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Septiembre 2025

EL REFUGIO EN LA PALABRA. Xalbador García.

A la memoria de mi hermana Sara

Días nublados por el dolor. Busco refugio ante el fragor del tiempo.

Le apuesto a dos territorios conocidos, a las palabras ya labradas por los ojos, a los amigos de tantas madrugadas de sueños y amor: Juan Carlos Onetti y Leopoldo María Panero.

El uruguayo es siempre una herida sangrante. Su literatura no dice, daña. Provoca una llaga en la lengua si se intenta decir en vos alta, provoca ámpulas en el alma si se intenta leer en silencio: “Yo sólo quiero cosas, novedades concretas, absurdos que me hagan distinto; quiero que me miren, quiero ser el escándalo, quiero que les sea imposible confundirme con ellos mismos, tenerme y pensarme como un igual. No me interesa un pasado, el mañana es siempre territorio ajeno. Tiene que ser ahora, cada vez ahora y enseguida. Sólo me gustan las palabras cuando se convierten en cosas”.

Siguiendo el mismo sendero, Panero es la palabra prohibida, el susurro en medio de la desolación, el guiño del abismo. Poesía del naufragio va regando las huellas del ocaso al término de su lectura. Para las buenas consciencias se hicieron los calendarios, el romanticismo de las revoluciones y las gotas de rocío. Para los otros, los ciegos de auroras y ruiseñores decapitados, está el silencio, el abandono, la verdadera poesía:

“Es duro el trabajo de la pesadilla,

es duro

arrastrar de día el carro de las marionetas,

de noche; y ser una de ellas

mañana, cuando abran los ojos

para no ver

que la bailarina de cuerda

danzando entre ellas

mueve ella misma el resorte”.

Al final nadie sale vivo del juego. La danza de los días no es más que la danza de la muerte. Hay miserables que se creen ángeles. Durante el sendero del dolor la lectura me acompaña, me abriga, me deja mirar algunos dejos de un mundo sucediendo más allá del cuarto donde asfixia el malestar.

Gran compañera la lectura: habla y escucha, consiente y acaricia. Al final de la tarde recordé aquel poema de “Los Justos”, escrito por Borges, y se iluminó la vida:

“Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.

El que agradece que en la tierra haya música.

El que descubre con placer una etimología.

Dos empleados que en un café del Sur

juegan un silencioso ajedrez.

El ceramista que premedita un color y una forma.

Un tipógrafo que compone bien esta página,

que tal vez no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen

los tercetos finales de cierto canto.

El que acaricia a un animal dormido.

El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.

El que agradece que en la tierra haya Stevenson.

El que prefiere que los otros tengan razón.

Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

 

 

 

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