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Julio 2023

DIALÉCTICA Y PODER. João Melo. Traducción del portugués de L. F. Lomelí

Nsami Francisco estaba en la antesala de Rui Pedro a la espera de ser recibido hacía ya más de tres horas. El tiempo pasaba tan lenta y exasperadamente que él se olvidaba por instantes del asunto que lo había llevado hasta allá, para permitir que su memoria se fuera a aquel período en que, muchos años atrás, estuvo detenido en la cárcel de São Paulo, en Luanda, por luchar por la independencia de Angola. De su breve paso por esa prisión, Nsami guardaba un recuerdo particularmente doloroso pues, en verdad, y a pesar de que ya hubieran pasado más de treinta y cinco años, se actualizaba todos los días. Uno de los militantes que fue detenido junto con él no soportó el interrogatorio y, ante la amenaza de ser sometido a los choques eléctricos, comenzó a llorar, se puso a hablar copiosamente, mientras sus vísceras se deshacían liberando todos los líquidos, heces y otros deshechos que, de repente, dejaron de caber en el interior de su frágil organismo. Un espectáculo degradante. Como consecuencia, la célula en que militaban fue completamente destruida y todos sus miembros fueron detenidos en los siguientes dos o tres días. Nsami actualiza esa escena deprimente todos los días, pues su protagonista es hoy una figura importante que ejerce la función de asesor al más alto nivel.

 

            En realidad, la trayectoria de éste fue fulgurante. En cuanto salió de la prisión, después del 25 de Abril, viajó para Brazzaville para juntarse a la dirección del MPLA[1]. Después de un entrenamiento rápido en uno de los centros de instrucción revolucionaria de la región —que nunca sirvió de nada, pues jamás pensó en combatir—, regresó a Luanda al final de 1974 y comenzó a trabajar en la redacción de un periódico[2]. Ejerció la profesión de periodista por apenas un año pues, conforme decía, no le gustaba andar con una grabadora de reportero a la espalda. Fue llamado, entonces, para ser asesor de una importante organización, donde se mantiene hasta hoy día, pasados treinta y cinco años desde la independencia.

 

            Nsami no conseguía definir qué era lo más deprimente, si la escena del antiguo militante clandestino licuefaciéndose en sus propias heces y delatando a sus compañeros de célula o si el hipócrita y disimulado comportamiento de Rui Pedro, quien pertenecía igualmente a la misma generación que ellos y en cuya sala de espera Nsami aguardaba desde hacía más de tres horas para ser recibido. De hecho, Rui Pedro era conocido por su discurso aparentemente íntegro y consistente con las ideas y principios que todos ellos defendían en el pasado, pero toda la gente sabía que también estaba metido en varios negociazos. Nsami Francisco se preguntó mentalmente de qué le valía ahora haber devorado la teoría de la contradicción, de Mao, si era incapaz de comprehender la metamorfosis de Rui Pedro. Antes, sin embargo, de continuarse haciendo preguntas a sí mismo y mucho menos de encontrar las respuestas, sus pensamientos fueron interrumpidos por el propio Rui Pedro quien, como siempre hacía, había ido a buscarlo personalmente a la sala de espera. Como si no supiera que él ya llevaba ahí más de tres horas, le dijo:

—¿Llevas aquí mucho tiempo? Discúlpame, tuve que atender a unos portugueses que traían un proyecto por ahí… El jefe me encargó que cuidara de eso, ya sabes cómo es… ¡Pero entra, entra! ¿Tienes algún problema? ¿En qué te puedo ayudar?

 

            El poder es una cosa extraordinaria. De verdad puede decirse que es una especie de elixir de juventud, pues sus propiedades regeneradoras son obvias. Esta conclusión un tanto o cuanto ridícula, pero inevitable, asoló la cabeza de Nsami cuando apareció el Armani azul oscuro, de corte impecable, la corbata de doble nudo, como ahora está de moda usar, y el reloj con una correa ancha de cuero que Rui Pedro exhibía con calculada modestia. Sólo entonces se dio cuenta de que no lo había visto en casi veinte años. Para ser honesto, lo evitaba; pues a pesar de ser amigo de él desde antes de la independencia, de haber militado con él en la clandestinidad y haber mantenido contacto durante los primeros años del nuevo país, se comenzó a apartar cuando su amigo fue nombrado para el cargo oficial que mantenía hasta hoy. Al principio le echaba la culpa de ese apartamiento a la nueva ocupación de Rui Pedro —cuya importancia y grado de responsabilidad desconocía, pero sentía un ameno y genuino orgullo por su amigo— que seguía desde la distancia. Sin embargo, a medida en que el sueño socialista en que él, como la mayoría de los hombres y mujeres de su generación, creía, comenzó a tornarse una dolorosa imposibilidad, por no decir una pesadilla, Nsami fue dejando de reconocer esas mismas instituciones que, junto con Rui Pedro y otros tantos, había ayudado a construir. El hecho de que, contra todas las evidencias, el discurso oficial continuara manteniendo al socialismo como divisa (¿o sería como mera justificación?) le era perturbador; pero más perturbador todavía, por lo menos en el plano personal, era saber que Rui Pedro también estaba entre aquellos que comenzaron, al final de los años 80, a mezclar deliberadamente los intereses institucionales con los intereses individuales. Las noticias que circulaban sobre las situaciones nebulosas en que él se envolvía para defender y concretizar tales intereses se volvieron insoportables, por lo que decidió alejarse de él.

 

            La apertura política y económica del país, en 1992, parecía un nuevo comienzo, pero en realidad sólo duró apenas un escaso año. Los nuevos tiempos (expresión que, según consideraba Nsami Francisco, debería ser mantenida indefinidamente entre comillas) llegaban manchados de sangre, mas también de lodo. La guerra y la corrupción son como dos hermanos gemelos y, por eso, él no podría perdonar a aquellos que hablaban de corrupción cuando se olvidaban de que, al prolongarse la guerra, habían sido ellos mismo quienes habían creado las condiciones para su florecimiento. Así, qué decir de la minería salvaje y del contrabando de marfil que los supuestos heraldos de la democracia y la transparencia practicaban. Haiga sido como haiga sido[3], la verdad es que estos últimos poco le importaban pues, por más acuerdos de paz que se firmaran, no creía en su sinceridad. La paz era imperiosa, es verdad, pero él insistía en mantener la lucidez. No cedería entonces a la acción corrosiva e insidiosa de la angustia, por causa de las contradicciones de aquéllos que, por más de toda su retórica resplandeciente, insistían en actuar como enemigos de la nación. Su propio drama personal (reconocer la pequeñez e inutilidad del sentimiento que lo mortificaba constituía también una manifestación de lucidez) era exclusivamente consecuencia de la mudanza de actitud de muchos (¿casi todos?) de aquéllos que, como él mismo, habían jurado construir un mundo nuevo. La frase de uno de ellos se instaló en su cerebro como un tumor presto a reventar en cualquier momento:

—¡El poder, ahora, no reside en la ideología sino en el capital!

            Nsami escuchó por primera vez esa frase terrible y saturnina cuando las primeras señales de cambio se comenzaron a manifestar, pero, ingenuamente, juzgó que se trataba de meros accidentes o, peor aún, equívocos pasajeros y restaurables por la acción intrínsecamente redentora de la historia. Sólo más tarde percibió, estupefacto, que esa frase era una alerta tardía de algo que, de hecho, ya había sucedido. El hombre nuevo se había transformado en un depredador implacable. La inmensa masa de los que no lograron transfigurarse quedó abandonada en los campos desiertos y empobrecida o vivía amontonada en los barrios pobres de las ciudades, sin empleo, sin comida y tal vez sin esperanza. La historia, al final, no poseía ninguna capacidad de redención.

 

            Rui Pedro, sí, se había transfigurado, como era fácil de percibir por su aire rejuvenecido con que se asomó desde la puerta de la oficina convidándolo para entrar. Durante las dos décadas en que lo dejara de ver, Nsami, desconfiado de los rumbos que el país seguía, se había vuelto en una especie de eremita, alejándose no sólo de los amigos (o por lo menos compagnons de route), como Rui Pedro, sino también de todos aquéllos que, efectiva o presuntamente, habían decidido descartar la ideología por el capital con tal afán que la primera parecía una piel leprosa e inútil. Cortó con todos sus contactos, dejó de salir de casa, excepto para lo estrictamente necesario. Pasó a vivir de dar clases de inglés, teniendo cuidado de no aceptar, de ninguna manera, alumnos que lo conocieran o que le hicieran recordar a alguien. Los candidatos tenían que ser completa y totalmente desconocidos, de modo que no afligieran su memoria fragilizada y confundida por los acontecimientos externos que él, manifiestamente, no podía controlar, pero de los que pensaba ser capaz de escapar ileso. Dejó de leer periódicos y paró de escuchar la radio y de ver la televisión. Un “eremita posrevolucionario” es lo que Nsami era. Eso daría un buen título para un cuento o, mínimo, para un ensayo literario, había comenzado a pensar cometiendo un obvio y lamentable devaneo cuando Rui Pedro lo apresuró:

—¡Entra, Nsami, entra! Dentro de media hora tengo junta con el jefe, pero mientras vamos a platicar… ¡Hace años que no te veía, chingados! ¿Ya te olvidaste de los viejos tiempos? ¿A qué se debe la visita? ¿Necesitas alguna cosa?

 

            Nsami reparó que las palabras se liberaban de los labios de Rui Pedro apresurada y trastabilladamente, como cuentas de un collar que se hubiera fracturado dentro de su boca. Las frases, angustiadas y sin costura alguna, parecían meros escupitajos. Avergonzadas, no eran capaces de provocar ninguna emoción. Una sombra opaca envolvía, como un mal presagio, las sílabas que se iban soltando de aquella caverna pecaminosa y que, perplejas y sin brillo, quedaban flotando en el aire sin producir sentido alguno. En realidad, parecían ecos estériles y, quizá, tragicómicos, de un pasado inexistente.

 

            Durante aquellos veinte años, Nsami Francisco intentó escapar de la historia, ignorándola radical y temerariamente. Intentó oponer su buena fe a la inexorable degradación del tiempo. Pero pronto, de todas formas, se comenzó a sentir profundamente amargado por dentro y por fuera, como si una dolencia desconocida lo hubiera ido triturando en silencio hasta que su alma y su piel quedaron arrugadas y cenizas como aceitunas resecas. Su antiguo camarada, por el contrario, había rejuvenecido. No era nada más el Armani de corte impecable, la corbata de doble nudo, el reloj de pulsera ancha. Era todo. Nsami miraba a Rui Pedro y tenía la certeza de observar sobre su cabeza, donde no se veía ni un solo hilo de cabello blanco, una suerte de aura, de la cual, sin embargo, no tuvo tiempo de sentir envidia pues sus pensamientos fueron abruptamente desviados hacia aquel militante que los había traicionado, causando la destrucción total de la célula clandestina a la que habían pertenecido durante la lucha por la independencia. Eso lo incomodó, pues ignoraba el motivo de tal desvío. Sacudió mentalmente la cabeza, concentrándose otra vez en la figura del viejo amigo que abría la puerta de la oficina, apartándose ligeramente para darle el paso, gentil como siempre, con una sonrisa larga y fresca y un brillo irradiando de su rostro negro que sólo podía significar bienestar. Ya no había convivido con él desde hacía veinte años, por causa de las noticias que circulaban en la ciudad al respecto de sus negocios turbios, sin embargo, según reconoció en aquel momento, con alguna sorpresa, pero también con bonhomía, no le había dejado de agradar. Debía de estar volviéndose viejo. En verdad, siempre creyó que la vida está, sí, hecha de tonos blancos y negros, o sea, que apenas existe el bien y el mal, y que las personas no aceptan eso porque es muy duro aceptarlo. Nunca dijo que entre el blanco y el negro hay varias tonalidades de gris, porque eso siempre le pareció una gran manifestación de hipocresía. Con todo, estaba genuinamente satisfecho por, veinte años después, encontrarse otra vez con su antiguo camarada Rui Pedro, aunque bien supiera en qué se había transformado: en un oportunista, igual que otros tantos.

 

            Tal vez, para ser honesto, tendría que ser más duro consigo mismo. ¿La suave y contradictoria alegría que sentía por estar nuevamente con Rui Pedro no se debería, a fin de cuentas, a la necesidad que lo había llevado a buscarlo después de dos décadas sin verse? Lo pensó mucho, antes de telefonear para pedir una cita con su viejo amigo, pero no se avergonzaba de ningún modo de la necesidad que lo llevó a llamarlo. Por el contrario: estaba orgulloso del proyecto que iba a presentarle, pues estaba convencido de su utilidad para el país, en especial para la juventud, con la cual, conforme consideraba, su generación tenía una responsabilidad particular. Pero la simple expresión que apenas acababa de usar, de materializar (“pedir una cita”), le hacía experimentar sentimientos dolorosos: amargura, culpa, rabia, desolación. ¿Por qué razón tenía él que “pedir una cita” a un amigo y camarada en vez de, sencillamente, ponerse de acuerdo para tomar un café o ir a algún bar o verse en la casa de cualquiera de los dos? Acabó por pedir la cita, intentando ignorar el malestar que lo incomodaba, insidiosamente, por causa de la importancia del asunto que le quería presentar a Rui Pedro para que éste le ayudara a llevar a cabo sus ideas. Su amigo estaba muy diferente en relación a la época en que se habían conocido,pero, como él pudo confirmar en aquel momento, seguía siendo simpático y gentil y, más importante todavía —tal vez determinante— trabajaba en una organización privilegiada como asesor del jefe, lo que, además de proporcionarle una serie de contactos, le daba mucha influencia sobre estos últimos. En suma: Rui Pedro tenía poder. Por eso, Nsami Francisco, ahuyentando rápidamente la reluctancia inicial que lo acometiera, concluyó que necesitaba del apoyo de su amigo para llevar a cabo su proyecto, de cuya utilidad no dudaba y que, más aún, no se avergonzaba, pues se trataba de un proyecto que podría beneficiar a miles de jóvenes, o sea, no era un proyecto egoísta e individualista. Esperaba, sinceramente, que su decisión no hubiera sido dictada por una suerte de “crisis de pragmatismos”, típica de los cincuentones, para no tenerse que arrepentir.

 

            Rui Pedro le pidió que tomara asiento y, sin preguntarle si él también quería, le pidió a la secretaria dos cafés y dos vasos de agua, recomendando que ésta última fuera servida al tiempo, ya que había leído en una revista científica que el agua helada puede provocar ataques cardíacos. Nsami ni tomaba café ni había leído dicha revista, por lo que no se había formado una opinión sobre cuál era la mejor temperatura para el agua de beber, pero no quiso contrariar a su amigo. Éste ya se había acomodado en el sillón junto a él. Con gestos aparentemente casuales, se desabotonó el saco y cruzó las piernas.

 

—¿Sabes, Nsami —comenzó a decirle—, desde que trabajo con el jefe tuve que cambiar algunas de mis ideas hechas e ir más allá de varios preconceptos? Cuando nosotros decidimos participar en la lucha, tantos años atrás, pensamos que podríamos cambiar la situación y transformar completamente Angola con un tronar de dedos. Es más, no nos limitábamos a pensarlo: teníamos la certeza. “Angola no es el Congo”, decíamos, arrogantemente. Por eso sabíamos —o juzgábamos saber— que teníamos que estar junto al poder, para poder influir en esa transformación. Nuestros mayores, es verdad, habían combatido en el monte contra el colonialismo, pero no sólo desconocían la realidad que encontrarían después del 25 de Abril, sino que, sobre todo, no tenían preparación para dirigir el país. Por eso necesitaban de nosotros. A ver, ¿quiénes tenían las ideas y eran más competentes? Nosotros… Como recordarás, con certeza, yo me vine para acá dos o tres años después de la independencia y, cuando llegué, todavía estaba metido en ese fervor y esa certeza y pensaba que, por trabajar cerca del poder, podría contribuir con mis ideas presuntamente innovadoras para determinar los rumbos del país. Pero en menos de un año ya había caído en cuenta de la realidad. Mi primera lección fue que nuestros mayores pueden no tener mucha preparación académica o técnica, porque ya poseen una profunda experiencia y una gran capacidad política. Es más: como están dotados, casi naturalmente, de un empedernido instinto de sobrevivencia, tienen una noción perfecta del poder, saben usarlo y jamás dudan en hacerlo… La segunda lección fue la siguiente: la realidad se impone por sí sola, brutal e irrefutablemente, no tiene que nada que ver con sueños, deseos ni planes…

 

            Nsami tenía certeza de que Rui Pedro se estaba justificando, pero como eso en verdad no le interesaba, se comenzó a fastidiar. Volvió a pensar, otra vez sin saber por qué, en el delator, cagándose, literalmente, delante del inspector de la PIDE y entregando todos los nombres que componían la célula clandestina donde él y su amigo habían militado antes de la independencia[4]. Rui Pedro debió de haber presentido alguna cosa, porque le dijo:

—Bueno, ya, estoy hablando de más, discúlpame… Es más: ¿eso qué importa ahora, verdad? Hoy, la realidad es totalmente diferente… Pero es lo que te pasa si me dejas de ver durante veinte años…

 

            Posó la taza de café sobre la mesita frente a ellos, se recargó en el sillón y volvió a cruzar las piernas. Sí que estaba rejuvenecido. Nsami comenzó a desconfiar de ese cabello, totalmente negro: debe pintárselo, sólo puede… La risa, afable y de par en par era la misma que antes. La elegancia también. Luego recordó que su amigo no bebía y que nunca había sido dado a ningún tipo de exceso, a no ser, tal vez, en el plano amoroso, pero eso sólo es un exceso para los mormones americanos. Nsami Francisco no se detuvo demasiado tiempo en los efectos de su propio chiste, pues no podía dejar de continuar escudriñando a su amigo en búsqueda de las causas de su visible rejuvenecimiento. El traje, la corbata, el nudo doble, todo le quedaba bien. Rui Pedro transpiraba tranquilidad. Si no desconfiara, por experiencia propia, de las palabras absolutas e hiperbólicas, como “felicidad”, Nsami habría dicho que su amigo estaba feliz. Pero, por lo menos, sintió orgullo de él, y desistió de continuar debatiéndose con sus propios sentimientos en relación con Rui Pedro. Igual si el asunto que lo había llevado a verlo a su oficina acababa en nada, había sido un placer volver a ver a su amigo después de tantos años de ausencia mutua.

 

—Entonces, camarada —continuó Rui Pedro—, ¿qué te trae por acá? ¿Qué es lo que te hizo reaparecer de las cenizas, como Fénix?

            La comparación le pareció ridícula, pero no protesto. Lo importante era el proyecto. Habló pausadamente, procurando controlar el entusiasmo para no exponer demasiado, pero sin renunciar a decir los detalles que, pensaba, tornarían su idea convincente. Era la siguiente: su experiencia como profesor particular de lengua inglesa le dio la idea, un día cualquiera, de crear un instituto de lenguas, en términos profesionales, extendido por todo el país. Él no tenía la menor duda de que Angola precisaba de invertir en la enseñanza de lenguas internacionales para poder transformarse, como parecía ser la estrategia del Estado, en una potencia emergente por lo menos en el plano regional. Por otro lado, la juventud estaba ansiosa de aprenderlas. Así lo sentía a diario en su contacto con los jóvenes a quienes les enseñaba los fundamentos de la lengua inglesa. Es por eso que se le había ocurrido aquella idea: crear un instituto de lenguas, con sedes en todas las capitales provinciales, para enseñar los principales idiomas extranjeros, comenzando por la lengua franca global, el latín de los días actuales, o sea, el inglés. El francés también, pues a pesar de estar perdiendo importancia, si no como lengua de cultura, sí como lengua de comunicación, porque Nsami no se olvidaba del hecho de que Angola tiene frontera con dos países francófonos, al norte, lo que hace que el conocimiento de la referida lengua siga siendo importante para los angoleños. El español, quién sabe, pues es de las lenguas más habladas en el mundo. Por último, urgía también comenzar a pensar en el mandarín, la lengua del futuro. Si hasta los americanos ya están invirtiendo en enseñar mandarín…

 

            Rui Pedro parecía sinceramente atento, lo que lo encorajó a proseguir: como es obvio, una idea de éstas, para ser concretizada, necesitaba de mucho capital que él no poseía. Nsami le recordó que, desde 1991, cuando el país se abrió a la democracia occidental y al capitalismo, él abdicó a todo —a su trabajo en el Estado, a su filiación con el partido e, incluso, a sus antiguas relaciones de amistad y camaradería— para irse a aislar virtualmente, sobreviviendo apenas de forma magra y de las clases particulares de inglés. Quería decir: renegó, deliberada y conscientemente, de tomar la ola que cambió por completo la vida de muchos de los antiguos militantes, los cuales, al contrario de él, habían decidido transar la ideología por el capital (tuvo ganas de vomitar cuando concluyó esa frase). No estaba arrepentido, aclaró. Podría, comprensiblemente, haberse quedado ahí, limitándose a esa aceptable declaración genérica, pero un impulso sombrío e incontrolable lo hizo continuar: tampoco se había aprovechado de su cargo anterior en el gobierno para comprar de remate algún bien público, no se había metido en chanchullos ni recibido comisiones, en suma, no se había dejado enredar por las redes de la corrupción. Sus manos estaban limpias… Cuando terminó de resumir lo que habían sido sus últimos veinte años de existencia, Nsami creyó descubrir en el rostro sonriente de Rui Pedro una especie de temblor, tal vez un golpe de furia reprimida o un asomo inadvertido de remordimiento. Sólo que estaba tan concentrado en su propio discurso que no le pareció importante clarificar el significado del lenguaje corporal de su amigo.

 

—Como debes imaginar —continuó— necesito de apoyo para llevar adelante este proyecto. Reconozco que mi idea es ambiciosa, pero la educación es la llave de la transformación de nuestro país. Además de eso, si quisiéramos realmente ser una potencia regional, tenemos que poner a la juventud a hablar ingles… por lo menos. Cómo es que nuestros cuadros van a relacionarse con los cuadros de Sudáfrica y Nigeria si no dominan esa lengua. Es por eso que prácticamente no tenemos a nadie en los organismos internacionales… Me espanta que nadie se acuerde de la importancia de enseñar inglés, pero, en fin: si es verdad que el petróleo no nos falta, lo que nos faltan son ideas… Mi intención es expandir estas escuelas de inglés por todo el país, poner a las criaturas a aprenderlo desde los tres o los cuatro años, para que, cuando lleguen al fin de la adolescencia, dominen esa lengua a la perfección. Eso podrá permitirles, más tarde, estudiar en los mejores centros mundiales, incluso en los Estados Unidos, donde podrán hacer especialidades, maestrías, doctorados y —¿por qué no?— hasta investigaciones. Estarás de acuerdo conmigo, tengo certeza, si yo dijera que actualmente el conocimiento habla inglés… Como verás, no estoy aquí para hablar de una empresita de importaciones ni mucho menos de vender cerveza. Ni siquiera estoy pensando en mí mismo, en lo que podría ganar o dejar de ganar con este proyecto. Se trata, puedo decirlo con confianza, de un proyecto de utilidad pública incuestionable. Nomás que cuesta dinero. ¿Sabes? Ya tengo todo: el perfil académico, los programas curriculares, el proyecto arquitectónico, los costos de construcción, hasta los contactos con los profesores extranjeros que habrán de ser reclutados para arrancar las primeras sedes. Lo que me falda es conseguir, como cualquier institución, el financiamiento adecuado para convertir este proyecto en una realidad. Fui a varios bancos, incluso estatales, pero las dificultades para la obtención de un crédito son verdaderamente kafkianas. Lo digo sin molestar, porque al final somos amigos, aunque no nos hayamos visto en veinte años, ¿pero tienes alguna idea de esas dificultades? Desconfío que no… Puedo confesarte: fue por eso que me acordé de ti. Ya llevas mucho tiempo aquí, junto al poder, como siempre quisiste, por lo que no me equivocaría en imaginar que no tendrás ninguna dificultad en hablar con el presidente de algún banco para obtener el financiamiento que este proyecto necesita. Aclaro: no estoy pidiendo dinero a fondo perdido, como algunos (¡no digas que no!) Tampoco quiero sugerirte que hables con el jefe, pues me parece absurdo y hasta ridículo exigirle que él resuelva asuntos de poca monta que sus colaboradores, como tú, pueden resolver perfectamente. Pero mi idea es buena, ¿no crees? ¡Espero por lo tanto que me ayudes! Sabes perfectamente que, a pesar de mi contribución a nuestro país, nuca he pedido nada para mí. Ni tampoco lo estoy haciendo ahora. El apoyo que te pido es para un proyecto que, no tengo dudas, será muy útil para el futuro de Angola…

 

            La respuesta de Rui Miguel fue sorpresiva:

—¿Inglés!—dijo, con genuino aire de espanto—. Quieres montar escuelas de inglés por todo el país. ¿Pero en qué país crees que vives, querido camarada? ¿Qué no tienes ese nombre kikongo y no sabes que somos un país bantú? ¿Por qué no mejor montas una red de escuelas para enseñar las lenguas de la tierra? El kikongo, el fiote, el kimbundu, el umbundu, el tchokué, el cuañama, el luvale, en fin, ¡las lenguas nacionales!.. Mira, vamos a hacer una cosa: olvídate de esa idea de crear escuelas de inglés en todas las provincias y monta un proyecto, simple pero perdurable, de creación de escuelas para enseñar las lenguas nacionales angolanas; en cuanto lo termines, llámame, que yo te recibo inmediatamente y veo cómo te puedo ayudar con esta cuestión del financiamiento. ¿Estamos?

 

            Nsami no quería creer lo que acababa de oír. Preguntas desencontradas comenzaron a explotar dentro de su cerebro, como tumores subversivos y furiosos. ¿Qué increíble transmutación era aquélla de alguien cuya lengua nacional, a fin de cuentas, era el portugués? ¿Sería apenas un ejemplo de la degeneración populista del poder… o alguna cosa más dramática, que escapaba de su capacidad de discernimiento? Pensándolo bien, Rui Pedro siempre fue extrañamente volátil, desde la época en que todos luchaban, en la clandestinidad, contra la dominación portuguesa, pero nadie daba excesiva importancia a las manifestaciones contradictorias de su personalidad porque entonces todo parecía simple: el enemigo estaba perfectamente identificado y todas las energías debían ser canalizadas para destruirlo… Lo más imponderable, para él, era el hecho de que Rui Pedro había sido asesor de aquella importante organización dese hacía tanto tiempo. Inevitablemente, se acordó del apodo con que Rui Pedro era conocido en privado: el mayordomo. ¿Cómo era que el jefe, cuya inteligencia no sólo era reconocida sino admirada por todos, lo mantenía en funciones, a pesar de su comprobada mediocridad? ¿Sería que, debido a su prolongado ejercicio, el poder acaba victimizando internamente por algún tipo de dialéctica tortuosa y degradante? ¿Quedaron los señores esclavos de sus propios siervos? ¿Terminará todo el poder en una suerte de tragedia shakesperiana?

 

            Rui Pedro estaba sentado al frente de él, rejuvenecido, sonriente y absolutamente tranquilo. No demostraba la menor señal de inquietud, ni siquiera de curiosidad en relación a las preguntas que rimbombaban en la cabeza perturbada de Nsami. Éste tuvo que concordar: magnífico. El amigo se calló por un momento. De súbito, todo su cuerpo comenzó a vibrar, Rui Pedro descruzó las piernas, doblándose ligeramente sobre el abdomen y de su boca salió una carcajada extraordinaria y los ojos le brillaron cómo sólo son capaces de brillar los ojos de un niño. A fin de cuentas, pensó Nsami, su amigo continuaba siendo el mismo. Extrañaba esa carcajada.

 

            Todo estaba pasando muy rápido. Antes de que Nsami tuviera tiempo de compatibilizar y armonizar sus sentimientos, Rui Pedro recomenzó, al mismo tiempo en que su carcajada iba perdiendo fulgor:

—Ay, pinche Nsami… ¿Pensaste que te estaba hablando en serio? Tu idea es buena. Sí, señor… ¿Inglés? ¡Claro! Tenemos que poner a la juventud a hablar inglés… Y, ya ahorita, también mandarín… Los chinos van a recuperar el estatuto histórico que poseían antes de los Descubrimientos… ¡Ellos van a volver a mandar!

 

            Pero Nsami ya no oía nada más. Sin saber por qué, pensó nuevamente en el delator que hiciera que él y casi todos los integrantes de su antigua célula hubieran sido aprendidos por el PIDE. Sólo que ahora tenía plena conciencia de las causas de ese pensamiento recurrente. Sus recuerdos eran de tal forma deprimentes que cayó en cuenta de que aquella idea de las escuelas de inglés era de un diletantismo atroz. Ya sólo quería salir de la oficina de su amigo lo más rápidamente posible, antes de que fuera a vomitar. Se levantó del sillón, lenta e irrevocablemente y, antes de salir de la oficina de Rui Pedro, le dijo, poniendo todo el peso de la historia de aquellos treinta y cinco años o más en sus palabras:

—Hay una pregunta que quiero hacerte desde hace más de treinta y cinco años; pero la he evitado, pues… Pero hoy tengo que hacerla: ¿por qué es que tú saliste pronto de la prisión, cuando toda nuestra célula cayó en manos del PIDE?

 

[1] El 25 de Abril de 1974 sucedió en Portugal la llamada “Revolución de los Claveles”. La cual, más que una “revolución”—entendiéndose como suele hacerse en América— fue lo que se conoce como un golpe de estado: un grupo de militares renegaron de su juramento, se levantaron en armas y tumbaron al gobierno. Pero la extrañeza no acaba ahí, pues los militares eran socialistas y algunos comunistas. Peor aún, en lugar de imponer una dictadura militar —como solía suceder en esos años en América— fue una dictadura lo que depusieron para instaurar a su vez y por primera ocasión la democracia que hasta ahora pervive en Portugal. Una de las razones del descontento castrense era la interminable “guerra colonial” que ya venían luchando desde hacía más de una década en Guinea-Bissau, Angola, Mozambique y Timor Oriental y que, desde el triunfo de los independentistas guineanos en el 73, ya la veían perdida. Así, entre las primeras acciones de los generales de la Revolución de los Claveles estuvo detener la guerra en todos sus frentes y liberar a los presos políticos. N. del T.

[2] En aquel tiempo, el MPLA y otros grupos independentistas tenían su base de operaciones en Congo, independizado de Bélgica en 1960 y rebautizado como Zaire entre 1971 y 1997 por Mobutu Sese Seko, quien se hizo pasar tanto por anticomunista y aliado de EE.UU. como por anticapitalista y aliado de China y de la U.R.S.S. N. del T.

[3] “Seja como for” en el origina. Pero seguramente, si el autor fuera mexicano, habría utilizado esta otra expresión más coloquial y cercana a la gente. N. del T.

[4] PIDE: siglas de la Polícia Internacional e de Defensa do Estado, institución que durante la dictadura portuguesa tenía como función, entre otras, hacer lo que se describe en este cuento: torturar, asesinar, etc… N. del T.

 

 

 

© All rights reserved João Melo

 

João Melo (Luanda, Angola, 1955). Escritor, periodista y consultor en comunicación. Es fundador de la União dos Escritores Angolanos y de la Academia Angolana de Letras. Actualmente divide su tiempo entre Luanda, Lisboa y Wáshington, D.C. Su obra incluye poesía, cuento, novela, artículos y ensayos. Sus libros han sido publicados en Angola, Portugal, Estados Unidos, Brasil, Italia, España, Reino Unido y Cuba. Algunos de sus textos también han sido traducidos al francés, alemán, árabe y chino y aparecido en diversas revistas y periódicos internacionales. En 2009 recibió, en la categoría de literatura, el Prémio Nacional de Cultura e Artes.

 

 

  

  

  

L. F. Lomelí (Etzatlán, México, 1975). Ingeniero y doctor en español y portugués. Ha publicado una docena de libros.

 

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