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Septiembre 2025

TODO PRINCIPIO ES OSCURO. (Fragmento de novela) Lluvia H. Manzano

I

Su mamá lo había conjurado innumerables veces al depositar la comida en el plato: todo lo bueno tiende a desaparecer cuando se le ama en demasía.

Había pasado con la fortuna de su familia. Ahora ese esplendor se reducía a una casa de tres pisos y la colección de alfombras pakistaníes —seguramente fabricadas en una aldea miserable de Bangladesh —que florecía en el recibidor a lado del altar dedicado al guardián del fuego. Todo para la dicha de los visitantes: 1325.

Su apellido agonizaba, otro ejemplo. Ella misma, Milagros, estaba por ascender a la estratosfera debido a la ligereza de su cuerpo; pesaba 38 kilos, los cuales habían sido alentados por la madre quien entre aplausos y felicitaciones recordaba que con otros 5 kilos menos, Milagros lograría entrar en los ropones y vestidos de muñeca que llevaba años acumulando. Lo más importante era destacar —sobre todo entre las mujeres más jóvenes que ella — con una figura esbelta que permitiera presumir los huesos afilados del pubis y las caderas. Entre sus creencias titilaba la obligación de propiciar a costa de lo que fuera el casamiento. La madre estaba convencida de que la soltería de su hija avivaría la maldición.

Milagros nunca supo de las costumbres de ese pueblo del que hablaba su madre. No sabía de qué religión eran. Cuál era su identidad. ¿Las raíces de su abuela? Lo ignoraba.  Sólo tenía como pista la ocasión en que a punta de una cachiporra había sido bajados de un avión con el pretexto de verse como seres incómodos para los pasajeros. Llevan puesto paliacates de seda morada para cubrir cabello de la raíz a la punta. Una policía negra — llena de cuentas rojas y blancas en las rastas— los acusó con un dedo tembloroso y les dijo amenazante: no pueden llevar esos turbantes.

 La verdad es la siguiente: Milagros al abordar el avión había sido consciente por primera vez en su vida del resto de cráneos, tan diferentes al suyo, que la rodeaban infinitamente por delante de su asiento. Notó la extrañeza de su cuero cabelludo; ralo, quebradizo y enfermo. Su madre le besó los párpados para que los cerrara, y aprovechó la maniobra para esconder la anomalía con el pañuelo que guardaba siempre en el bolsillo izquierdo del pantalón. Improvisó otros disfraces para ella y el padre, pero la azafata con peinado de rosquilla tuvo un ataque de pánico al ver el trío de cabezas cubiertas acaparando el centro de la clase turista. Sería su primer viaje a Nueva York. No sucedió.

Los negocios del padre se esfumaron y el dinero empezó a faltar. Calamidad. Cesaron de escribirse todas las vidas paralelas que la madre tenía planeada para su familia. La casa se convirtió en prisión. Habían deambulado por al menos 11 países de América, Europa del este y el Mediterráneo. Milagros no poseía recuerdos particulares de ninguna estancia, sólo hablaba español (malo, pobre) y entendía las canciones húngaras que su madre ponía en el estéreo del auto: Elamika urotyi no vela, Otte loro aika satsya ela. El amor no tiene límites ni fronteras, decía el coro de agudas voces romaníes.

En sus últimos años de vida, la madre se había sentido abrigada por la cultura de los gitanos. Por ello, sus gruesas muñecas estaban revestidas con 32 pulseras de plata y del pecho colgaban otras alhajas bañadas oro rosa, las cuales pretendían evadir las envidias y el sobrevuelo de espectros de familias enemigas.

Jugaba a la baraja en el patio de su casa, fumaba un gordo cigarro hecha por ella misma y escupía proyectiles de tabaco que siempre caía en la punta de sus pies descalzos y deformes por pisar la piedra caliente.

 Los vecinos contaban que solía subirse a los autobuses de manera escandalosa; maldecía al chofer y entraba sin pagar el pasaje. Se sentaba en la última fila siempre y cuando no hubiera ventanas al fondo, ocupando hasta dos asientos por culpa de las múltiples capas de su falda colorada; cruzaba las piernas descaradamente evidenciando su falta de higiene y calzones. Masticaba chicles de canela y del escote sacaba una baraja española con la que hacía predicciones a los pasajeros sin que nadie se las pidiera: nadie bajaba sin pagarle la consulta.

El día en que el cuerpo mofletudo e inerte de su madre fue velado en la morgue, a Milagros le causó curiosidad conocer su última voluntad. Ignoraba qué debía cantarse o leerse para negociar su entrada al paraíso o la transmigración de su alma a otro cuerpo.

 

© All rights reserved Lluvia H. Manzano

Lluvia H. Manzano (San Luis Potosí, 1996). Estudia la licenciatura en Creación y estudios literarios en el Centro Morelense de las Artes. Ha participado en diversos talleres literarios, actualmente forma parte de Abismos, dirigido por Xalbador García. Ha publicado en la revista Nagari de Miami y fue seleccionada en la convocatoria de Letra Púrpura Editorial para formar parte de la Antología de Escritoras Potosinas. 28 voces en el desierto. Vol. 2; fue invitada a participar en Antología de Escritoras del Estado de San Luis Potosí (2025) una publicación impulsada por Secretaría de Cultura y el gobierno del estado.

En 2024 obtuvo la beca estatal PECDA en la categoría de narrativa y la mención honorífica en el Premio Municipal de Literatura en la categoría Raquel Banda Farfán Cuento por su libro de relatos Pez de sueño profundo.

Actualmente es Community Manager en una agencia de publicidad, se especializa en la escritura persuasiva.

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