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Puede 2013

ENSAYO ILUSTRADO. José Armando García

EI1Aun cuando me avergüence admitirlo, pertenecía a esa camada de niños que descartaban la lectura de libros que no fueran ilustrados, aquella que exigía libros con “muñequitos” antes siquiera abrirlos. La biblioteca de mi padre, para mi fortuna, contaba con variados libros, con ilustraciones de aviones, animales y mapas. Pero en la sección de literatura, la situación era desértica: apenas una colección de Clásicos Universales con un promedio de una ilustración cada 100 páginas. Sin embargo, esto era mejor que no tenerlas, lo cual me animó a hojear y eventualmente leer alguno de estos tomos.

Aunque la “exigencia” por libros ilustrado fuera más propia a niños de mi generación, la oferta ciertamente no era nada novedosa. Los libros se vienen ilustrando desde que este adquiriese el estatuto de objeto de la cultura, esto es, desde su nacimiento. Más aún, desde que el libro es libro en nuestras manos -esto es, desde la imprenta de Gutenberg- , la ilustración lo ha acompañado. Para no ir muy lejos, uno de los primeros libros masivamente impreso por Johannes Gutenberg -la Biblia- contenía algunas ilustraciones decorativas. No mucho después y en la misma Alemania, la Biblia empezó a ser distribuida con ilustraciones de uno de los habitantes más celebrados de la Núremberg de principios de los 1500s: Alberto Durero. Familias de todo estrato social en Núremberg podían agraciarse de tener Dureros al alcance de sus manos. Aunque, con toda justicia, Durero se reservó cualquier protagonismo con sus insignes iníciales A.D.: Anónimas aunque ampliamente Difundidas. Tampoco podríamos calificarlo como un “ilustrador” propiamente. A los ojos de la época, y con justeza, Durero era el maestro de un oficio: el grabado. Pero llama la atención que hoy, cuando ya es muy tarde para llamarlo Ilustrador, Durero sea considerado  sobretodo un “pintor”, aún cuando el número de sus 250 grabados sobre madera y sus más de 100 xilografías contraste con sus 70 óleos.

EI2Todos estos son indicios suficientes para, si no considerar a Durero un ilustrador de libros, sí afirmar que el libro se viene ilustrando desde que es libro (ya sea popular o elitista). Incluso para los 800s D.C., el Libro de Kells puede alzarse con la insignia de ser el primer gran libro de ilustraciones, aunque su exclusividad y elaboración lo hayan ganado al mundo de los objetos de arte.

Ahora, ¿por qué ilustrar lo que ya está escrito? ¿Qué nos empuja a desear ver lo que podemos leer? ¿En qué medida nuestra relación con la imagen varía respecto a lo escrito? Para un aldeano iletrado, los grabados de Durero valían más que cien palabras. Era la palabra sagrada al alcance de la plebe. Muy en línea con la Reforma, el que la plebe pudiese ver las escenas sagradas, más que un guiño a la idolatría (algo en lo que el Renacimiento Italiano no escatimó sus oleos), era el relanzamiento de la evangelización en el corazón del hombre común. Ilustrar la Biblia era un acto mucho más poderoso que traducirla a la lengua de todos.

EI3Pero qué tal que la tradición continuó -con nombres tan importantes como Aubrey Beardsley, Harry Clarke o Arthur Rackham-, la población se alfabetizó, el libro se puso al alcance de reales y plebeyos, burgueses y proletarios, gobernantes y ciudadanos. ¿Por qué no prescindir de los muñequitos entonces?

Posiblemente se trate de que lo escrito pertenece a un registro sustancialmente distinto al de la imagen. Aún cuando podamos ver aquello que se nos narra, la escritura (y consecutiva lectura) implica una secuencia que impone el tiempo. En una imagen, todo pasa a un mismo tiempo, aún el detalle. En la escritura, el detalle gana ímpetu contorno pasan las páginas, puede no verse sino hasta después, en el après-coup. En la imagen, es cuestión de mirar, a veces mirar con lupa. En la escritura, es cuestión de leer, que es distinto a mirar -en esto, los que saben braille pueden darnos cátedra.

EI4Ciertamente podemos tener a una letra por imagen: los ilustradores del ya mencionando Book of Kells fueron duchos en el arte de colosales e intrincadas letras, al punto que la letra misma se perdía en la imagen. En lo escrito, el font no varía el resultado, ¿o acaso si?

En tal sentido, vale la pregunta: ¿existe el tiempo en las imágenes? La perspectiva fue un artefacto técnico para infligirle algo de lo escrito a la imagen. Lo que ocurría en el punto de fuga, debía mirarse desde cierto específico punto de vista. Variado este último, lo que permanece en perspectiva podía variar su forma, es decir, su momento de ser mirado. Como en esos tebeos que, dependiendo de la posición del espectador, se crea la ilusión del movimiento, la imagen con frecuencia recurre a recursos que emulan el tiempo -y por ende, el movimiento.

EI5Pero en lo escrito, algo se resiste al tiempo como mera ilusión, para infligir solo tiempo real. La estafa de la “lectura rápida” sabe, sin embargo, que de portada a contraportada, transcurre un tiempo inexorable que tendrá que deshojarse sílaba a sílaba, o de lo contrario algo siempre se perderá (algo siempre se pierde, se acelere o se retrase). En la imagen, la pérdida, en cambio, tendrá más que ver con el punto blanco en nuestra mirada que con aquello que yace acabado.

Hace poco mantuve una conversación con amigos que no por lo técnica era menos estimulante. Hablamos de los distintos formatos en libros digitales. Para resumir, existen los libros en formato PDF -más difundidos y accesibles, incluso gratuitos y muchas veces piratas- y están los eBooks -especialmente establecidos y editados teniendo el soporte técnico en mente, y por tanto más costosos en precio. Los libros PDF son básicamente imágenes replicadas del libro físico -ya sea escaneada o fotografiada-, mientras que los eBooks han sido digitalizados a fin de adaptarse al medio desde el que se lee -ya sea una tableta, una computadora, o un teléfono móvil. Se comentaba en esa conversación sobre la dificultad de la lectura cuando se trata de libros en formato PDF: al ser imágenes del físico, esto implicaba algo así como supeditar el contenido a la forma. Lo escrito se volvía monolítico, y fundamentalmente padecía del mal del pixel: ese fragmento que hace de las partes un todo. Lo escrito no dista aquí mucho de la imagen. ¿Cómo se lee (desde) una imagen entonces? Aquí es cuando se describían todos los tira-y-encojes propios del que no da con el punto justo para dilucidar la anamorfosis. En conclusión, había un doble trabajo entonces, para aquellos que se someten al suplicio de leer lo que se supone debería ser SÓLO PARA MIRAR, Y NO TOCAR -sin alusiones a “gritos en mayúscula”, sólo para mirar lo que se lee. Aunque lo de NO TOCAR aquí se limita al contenido, porque el que lee en PDF mucho tiene que dejar sus digitales en la pantalla, el teclado o el mouse.

El eBook en cambio, padece menos del mal del pixel ya que, al ser completamente digitalizado, la forma puede ajustarse al contenido. Aquí ya importa más el dígito que el pixel, la imagen ya está previamente cifrada en lo escrito. Tal proeza la tenemos que agradecer a los programadores que se ingeniaron el eBook -quizás la conversión lingüística más importante desde que la Biblia se haya traducido a las lenguas populares: me refiero a la traducción del objeto libro en el cifrado digital. Fue, palabras más palabras menos, precisamente la traducción a un lenguaje especialmente dedicado a la lectura en digital.

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Esto revela que la ilustración de la Biblia, o de cualquier otro libro, no es propiamente una traducción, es la reinterpretación de lo escrito en aquello que se vio de lo leído -siendo procesos secuenciales y no adjuntos. También se revela por qué es que huiríamos de lo escrito en favor de la imagen, por lo mismo que huimos del tiempo, por lo mismo que gastamos tanto tiempo viendo imágenes que debían ser leídas. No es que el libro sea mejor que la película, es que la película nos ahorra tiempo.

En lo escrito siempre hay una elaboración, ya sea del lado de la lectura consecutiva, o del lado de la traducción -a otras lenguas u otros formatos. Tal como lo precisa Octavio Paz, lo escrito exige una traducción siempre; la imagen, en cambio, una réplica. Incluso en la “visión” que un artista tenga de la escena escrita, hay más una re-interpretación que una interpretación. La imagen ilustrativa siempre yace en un segundo tiempo, replica a lo escrito. Lo escrito ocurre siempre en tiempo real, ya sea al leerlo o al escribirlo. La imagen no es sin mirada (aún los ciegos tienen visiones y los locos alucinaciones), la escritura no es sin la voz, pero la voz que narra. ¿Que escuchan los sordos cuando leen, entonces? Quizás nunca podremos saberlo, pero sí sabemos que -como cualquier otro- ellos, en lo escrito, leen lo que ven. Luego, ¿qué ocurre primero, ver o leer? Quizás ya no pueda discernirse, lo que sí se podrá discernir es que, como se demuestra en los suplicios de los documentos PDF, mientras más se ve menos se lee.

En una era donde tanto se venere a la imagen, no hay que sorprenderse que se lea menos. En esto no debemos precipitarnos con moralismos ni nostalgias. En buena medida, son mutuamente excluyentes la imagen y la lectura, aunque no por ello no puedan cohabitar los formatos de un libro. No en balde, los adelantos tecnológicos de hoy día, más se han ocupado en la fidelidad de la imagen que en convertir textos a su formato digital.

Posiblemente los encargados de mercadeo en Amazon® puedan objetarme que el público lee más hoy día, tal como lo demuestra el incremento sin precedentes en compra de libros digitales. Pero yo preguntaría si esos libros son leídos o acumulados. Si se consume para leer o para ver lo tanto que se ha adquirido.

foto bio JAGarcia José Armando García  (Abril, 1976) Originario de Venezuela. Vive en Miami, Florida desde el 2004. Sociólogo de profesión y psicoanalista de oficio, con un posgrado de Trabajo Social Clínico. Asociado activo en la Nueva Escuela Lacaniana. Más interesado en el barroco de Baltasar Gracián que en cualquier tendencia contemporánea. También las épocas son injustas con aquellos que nacen a destiempo.

Gracias, colega, por el feedback. Ya nos encontraremos de nuevo
MUY BONITO ESCRITO APRECIADO AMIGO, LO HE LEIDO POR DOS OCACIONES PARA QUEDARME CON LA SENSACION DE HABERLE LEIDO A CONCIENCIA, UN ABRAZO AFECTUOSO, GUILLERMO CEVALLOS JUAREZ, CUENCA- ECUADOR.

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