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Noviembre 2025

LALA. Joamit Escudero Pozos

Hoy venimos a casa de Lala. Está acostada muy cerca de la puerta principal. Como la puerta siempre está abierta se puede ver a Lala desde la calle y antes de que estuviera muy enferma nos gritaba a los niños cada vez que el balón de fútbol hacía retumbar la fachada de su casa.

La casa de Lala me gusta, no tiene más cuartos que el suyo pero su olor me encanta. A veces arranco un pedacito de lodo con zacate de las paredes y me lo como. Lo que más me gusta de su casa es el patio, siempre está barrido y la tierra es muy fina. Debajo de los guayabos es donde más me gusta jugar. Puedo tirarme de panza, porque no hay ni una sola piedra, y hacer trucos con las canicas saltando las raíces de los árboles.

Yo quería mucho a Lala porque me cargaba en sus piernas y me daba café a escondidas de mi mamá, pero luego se puso rara, se hizo más chiquita y su piel se le pegó en los huesos. Ya no platica y casi siempre está dormida o enojada. Antes mis primas jugaban con su cabello, le tejían dos trenzas largas y delgadas con las que le formaban una corona de plata. Ahora mis tías nos regañan y dicen que no la molestemos, que la dejemos descansar.

Hoy venimos a verla porque mi mamá dice que ya está acabando. Yo no sé qué es lo que Lala está terminando pero aprovecharé para jugar con mis amigos de la cuadra. Cuando entro me doy cuenta que su cuarto ya no huele a lodo, huele agrio. Es una mezcla de sudor -estamos a media canícula- y el aguardiente con el que le empaparon el cuerpo.

 Mamá dice que no puedo ir a jugar y me manda a sentar a una esquina de la habitación. La luz del foco hace que el cuarto se vea amarillo, todos nos vemos amarillos. Yo nunca he visto a un muerto pero Lala, con su boca y ojos abiertos hacia el techo, parece uno. Siento miedo, mis tías y mamá rezan a lado de su cama y una de ellas llora sin hacer ruido.

Yo volteo a ver al niño Dios que está colgado de un clavo en la pared, a lado de la imagen de la virgen de Guadalupe y de otro santo que no sé quién es. Me pongo a orar también pero todavía no termino el catecismo y no me sé ningún rezo completo.

Veo los ojos azules del niño Dios, le faltan dos dedos y que lo vuelvan a pintar. Se me ha ocurrido una idea, Lupe platicó el otro día que estábamos sentados en la banqueta, que su mamá hace remedios para curar enfermedades usando únicamente un mechón de cabello.

Yo no quiero que Lala se muera, su casa es mi casa y su cama mi cama cuando mamá tiene que salir. Me gusta dormir con ella porque me acuesto del lado de la pared, la abrazo y me arrullo oliendo el lodo y sintiendo su frescura.

Me levanto pero nadie me dejará arrancarle un cabello a Lala ni aunque les explique. No puedo acercarme a ella pero sí a su cepillo. Sin que se den cuenta, camino hacia dónde está su baúl y lo abro. El olor a naftalina es fuerte. Busco su cepillo nacarado y para cuando una de mis tías me grita: “¿Qué estás buscando ahí?” Yo ya lo agarré y me eché a correr.

El cepillo tiene algunos de sus cabellos plateados. Los tomo y me voy a buscar a Lupe para que me diga qué hacer. Su mamá no la deja salir, dice que ya es tarde para andar jugando en la calle. Tendré que hacerlo yo solo.

Regreso a casa, envuelvo los cabellos de Lala en hojitas secas de guayabo, le pongo tantito copal que me robé del altar y lo enciendo mientras digo un padre nuestro a medias y le pido a Diosito que no se la lleve porque la voy a extrañar mucho.

Nadie vio lo que hice así que vuelvo a sentarme en una esquina del cuarto. Espero a que mi conjuro funcione. No está lloviendo pero un rayo cae cerca de la casa y la luz se va. Sólo quedan unas veladoras encendidas que hacen que la sombra del cuerpo de Lala se vea en la pared, en la pared donde yo me recargaba para dormir.

Ya empezó a llover, se escuchan las gotas golpeando la lámina del techo. Un viento fuerte entra por la puerta que da a la calle y sale por la que da a la cocina. Lala respira hondo, parece que se ahoga, pero no, dice algo. Me acerco y escucho: “Está lloviendo, ya se acabó la canícula”.

Mis tías y mamá sonríen y comienzan a platicar con ella. Reconoce a todos, incluso a mí. Me siento a su lado y toma mi cara con sus dos manos de ciruela pasa mientras me llama por mi nombre y me dice que me quiere mucho. Me dejan acostarme a su lado, juego con su cabello mientras pienso lo buenos que son los remedios de la mamá de Lupe y en la suerte que tiene Lala de que yo la haya podido curar.

© All rights reserved Joamit Escudero Pozos

JOAMIT ESCUDERO POZOS (Axtla de Terrazas, México, 1993) es autora del libro ÁKAL: Noches desde las entrañas de la Huasteca (Mención Honorífica en el premio de Literatura Manuel José Othón 2021). Entre sus publicaciones se encuentran el cuento Día de Fiesta y El gallo negro en la revista digital de Miami, Nagari (2021 y 2025) y el cuento Luz Clara en la Antología de Escritoras Potosinas Vol. II (2024). Fue becaria del PECDA del estado de San Luis Potosí en el 2024 donde reside actualmente. En el 2025, fue una de las 26 autoras seleccionadas en el 8vo Concurso Nacional de Cuento Escritoras Mexicanas y Bitácora 52 con su cuento Conejos, el cual fue publicado en la VIII Antología de Escritoras Mexicanas.

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