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Octubre 2025

CASA DEL POETA. MaryCarmen Aparicio

Quise escribir esta historia para no repetirme a mí misma, aunque sé que, como fractales, mis palabras serán repeticiones hermosas como lágrimas congeladas y observadas bajo el microscopio, mostrando, formaciones anteriores, incluso a mi propia historia.

Mientras urdía las palabras para este ensayo, le hice una llamada a mi hermano. Le conté de qué iba el texto y él me dijo: “Leí en internet algo así: La mujer no quiere ser como su mamá, y acaba siendo como ella mientras el hombre quiere ser como su papá, pero nunca llena sus zapatos”. Hablamos un rato sobre lo que aún no alcanzamos a descubrir sobre las improntas de nuestros padres en nuestras vidas y cómo es que hemos definido lo que pensamos de las maternidades y lo que esperamos de ellas. Me gusta empezar este discurso con esta frase disparadora de mi hermano pues significa para mí, romper el patriarcado: incluir la voz no femenina en un compartir de un discurso feminista.

Así pues, no vengo hablar hoy de mí misma, sino de una obra que me cimbró la primera vez que la leí: El club de la buena Estrella de Amy Tan.

Amy nació en Oakland California en 1952. Nacida de padres chinos inmigrantes después de la guerra civil China, se establecieron en California. Cuando se quedaron solas a causa del fallecimiento del padre y hermano a causa de tumores cerebrales, madre e hija tuvieron una relación tortuosa, especialmente debido a las expectativas de la madre, que quería que Amy se convirtiera en neurocirujana o pianista, mientras que ella decidía hacerse editora y reportera, escribiendo discursos para ejecutivos de grandes empresas. En 1987 la madre de Tan, enferma y Amy promete que, si su mamá se salva, hará un viaje con ella a China. Su madre se cura y el viaje representa para Amy una revelación en la forma de entender a su madre y fuente directa para terminar el libro “El club de la buena estrella” que se publica en 1989. Al día de hoy, Amy con 72 años ha publicado 11 libros.

Aunque mi libro favorito de Amy es el “Valle del asombro”, el cual siempre refiero como el libro que me salvó la vida, hoy vengo a hablar de este otro libro que, para mí, atraviesa justamente el tema que estamos tratando hoy: cómo es que las madres nos hablan sobre la maternidad, aunque para mí, tiene que ver más íntimamente con lo que las madres callan.

En la forma que tengo de entender el mundo, los silencios dicen mucho más que las palabras, y ha sido hasta tener esta segunda lectura que entiendo el silencio como un acto de amor, de protección de cuidado.

En ponencias anteriores me he referido a la palabra “maternar” en un alcance más amplio: el de “cuidar” y es, justamente por las experiencias puramente propias en la ausencia de procreación que no ha sido elegida, que me he planteado “maternar” como un verbo que se extiende en ramificaciones más amplias que gestar o procrear. Además de ello me he adentrado en otras lecturas como “Fruto” de Daniela Rea para expandir el verbo a circunstancias más extensas.

Así pues, me adentro a la lectura de este libro que inicia con un esquema de ocho historias. Cuatro de las madres: Suyuan Woo, An-mein Hsu, Lindo Jong y Yin-Ying St. Clair y otras cuatro de sus respectivas hijas: June, Rose, Waverly y Lena.

La novela narra de primera instancia, las cuatro historias de las madres para luego pasar a narrar la historia que parece lejana y diferente a la historia de las madres. Cuando la historia anecdótica en cada capítulo se narra, las diferencias parecen desvanecerse. Para el lector, esta disponible un desdibujo de las diferencias a partir de las coincidencias que no son tan obvias.

El libro tiene la voz de un narrador omnisciente que conoce lo que las madres piensan con excepción de Suyuan Woo, la creadora del Club de la buena estrella, que concibe este club con el juego de mahjong, comer buena comida y tener tiempo para compartir sus historias. Algo muy importante es que la voz de Suyuan Woo -la creadora del Club- está todo el tiempo narrada por su hija, June quien, a la muerte de su madre, tomará su lugar en el Club y seguirá su tradición. Es relevante para este escrito que es a partir de la voz de la hija, que la madre cobra vida.

En toda la narración cabe destacar la pluma de Amy Tan, que, no sólo en este libro, sino en todos los libros que he tenido la oportunidad de leer con y sin la ayuda de un traductor al español, nos regalan un mundo mágico entrelazado en la superstición y sus raíces -o coincidencias- en la realidad.

Entonces empiezan a surgir los puntos importantes en esta charla: ¿Cómo podemos hacer un mapa de nuestra madre con la información que poseemos? Por lo tanto de nuestro constructo de la palabra maternidad ¿Estamos condenadas a repetir las historias oscuras a partir de sus silencios? ¿De dónde viene la potencia que nos compele a superar las historias y encontrar ese “lugar mejor” por el que ellas decidieron vivir una vida diferente basada en la esperanza? ¿Quién es nuestra madre y quienes somos nosotras?

Como ya he dicho, la magnífica pluma de Amy Tan nos lleva a situaciones tan dolorosas que pueden remover las lágrimas. En una traducción que me permito hacer libremente, An-Mei Hsu, habla de la cicatriz que lleva en el cuello.

En contexto: su madre, una concubina, tercera esposa viene a buscarla, pues le han arrebatado a su hija por la clase social a la que pertenece: An Mei! An-Mei! La llama dolorosamente. La hija, que está siendo alimentada por su institutriz llamada Popo, corre para buscarla vertiendo un plato de sopa muy caliente sobre su cuello, marcándola para siempre.

Entre los gritos de dolor, la madre finalmente desaparece para que la institutriz se haga cargo de la herida. Popo le dice a An-Mei “Tu madre usó sus lágrimas y se fue. Si no te recuperas pronto, ella se olvidará pronto de ti” La voz de An-Mei – la hija-  dice: “Vine corriendo desde el otro mundo para encontrar a mi madre. Todas las noches lloré, ambos mis ojos y mi cuello hasta sentirlos quemarse […] Ella- Popo, vertía el jugo de una toronja en mi cicatriz […] en dos años, mi cicatriz se volvió pálida y brillosa y yo no tenía recuerdo de mi madre. Esa es la forma en la que sana una herida. La herida comienza a cerrarse de manera autónoma, para proteger lo que duele tanto. Y una vez que está cerrada, ya no puedes ver lo que hay debajo, lo que empezó el dolor.”

Y quizá justamente la madre sea una cicatriz de la que no podemos ver la herida como tal, perdemos toda su dimensión.

En Fruto, Daniela Rea dice, en una paráfrasis: no puedo empezar mi historia sin la historia de mi madre. Daniela recuerda verla, mientras sus hermanos dormían, lavar los uniformes del día siguiente mientras la televisión está en silencio. Ella la mira y sabe que comparte esa complicidad con ella que sus hermanos no. Sin embargo, Daniela comprende que por medio de un recuerdo no es suficiente pretender conocerla y por ello, se adentra a empezar el libro de Fruto con una entrevista específica a su madre sobre su propia maternidad.

En una coincidencia, Amy Tan nos regala otra cara de la moneda cuando June Mei está tomando el lugar de su madre en el Club de la buena estrella y recuerda: “Una amiga una vez me dijo que mi madre y yo nos parecemos mucho, que tenemos los mismos gestos tenues de las manos […] Cuando le dije esto a mi madre, ella pareció insultada y dijo “Tu no me conoces ni en un porcentaje muy pequeño, ¿Cómo podrías ser yo?  Y tenía razón. ¿Cómo podría ser mi madre en el Club?” Finalmente, ambos pasajes nos hablan del limitado conocimiento que tenemos de nuestras madres a pesar de ser una persona que, literalmente, hemos compartido la vida. Mucho menos conocimiento tenemos de sus silencios, y los mapas que también se dibujan a partir de ellos.

Aunque el Club de la buena Estrella puede leerse también como un rompimiento entre la cosmovisión de generaciones, yo lo pienso más como el rompimiento de las palabras: lo que decidimos compartir versus lo que compartimos o decidimos callar.

Las cuatro madres de esta novela han decidido callar la historia con sus hijas, pero se permiten, en las reuniones que tienen con sus compañeras de juego, ir dejando que las cicatrices de sus historias vayan haciéndose, como la de An-Mei, brillosas y pálidas.

Creo que un guiño muy importante de la historia es que, al callar, esa palidez y brillantez deja de existir para convertirse en una nueva historia. Y es que, cuántas historias no hemos conocido que se repiten justamente a la sombra del silencio. Cuántas veces no hemos visto en nuestras familias o allegados, historias de heridas van repitiéndose, como fractales dolorosos en las historias de otras generaciones, hasta que alguien decide finalmente ponerle un alto al dolor transgeneracional al hacer una sanación consciente.

Este libro representa para muchos lectores, un libro de liberación. Ocho historias narradas en las que cada una de las historias de las mujeres, avanza un paso vacilante, imperfecto, pero en las que ellas mismas se llevan al siguiente paso, a un paso que, basado en la esperanza, buscan llegar a un mejor lugar.

Curiosamente ese lugar sigue enmarcado en la limitación de pensarlo, de concebirlo, pues no podemos desprendernos de la circunspección del constructo social. Como decía mi hermano: seguimos tras el unicornio con el cuerno de oro, tratando, por una parte, de no repetirnos, de crear un nuevo constructo de un ideal que no sabemos hasta donde está encaminado versus seguir la programación primigenia en la que estamos programados.

Para cerrar, cito una traducción de Del Bolsillo: “Me restregué los ojos y me miré en el espejo. Lo que vi reflejado en él me sorprendió. Llevaba un hermoso vestido rojo, pero lo que vi, era incluso más valioso: yo era fuerte y pura, albergaba unos pensamientos originales que nadie podía ver, que nadie podía arrebatarme jamás. Yo era como el viento. Eché la cabeza atrás y sonreí orgullosa de mí misma. Entonces me tapé el rostro con el gran pañuelo rojo bordado y cubrí esos pensamientos, pero seguía sabiendo quien era bajo aquél pañuelo y me hice una promesa: siempre recordaría los deseos de mis padres, pero jamás me olvidaría de mí misma”

Al final, se trata de la importancia de una misma, de encontrar en cada una nuestro verdadero valor en el contexto que cada una experimentamos, no solo a partir de lo que nos cuentan las madres a partir de “Su” historia y descifrar sus silencios, sino ayudarnos a entender como las raíces de nuestra propia historia.

Quisiera finalmente cerrar con un deseo: que nuestra historia no se encuentre “marcada” por la de nuestras madres, por la que nos cuentan y la que callan. Que con ese amor y protección que se haya tenido de poder llegar a un mejor lugar, podamos liberar la idea y expectativa que se encuentra en nuestros hombros, para reconocerlas como mujeres y reconocernos a nosotras también en libertad. Hagámoslo para todas las que vienen adelante.

 

 

 

© All rights reserved MaryCarmen Aparicio

 

 

Marycarmen Aparicio. Es autora en la antología Luna Nueva sobre Babel con el cuento “Suerte” (2001). Más tarde, realizó una colaboración narrativa en la obra de teatro “Diógenes, Objetos Narrantes detrás de la puerta” (2016). Colabora en la revista Nagari desde el 2021.

Publicó el  cuento “Cuándo volveré a la escuela” en la antología de pandemia de Trazos Urbanos (2021) Cuenta con estudios de maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en literatura por el ITESM (aaa). Su última novela “Un solo mar ” fue publicada por El Diván Negro (2021) en ella se tratan temas de maternidades diversasaa sobre las maternidades diferentes. Finalmente comparte con escritoras potosinas, un espacio en la antología Voces en el desierto (2003) de Letra Púrpura.

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