Migrar no siempre es tomar un avión,
cruzar una frontera
o aprender otro idioma.
A veces migrar es como la oruga en su metamorfosis:
se rompe por dentro y por fuera,
para que renazca la mariposa
y emprenda su nuevo vuelo.
A veces migrar es un incendio silencioso que nadie ve.
Es sentir que algo dentro de ti
comienza a empacar su sombra para marcharse,
mientras afuera todo parece igual.
Se va la voz que aprendió a callarse para no incomodar.
Se va la niña que decía “sí” para no quedarse sola.
Se va la mujer que sobrevivía
adaptándose a todos, menos a sí misma.
No hay maletas.
No hay pasaporte.
Solo un nudo antiguo en la garganta,
tejido con palabras tragadas,
con llantos que solo escuchó el cuerpo,
y con un deseo urgente:
llegar a un lugar donde existir
no sea justificarse.
Cuando el alma se muda no es una fuga:
es una resurrección.
Es elegirte a ti misma
cuando todo alrededor exige que sigas fingiendo.
Es apagar la culpa
y encender la dignidad como una hoguera.
Porque quedarse, a veces,
es dejar de soñar y de vivir.
Es seguir sosteniendo la vida de todos menos la tuya.
Es maquillar la tristeza con eficiencia,
el hartazgo con paciencia,
la resignación con virtud.
He visto mujeres migrar sin cambiar de país.
Atravesar un matrimonio
como quien cruza una celda invisible.
Soltar el peso del deber ser
hasta sentir los hombros libres.
Caminar sobre el abismo de su historia
con el alma hecha trizas,
pero con la frente erguida,
porque incluso rota, el alma sabe caminar hacia la luz.
No es fácil comenzar sin mapa emocional.
Pero hay algo más fuerte que el miedo:
la certeza de merecer otra vida,
una que no duela,
que no niegue,
que te permita respirar sin pedir permiso.
La verdadera migración
es un acto de silencio y rebelión.
Es mirarte al espejo
y reconocerte sin máscaras.
Es dejar de esperar salvación
porque aprendiste a salvarte sola.
No hay maletas.
No hay pasaporte.
Solo queda un grito mudo
quemándome por dentro:
“Si me quedo aquí,
me apago para siempre.”
Cuando el alma se muda
no hay regreso.
Solo hay territorio nuevo:
íntimo, real, libre y fértil.
Un lugar donde por fin te habitas entera,
sin cadenas,
sin reproches,
solo con tu verdad presente.
Y desde ahí, sin moverte,
reconstruyes tu mundo.
No emigraste del país:
emigraste de la vida que te negaba.
Y en esa migración sin fronteras,
nace la vida que siempre estuvo destinada para ti,
la vida donde por fin
eres hogar de ti misma,
y desde ahí, cada paso
se vuelve semilla de libertad.
© All rights reserved Erendira Paz López

Erendira Paz López. Psicóloga clínica egresada de la Universidad Autónoma de Sinaloa (2006–2011), con especialización en salud mental, psicoterapia humanista, género y adicciones.
Ha trabajado en instituciones como el Hospital Pediátrico de Sinaloa, clínicas de rehabilitación y programas de formación con CEPAVIF y SEMUJERES.
Colaboradora en medios como TV Azteca Culiacán, TVP, Grupo ACIR y la revista Gente Sinaloa.
Cuenta con certificaciones otorgadas por CONOCER, CONADIC y la CNDH en violencia, derechos humanos y atención psicosocial.
Entre 2019 y 2022 coordinó en Culiacán las acciones de la Ley Sabina, enfocadas en la defensa de los derechos económicos y judiciales de madres e infancias.
Actualmente reside en Canadá, donde ejerce como terapeuta, acompañando a mujeres migrantes en sus procesos de empoderamiento, reconstrucción emocional y fortalecimiento identitario.