hablar del funeral en el bar donde, cual tanatorio, me exequio con un gin-tónic, de las chicas que desafinan en el karaoke como plañideras…
Yo veo fractalidad en los poemas de este libro de Ambrosio Gallego por su forma y por su contenido, y también por su intertextualidad. El tema del frío, por ejemplo, es recurrente en la obra de Ambrosio que en 2011 ya publicó “Otros fríos”. En el poema “Canción fallida desde el frío bierzo”, al sonar de una canción de Simrit Kaur (una música también minimalista fractal) el texto progresa recorriendo un trayecto emocional que va del frío al deseo de calor a través del bosque, la nieve, tañidos de campanas, la noche, el guijarro, el fuego, los montes, la incandescencia de lo probablemente verdadero, la huella, el aliento, las letras blancas de la camiseta (blancas como la nieve) donde pone ÁNGEL. Y el frío continúa cuando el poema ha terminado porque finalmente eso es de lo que se ha escogido hablar, del viaje del frío que define al amor en antonimia.
Otro ejemplo de lo que identifico como ‘fractalidad’ se encuentra en el uso de conceptos en una red casi irónica, como cuando dice “no creas, sé sangrar, porque nos hemos amado al filo de todo” (p. 24); de lo mundanal surge un hilo de sangre amoroso que se proyecta dentro y fuera de sí mismo. El filo de los límites corta (los límites de lo posible, del placer, del dolor), y la sangre de la poesía mana.
Así vemos que los temas viajan de un poema a otro, aprenden cosas. En el poema “Su mujer partió lejos” vuelve a estar el frío, pero ojo con la especificación: “no todos los fríos son iguales” (p. 27).
Eros y Tánatos también reciben un tratamiento particular: “la terrible muerte de quien ama con olvido de sí mismo” (p.35), porque ese amor que se busca implica perder o incluso morir; pero la magia salva: las palomas no salen del sombrero, sino que “se desclavan del suelo y desaparecen bajo la chistera irreal de la ducha” (p. 36). El autor logra una subversión irónica de la realidad estereotipada y, como remarca, “enloquece la física” (p. 37).
Una imagen que me parece remarcable por lo sensual del arte amatorio físico y psíquico: “golpeado en la miel” (41), “y al poco agasajado con el roce imperceptible de tu pubis”. Y también está el desgaste del proceso de seducción con sus idas y venidas “Te creía más ingenioso / con todas esas estanterías / con que me cenas cada noche” (p. 46).
En definitiva, Ambrosio nos habla desde un amor que ya no es esclavo de las pulsiones del cuerpo y que, sin embargo, reconoce que debe su naturaleza a esas pulsiones.
Observado desde el idioma, el súper-concepto del amor precisa de adjetivos especificativos: amor filial, amor fraternal, etc. En este libro no se habla de esos amores especificados, ni del amor místico, o de comunión con la Naturaleza, o de un amor de clan, aunque todo eso también esté en los actantes. Se trata de un amor mayormente romántico, un amor que se ‘busca’ en el universo de las palabras por la unión de contrarios. Es como si el amor fuera un árbol que hablara a sus frutos que un día fueron ácidos, que se doraron al sol y que cayeron al suelo o fueron picoteados por los pájaros o recolectados y transportados a un mercado y luego vendidos, deglutidos o convertidos en mermelada. Y de cada una de esas circunstancias quedó una energía que fue compartida con el universo, que no murió ni fracasó ni triunfó, se transformó, continuó su proceso natural y se convirtió en humus poético para la continuación de la vida, para la continuación del “amor” como motor del mundo. “Qué extraño bien, envejecer en ascuas” (p. 52). “Contigo no hace falta hablar de amor / si a tu conversación la lluvia acude” (p. 56).
También me ha impresionado el poema “Dime que lo exprese cómo” (p.20). Una persona visita a un enfermo, y es quizá un contexto donde el amor se pone a prueba, o se queda en suspenso, y eso se palpa en las palabras que espera el paciente, que el poeta cose: “Aún sin amor, amor insiste siempre”.
En definitiva, se puede amar sin amor, incluso se puede amar con odio (cuando el odio no se convierte en guerra), pero no se puede amar con frío. Nadie es alieno al amor ni aunque sea por defecto. Pareciera que especialmente para los seres masculinos el amor es algo de lo que no pueden sustraerse en la obligación genética que les hace esclavos de las estrategias de supervivencia de la especie. Para las mujeres es un poco distinto, porque como dice Jane Fonda “un día llega el momento de cerrar la tienda y de hacer inventario”. Y, sin embargo, lo que Ambrosio plantea trasciende la caducidad de la potencia reproductora, y es porque se sitúa, mediante la poesía, en una nueva dimensión de lo material a través de lo que somos: polvo de estrellas.
Tal vez a tenor de sus alumnos del instituto, Ambrosio escribe de acuerdo con la liquidez de los nuevos tiempos, ese concepto acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman que describe la sociedad actual como cambio constante, donde las estructuras sociales tradicionales se diluyen y las relaciones se vuelven más efímeras y volátiles, sin condiciones de permanencia. Esta liquidez moja los conceptos y diluye las líneas que distinguen los géneros humanos (con la aparición de los elles, por ejemplo) y también de los géneros literarios. Al difuminarse las líneas definitorias del amor, el amor se expande. Como dice Wislawa Szymborska en la cita inicial, el ser maduro ama de un modo distinto que le acostumbra a la muerte.
Para acabar, leer este libro de Ambrosio me ha dado pistas para una definición del amor como búsqueda. Desde la nostalgia adolescente de añorar una presencia todavía desconocida mirando la luna, a la composición madura del puzle de uno mismo en a la acumulación de experiencias de la madurez, el amor es la predisposición a encontrar el amor, a sentir esa dulzura, ya sea con la misma persona o con personas distintas, en presencia o en ausencia, en la literatura o a través del trabajo, en los hechos, en los acompañamientos, en la selección cuidadosa de las palabras y de los gestos. Es la búsqueda de aquello que nos gusta recibir al darlo. Y todo esto sin imposiciones, en libertad.