saltar al contenido
  • Miami
  • Barcelona
  • Caracas
  • Habana
  • Buenos Aires
  • Mexico

Puede 2025

LA HISTORIA COMO DELIRIO: Tu sueño imperios han sido, de Álvaro Enrique. Elidio La Torre Lagares

No será una novela, aunque se lea como tal. O si lo es, no lo será sin el temblor que agrieta toda categoría, sin el exceso que subvierte la clausura de sus nombres. Tu sueño imperios han sido —que ya en su título anuncia el desfase, el desvío, la deriva barroca que contamina la historia de sí con el residuo espectral del teatro calderoniano— no narra, sino que pulsa. Álvaro Enrigue, en este gesto de escritura, no relata el encuentro entre conquistadores y mexicas: lo pliega, lo deshace, lo reescribe en el murmullo de un archivo que nunca fue uno, que se bifurca, que se refracta.

¿Y si la historia hubiese sido un sueño? ¿O peor, una pesadilla en la que sueñan a su vez los vencidos y los vencedores, cada uno atrapado en la modulación onírica del otro? No es la historia lo que aquí comparece, sino su exhalación espectral: la siesta, el letargo, la demora del sentido. La novela —si podemos seguir llamándola así— se organiza en torno a cuatro vectores, cuatro derrames del tiempo, cuatro siestas que no son sucesivas sino concéntricas: «Antes de la siesta», «La siesta de Moctezuma», «La tarde», «El sueño de Cortés».

Pero ¿quién duerme? ¿Y qué se sueña cuando se sueña el poder?

Cada capítulo, cada segmento, cada pliegue no conduce hacia adelante, sino hacia dentro, hacia abajo, hacia lo oblicuo. El tiempo se extravía, se desordena, se vuelve rito sin centro, especulación sin clausura. La línea histórica —ese viejo fetiche de los imperios— aquí se afloja, se enreda, se suspende en la bruma de lo hipnagógico. El relato colonial se contorsiona hasta volverse vislumbre, eco, vibración. No hay conquista: hay ruina anticipada, hay espectros conversando en lenguas cruzadas, hay cuerpos cargados de símbolos que no se dejan traducir.

Moctezuma, Malinalli, Tlilpotonqui, Cortés: no son personajes, sino síntomas.

Figuras que flotan, que gimen en el delirio narrativo de una historia que no sabe si repetirse, borrarse o decirse de nuevo. Enrigue no los representa: los disloca, los escribe como si fueran ruinas hablantes, residuos lingüísticos, entes atrapados en la insubordinación del lenguaje. Lo que se produce no es una fábula de conquista, sino una cámara de ecos donde las voces no cesan de refractarse unas a otras, como si cada frase ya viniera dicha, pero por otro, en otra lengua, desde otra grieta.

El texto se sabe hipertexto. No es que remita a otras voces: es que está hecho de esas otras voces. Cronistas de Indias, Bartolomé de las Casas, Sahagún, Glantz, Pitol, Elizondo, López Velarde, Guzmán… Todos comparecen, pero no como fuentes, sino como vibraciones de un tejido textual donde la autoría se deshace en la polifonía. La novela no narra un pasado; desconfía de él, lo perfora, lo convierte en campo de experimentación donde el palimpsesto arde bajo la forma de una escritura errante, híbrida, sin origen que restituir.

Aquí no hay relato puro. Hay restos, trozos, vestigios, artefactos textuales que se deslizan hacia lo impuro, hacia el exceso, hacia la hiperglosia —esa proliferación sin ley que desborda tanto el archivo como la voz. Enrigue no historiza, no narra, no representa: fragmenta. Se mueve entre lo ceremonial y lo sardónico, entre la sátira y el himno, entre el testimonio y el pastiche, todo ello refractado por una mirada que ya ha renunciado a toda nostalgia de totalidad.

El español del siglo XVI, el náhuatl transliterado, el castellano contemporáneo, la voz narradora, las voces cruzadas de los intérpretes —todo ello compone un orbe lingüístico donde ya no se distingue entre traducción, traición, invocación o ruido. El habla nahua —rehabilitada, no para el purismo, sino para el estremecimiento— se presenta no como lengua muerta, sino como pulsación sonora que deconstruye la hegemonía fonética del imperio. No es casual que Tenoxtitlan se pronuncie “Tenoshtitlan”: no es corrección, es subversión.

En esta dramaturgia sin centro, lo sagrado se desliza hacia lo grotesco sin solución de continuidad. Una ejecución se despliega como quien elige entre tortillas. Un emperador llora su impotencia política mientras paladea un guajolote en mole. La novela —si acaso— se divierte arruinando los discursos de legitimidad, revelando en cada gesto ritual la grieta que lo sostiene. Nada escapa a la ironía: ni la épica, ni la crónica, ni el discurso nacional. Todo se exhibe en su carácter precario, construido, ficcional.

Y luego está el sueño. No como tema, sino como modo de textualidad. Moctezuma y Cortés no sólo sueñan: son soñados. Sus delirios son el motor de una narrativa que no quiere representar, sino extraviar. ¿Y si la Conquista fue un mal viaje? ¿Y si el imperio no se fundó, sino que se disolvió desde el principio, atrapado en la profecía de su propia imposibilidad? El texto —siempre ya texto de otro texto— se pliega sobre sí mismo como un artefacto de alucinación. Cada palabra reverbera. Cada gesto anticipa su derrumbe.

Tu sueño imperios han sido no propone una lectura del pasado. Propone su invivibilidad. Su imposibilidad de ser dicho sin contaminarse. No se trata de ofrecer una contra-épica, sino de desactivar la épica misma como dispositivo. Lo que queda es un remolino de voces, un archivo en ruinas, una lengua que tiembla al pronunciar sus nombres.

En lugar de historia, un delirio. En lugar de identidad, una fractura. En lugar de verdad, un murmullo. En lugar de novela, un sueño: es decir, aquello que no puede decirse sino en el borde del lenguaje.

 

© All rights reserved Elidio La Torre Lagares

 

 

Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.

En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.

En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.