saltar al contenido
  • Miami
  • Barcelona
  • Caracas
  • Habana
  • Buenos Aires
  • Mexico

Junio 2023

FORTUNA. Lluvia H. M.

Nunca descuelgo el teléfono por si llegara a llamarme. Lavo los platos del desayuno con la llave cerrada y los nudillos enterrados en montañas de espuma grasosa. Dicen que eso ayuda a la economía del hogar, pero no es lo más importante para mí.

 

Si un pájaro llama a la ventana, agito la escoba para obligarlo a abrir las alas y marcharse al jardín más lejano. Desde hace tiempo aborrezco cualquier ruido que no provenga de su garganta, la fricción de sus movimientos o del timbre del teléfono. Es el único que podría llamarme a estas horas.

 

He retado a las cejas de mi madre cuando se levantan con suspicacia cada vez que comento algunas de nuestras promesas. Le digo: “Madre, si él de noche viniera a esta casa y dijera mi nombre, yo ya no sería más de aquí y no quisiera más este apellido”.

 

No sé cómo explicar que, en realidad, yo no he hecho nada extraordinario por él. Sólo lo que me ha correspondido, lo que resulta natural en una pareja. Incluso cuando me eligió, no recuerdo haber hecho algo especial. Creo que estoy en deuda.

 

Una noche soñé con su llegada a mi puerta y eso que no conoce mi casa, no ha escuchado la voz de mi madre y no sabe que he tenido un padre que ya no es. Llegó vestido con el color que me gusta y tenía un coche rojo, deportivo, acicalado al estilo de los dandis de las películas en blanco y negro que yo veía a escondidas cuando se supone debía tomar la siesta. Yo limpiaba la cocina, particularmente, una vajilla que hace tiempo no usábamos, por supuesto, cara y especial. Yo lavaba y el timbre del teléfono no me perturbaba, al contrario, de antemano sabía que vendría ese ruido. Mi madre alzó el auricular y se quedó rato gritándole aló, aló, aló. Cuando colgó, tres toques contundentes y acelerados se escucharon detrás del portón. Se trataba de él, mi amado.

 

Para sorpresa de mi madre, él no esperó la invitación y fue directo a la sala en cuanto tuvo la oportunidad de escabullirse por la puerta. Tenía un ramo de flores de varios colores; no sé el nombre de las flores, falta de costumbre. Rugía mi nombre y yo sacaba mis manos del chorro de agua sólo para descubrir que llevaba puestos unos finísimos guantes de encaje negro forrados en diminutos cristales. Yo corría a la sala con los guantes puestos y no sé qué vestido, qué zapatos llevaba. Él me miraba con esos ojos de galán que no puede asimilar la belleza de ensueño de su amada. Me tomaba por la cintura y acercaba su rostro tan desesperadamente al mío que hubiera sido difícil resistirse. Mi madre no decía palabra, pero la lectura de los labios tenía un significado torvo. Contenía el aliento y golpeaba el piso con el tacón de una bota que nunca le he visto, excepto en funerales y magnos eventos. Esta reunión significaba el inicio de un funeral o de un magno evento.

 

De brazos cruzados y con la única fuerza de su látigo invisible, le gritaba a él que no era digno, que no tenía suficiente clase como para compararla con la mía. Esos apellidos no debían juntarse nunca, se leerían como una maldición. Y levantaba su dedo índice con violencia, nos señalaba con ira. Un pesado anillo, es que tiene un gordo diamante, pudría el dedo con el que nos señalaba. Al mismo tiempo, una fuerza magnética abría puertas y ventanas.  Las fotos de la sala estallaban y del ramo de flores salían gusanos verdes expulsados de los pistilos. “Para vencer hay que escaparnos”, me decía una voz que no era de hombre ni de mujer. Un torbellino oscuro removía las alfombras de la casa, arrancaba las puertas y traía volando mis pertenencias. La estufa escupía fuego violeta de todas las hornillas. Tomaba su mano, la de él, y corríamos lejos de la presencia de mi madre que parecía una estatua, no, un espantapájaros.

 

Esa voz oculta más allá de las vigas del techo retumbaba a nuestro alrededor. Pensé que no nos quería porque arrojaba mucha luz sobre nosotros para que fuera imposible escondernos. “Si haces lo que siempre has querido llegarás a la resolución de un conflicto”, decía la voz. Yo sabía que era un mensaje de amor, que yo debía escucharme a mí misma. Entonces, tomaba su mano, la de él, y nos guiaba hacia la puerta por donde había entrado al principio. Lo había hecho con tanta seguridad, me sabía capaz de enfrentarlo todo. Mi madre no estaba por ningún lado. Yo cruzaba la puerta y, al respirar el aire tranquilo de la vereda, escuché un solemne disparo. Él yacía en el piso con sus dedos envueltos entre los míos. En medio de mi frente había un boquete del que supuraba sangre y veneno. Cuando supe qué ocurría me levanté de la cama y despabilé todo mi cuerpo.

No es que sea supersticiosa, pero me han criado para creer en los presagios, la teoría de los antiguos y nuevos testamentos. Un sueño que no se cuenta siempre tiende a cumplirse. “Qué te ha dado ese hombre”, me dice mi madre. Permanezco insomne todas las noches para no alterar los planes de este destino incrustado en mis recuerdos y en las hojas de mis diarios secretos. “Me quiere”, nunca cambio la respuesta tras escupir con vómito los somníferos que me obliga a tomar cada noche. “Te va a matar”, dice.

 

Pero todo está bien. Sería incapaz de matarme, también de darme la vida que dice que yo merezco. Se va lejos de mí, no hay dinero. No lo tiene. Y yo tampoco lo he tenido y, en realidad, no me interesa. En cambio, era un tema recurrente en sus planes y sus pláticas tendidas por el cable del teléfono; por encima de mí, gobiernan todas las monedas imaginarias que todavía no engordan sus bolsillos, todos los bienes que podrían construirle una vida más plena y dichosa, y sólo después puedo estar yo.

 

Una noche sesgada por el calor de abril —era abril porque yo vestía de blanco y mi rostro tendía a verse brillante por el sudor y las lágrimas que solían escurrirme oyendo a lo lejos los cánticos de la crucifixión— me llamó desde un bar ubicado en las orillas de una playa bastante conocida. Me pidió ayuda, o bien, dejó en claro que yo podía ayudarme si lo ayudaba a él. “El abalorio de tu madre y el diamante de su anillo… son tan grandes”, hizo la pausa. No sé a dónde iba, en verdad. Apreté el auricular contra mis oídos asumiendo que me diría el resto después. “Sí, son muy valiosos”, le contesté. “Ahora lo entiendes”. Escuché cómo sorbió de un tarro vacío que debió durarle el resto de la madrugada. En ese momento supe que decidió que ya no habría nada qué decirnos si yo no hacía algo por los dos.

 

Entonces tuve el gran sueño y fue cuando comprendí a qué se refería. Mi madre es el obstáculo, por eso no había final feliz. Si yo no me decido no habrá brazos vestidos de encaje ni un auto deportivo en dónde apilar rebaños de maletas. Desde el ruido inocente de mi mecedora vivo esperando el llamado. Aguardo el momento para escuchar su voz salir otra vez del teléfono anunciando la guerra. Ahora sé de qué protegernos.

Si toca sorpresivamente la puerta y abraza el ramo contra su pecho, mi madre saldrá por parte mía, y de mi parte saldrá el afilado cuchillo de carnicero. Estropearé desde la espalda la hermandad de los frígidos pechos, aquellos que protegen el valioso abalorio que atormenta nuestra unión. Caerá muerta y la visión de su futuro quedará tan tendida y anulada como ella contra el piso. Entonces, tomaremos posesión de mis vajillas y todo lo útil para construir vida de casados. Escaparemos juntos como los amantes que desean ser libres para vivir en comunión.

Mientras tanto, no puedo tener ningún otro sueño.

 

 

 

 

© All rights reserved  Lluvia H. M.

Lluvia H. M. (San Luis Potosí, México, 1996). Estudió Lengua y Literatura Hispanoamericana en la UASLP, más tarde Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Ha participado en distintos talleres literarios, el más importante ha sido Abismos, dirigido por Xalbador García. Actualmente se desempeña como Community Manager para una agencia de publicidad, se especializa en la escritura persuasiva y la redacción de artículos para medios digitales.

 

Me encantó el estilo literario, buen vocabulario y me mantuvo en suspenso toda la narración felicidades. Con gusto espero el siguiente

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.