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Abril 2019

CASA XOCHIQUETZAL. CIUDAD DE MÉXICO. Eduard Reboll

Epílogo

 

Así es; una casa. Un pequeño palacio colonial. Un lugar de acogida donde alguien abre la puerta de la manera más amigable para recibirte. Uno cree al principio, al entrar junto a mi amigo el novelista Carlos Gámez y mi editor Omar Villasana, que sólo estábamos ahí para que este último le entregase un sobre en las manos en nombre de Nagari y la editorial katakana. Todo quedaría listo bajo un “Vámonos… muchas gracias”. Dándoles un adiós desde nuestra educación formal. Un trámite cumplido; una caridad más.

 

Pues no. No fue así. La historia es la revés.

 

Gracias. Gracias Casa Xochiquetzal. Gracias Jésica Vargas, directora del centro. Y gracias a sus trabajadoras sexuales jubiladas o bajo protección por hacernos el día más apto para seguir en el aquí y el ahora. Por darle un sentido a nuestro quehacer como amantes de la palabra que somos. Por permitir memorizar aquella energía y lo “palaciego” del encuentro en este relato. Lo afable y hermoso de aquel recuerdo sentimental… lo merece.

 

Artículo terminado

Fdo. Eduard Reboll

 

Crónica desde mi origen

 

En 1980 conozco en el Bar Tequila de Barcelona ubicado en el  barrio Chino barcelonés (…hoy llamado “El Raval”), a la Sole. Allí aprendimos juntos a bailar salsa a través de la Fania All Stars y Celia Cruz bajo aquellos enormes LP’s que los marineros del portaviones Kennedy traían al llegar a puerto cerca de las Ramblas. Al cabo de un tiempo, mi amiga me dice que trabaja en un bar de camareras de la calle Mariano Cubí de la zona alta ofreciendo copas y servicios a los clientes que lo soliciten: “Hay gente que lo necesita Eduard. Yo les doy lo que me piden en la cama y así me gano una buena plata”. Sole no tenía proxeneta, ni prejuicios, y defendía a capa y espada el dar placer a la libido masculina de quien lo demandara, como un oficio más. Al cabo de una década, abandona la profesión y confecciona ropa por su cuenta. Me ofrece venderla en los antros de la ciudad a sus antiguas compañeras de trabajo y tomo una decisión dos años más tarde.

 

Por necesidad económica del momento, el que escribe se recorrió los meublés, bares y prostíbulos de la ciudad de Barcelona vendiendo piezas de vestuario y lencería de encaje, nylon, seda, lycra… y repleta de símbolos cristalizados en las mangas, el escote o en el talle. Si bien es cierto que conocí el lado oscuro de la prostitución en algún aspecto deliberadamente denigrante para la mujer en mis múltiples visitas, también es cierto que existe otra faceta pública. Sin monomanías. Libre. Abierta al juego erótico y al pacto entre dos. Bajo el acuerdo económico y el respeto. Y limitada en el tiempo. A una edad. O a una decisión imperativa por las circunstancias en que se encuentre la mujer.

 

“Fui una trabajadora sexual y no me arrepiento”. Me dijo Sole cuando cambió el oficio de la carne por la del diseño y la costura de confección. “Aprendí de todo: lo horrendo y denigrante, pero también lo bueno. Ayudé a muchos a madurar y a mantener su familia unida”.

 

 

 

 

 

Desde Ciudad de México.

 

En el centro histórico, hay algunas calles y avenidas llenas de mercaderes de muñecos que venden a niños y mayores… recuerdos y compañía. Puede aparecer repetida tantas veces la Guardia del Rey León, Winnie de Pooh o el oso Yogui, como la Minie o algunos de los 101 dálmatas de Disney.

 

Durante nuestro paseo matutino, un baño de color y algodón en sus texturas, nos conduce a la antesala de la plaza Loreto. Allí, en una casa pintada en amarillo en sus paredes del exterior, un edificio público del gobierno aloja la Casa Xochiquetzal. Nombre adquirido en alusión a la diosa azteca relacionada con el amor, la belleza y la fertilidad.

 

En 2006 Carmen Muñoz, antigua trabajadora sexual en las calles de Ciudad de México, contemplando la realidad del barrio de la Merced donde mayoritariamente se agrupaban muchas de ellas sin más cobijo que la piedra o el cartón cuando les llegaba la vejez, decidió junto a un grupo de feministas de la capital entre las cuales se encontraba la laureada escritora Elena Poniatowska, fundar esta institución de acogida.

 

En este albergue, que desde su inauguración ha recibido cerca de 500 sexoservidoras entre residentes y ocasionales que vienen a pedir auxilio en busca de asesoramiento o cobijo, reina la fraternidad en forma de actividades que permiten a las residentes mejorar su nivel personal: estudios primarios, talleres que les complementan su formación manual a través de la pintura, el bordado o la artesanía, seminarios sobre salud, actividades físicas…

 

Sin embargo, la película humana que viví durante más de dos horas está más cerca de mi piel por el contacto establecido. Tiene que ver como ellas construyen su refugio en este patio cubierto por una claraboya de cristal. Como organizan sus encuentros frente a frente o en comunidad cuando alguien las visita. Sus relatos sobre el bienestar actual y el pasado de su oficio. El amor entre ellas. Anécdotas que visten su realidad de hoy y a veces con algún conflicto dentro la manga. La organización de la estancia. Sus dormitorios. Alguno, bajo el símbolo de Jesús y su corazón coronado de espinas. Otros, con alguna que otra muñequita comprada entre las calles por donde hemos cruzado.

 

El lujo de contemplar tendida la ropa entre la barandilla y observar desde la proximidad los gestos y muecas que conducen a la felicidad desde el rostro, sin negar que alguna lárima se esconda. La manera de organizar la comida. El silencio en el comedor al ingerir sus alimentos cuando llega el mediodía.

 

La organización del taller entre margaritas, jacarandás o lirios de barro. La aparición tan tradicional de la muerte en su cultura mexica a través de las muñequillas; calaveras anoréxicas vestidas impecablemente con faldas de color y blusa blanca. Corazones pintados en rojo. Adornados con flores para que los lleves siempre en tu pecho como un recuerdo del amor vivido en aquel hogar.

 

Y ahora como homenaje… regresen al epílogo de nuevo que se muestra al principio. Es el mejor prólogo para este encuentro fraternal que encontré entre el que escribe y la mujer que allí se hospeda. Olvídense de los plurales o el grupo para nombrarlas que solo llevan al anonimato. Se llaman Marbella, Sol, Norma, María, Rosa, Belén, Raquel…

 

Casa Xochiquetzal. Mujer desde la dignidad.

 

Son una a una.

 

© All rights reserved Eduard Reboll

Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

 

 

 

Es nota escrit des de la tendresa, el sentiment i el carinyo. M'ha agradat.
Te conozco ya de hace tiempo, mi querido Eduard. Eres el colega/víctima que, como yo, pasó las penurias de una burocracia fría y decadente. Me refiero a una burocracia que nunca valora a esos individuos como tú, que con valentía, ahínco, y genuina dedicación, se comprometen en la enseñanza de párvulos usualmente maltratados y mal nutridos; educadores como tú que muestran un profundo sentido de empatía hacia el que sufre. Es un elemento definitorio que siempre he admirado en ti. Esta característica se manifiesta con cada vez más fuerza en las reseñas que tu experiencia existencial y sensibilidad intelectual, te sugieren que escribas. Tienes un don especial para transmitirle al que te lee, ese sentimiento de empatía y humildad que, desafortunadamente desaparece ante nuestros ojos día a día, en esta plástica y alocada sociedad en que vivimos. Me encantó sentir tu presencia y tu compañía durante mi paseo como lector por las penurias y genuino humanismo de esa “pequeña” historia que es la peculiar realidad de Sole.
Muy interesante. Me gusta la manera en que describes este ambiente, normalmente está rodeado de ideal frívolas y preconcebidas, de aburridos y tórridos clichés. Gracias por el Eduard Angela

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