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Junio 2023

BARCELONA… lo personal fenece. Eduard Reboll

 

Algunos que me circundan hablan de la muerte de una literatura en esta ciudad. Entendida, no tanto por lo que implicaría la escenificación posible de personajes en ella desde una novela actual en las Ramblas o el barrio de Gracia, sino como la pérdida de identidad en lo cotidiano entre calles y avenidas que antes daban un caché al espacio o lugar privilegiado en una tienda, bar o comercio. Aquello que antiguamente diferenciábamos como personal en una urbe para distinguirla de su contigua, hoy es patente su no-existencia en la mayoría de ciudades conocidas en el mundo. Barcelona, no se escapa.

Hay causas naturales, propias del crecimiento como individuo hacia la vejez que derivan a pensar que “lo nuestro ya no está¨. En boca de mi abuelo le oí decir: “¿Cómo un coche va a tener más preferencia que nosotros al cruzar la calle en esta ciudad? Todo el día están dándole a la bocina. Están desapareciendo el carruaje y sus arrieros, el vendedor de palmas, el sereno… las mujeres empiezan a usar pantalón y fuman. ¿Dónde está mi Barcelona? Aquí ya no se puede vivir”. Lugar, el barrio de Sants a finales de 1950 mientras uno iba con un bombacho corto, camisa a cuadros, zapatos de charol adquiridos en la prestigiosa tienda el Rey del Calzado y pajarita ñoña para ir los domingos a misa. Con cinco años, eso sí, me compraba una horchata de chufa valenciana en la heladería de la Sra. Pepita que ya hace años que desapareció y hoy lo ocupa un Burger King.

Pero principalmente las causas que determinan que Barcelona se despersonalice es la floración del turismo incontrolado. La afluencia de cruceros que de la noche a la mañana desembocan decenas de miles de almas hambrientas decididas a ocupar el casco viejo de la ciudad. Los apartamentos bajo la tutela de Airbnb interrumpiendo la rutina de los vecinos que habitan en el edificio. La devaluación del transporte aéreo en distintas aerolíneas bajando precios y calidad. Hay un momento que maldices ser “ocupado” en nombre de una supuesta visita turística que teóricamente acude a “conocer” qué ocurre en tu hábitat. Recuerdo a un neoyorquino que había llegado por primera vez aquí y, sosteniendo una jarra de cerveza en la Plaza Real, me dijo mientras contemplaba a un desfile de extranjeros arrastrando las maletas “¿Y dónde están los barceloneses?”.

La Barcino -nombre original de la ciudad en tiempos de los romanos- carece hoy de aquellos recorridos bajo el silencio casi sepulcral por sus calles del barrio Gótico. Hace quince días cerró uno de los bares más auténticos y vecinales cerca de la Plaza Sant Jaume, El Brusi; allí se comían los mejores callos que la señora Montserrat la mestressa -la dueña- preparaba de buena mañana con su nieta al lado. Después del vermut, uno se dirigía a contemplar el Templo de Augusto. Y al finalizar la visita, a tomarse un chucho a la pastelería La Colmena, en la plaza del Ángel. O un buen carajillo en el Mesón del Café de la calle LLibreteria.

No muy lejos, en la década de los 70, se encontraba la sala Zeleste (…sí con “z”) para meditar sobre el origen de la contracultura musical. Con rumberos como Gato Pérez, salseros como la Orquesta Platería, o bajo el concepto de la cobla catalana como el grupo La Eléctrica Dharma. Hoy los recién llegados se acumulan en El Opium o El Carpe diem en el malecón de la Barceloneta a escuchar reggeton o rap. Las Ramblas -no como ahora a rebosar de azules reflectantes en un vaquero, rubias y dandis sesentones buscando mesa para comer, – fue un paseo meditativo o conversador de literatos como Manuel Vázquez Montalbán o Josep Maria Carandell o el prestigioso poeta Jaime Gil de Biedma

Ha desparecido el concepto de goce para los que habitamos en esta ciudad y su simbología que le dio nombre y prestigio internacional: la ha matado el bullicio. Ya es un tópico decirlo, lo sé, pero nunca mejor dicho afirmar que “Barcelona ha muerto de éxito”. Es decir, desafortunadamente, el funeral: sigue y sigue cada día sobre el féretro de esta urbe.

En un artículo de Antonio Muñoz Molina, La cludad privatizada, en el diario El País decía: “Las terrazas, las franquicias, el tráfico sin control privatizan la ciudad y discriminan a quienes la habitan, porque no queda casi nada en ella que no deba ser pagado a un alto precio”

Hoy, un barcelonés-miamero hace eco de lo que ocurre, mientras disfruta su retiro aquí. However, no olvidemos que el fenómeno es común en muchas capitales del mundo occidental que han obtenido éxito durante su evolución histórica.

No matemos aquellas fotografías vivientes y humanas que dieron pie a una gramática general para entender el lenguaje de los sujetos que allí vivimos.

 

 

All rights reserved Eduard Reboll

Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

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