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Febrero 2013

Sobre ESCURRIDERAS DE LA SOLEDAD (Last Drops of Loneliness), de Rafael Bordao

LA FELICIDAD DEL LENGUAJE

Una cuidada edición del sello norteamericano Obsidiana Press, presenta esta segunda edición del poemario “Escurriduras de la Soledad”, del poeta cubano Rafael Bordao, quien reside en los Estados Unidos desde 1980.

Se trata de un volumen bilingüe, con acertadas versiones al inglés de Louis Bourne, a quien ya conocemos por su trabajo con autores de la talla del Premio Nobel Vicente Aleixandre, Clara Janés, Justo Jorge Padrón, y por su ineludible antología de la poesía canaria.

Rafael Bordao pertenece a la llamada Generación del Silencio, exiliada de su país natal por la persecución desatada por el régimen que aún domina la isla. La historia de Bordao es la de tantos de sus compatriotas, forzados a dejar atrás familia, afectos y paisajes, por imperativo de un poder que teme tanto a la disidencia, que no soporta el más leve cuestionamiento, la más pequeña diferencia respecto de su visión del mundo. Muchos de esos hombres y mujeres han sobrevivido a la persecución, a la amargura del exilio, al duro comenzar de nuevo, a la obligada adaptación a una nueva tierra. Muchos de esos hombres, como Rafael Bordao, encontraron otras posibilidades, la oportunidad de crear afectos y formar una familia, la de encausar sus capacidades y establecerse; hoy son ciudadanos en el conjunto, con otra historia y otras ocupaciones.

Sin embargo, hay una diferencia: en el caso de Rafael Bordao, existe la capacidad de expresar, no sólo de sentir. Jorge Luis Borges decía que todos los hombres sienten del mismo modo que el autor, mas que el autor es de los pocos individuos que pueden expresar lo que sienten los otros hombres. Esa expresión puede estar mejor o peor lograda –según la capacidad de hacerlo que posea el autor- pero cuando se es capaz de expresar lo que sienten los demás, y al hacerlo, se emplean los recursos que nos da la rica tradición poética occidental en su mayor plenitud, y se le agrega un modo singularísimo de hacerlo, estamos notoriamente frente a un autor de excepción.

En el caso concreto de Rafael Bordao, ello se evidencia en los burilados versos de su “Escurriduras de la Soledad”, engañosamente simples –porque la sencillez es una arduo recurso literario que pocos dominan- pero capaces de producir aquello que el lector del género madre de todos los géneros, la poesía, busca al abrir un poemario. ¿Cuál es el objetivo de esa búsqueda, qué le pedimos a los versos, al poemario? No le pedimos buenas intenciones, porque de ellas también están llenos los poemas fallidos, los textos que no llegaron a ser un poema. No le solicitamos a un libro de poesía que sea un catálogo de recursos literarios, pues para eso están los buenos manuales; tampoco le pedimos que contenga solamente sensaciones y sentimientos, pasión apenas, pues los malos poetas también escriben apasionadamente. Ni tampoco, nuestra exigencia apunta a leer ideas o sistemas de ideas, trasvestidos al verso, como quien le pone un bonito vestido a un seco concepto para hacerlo más digerible a la mirada del lector.

Es complejo el tema que Bordao resuelve tan bien, tan acabadamente en “Escurriduras de la Soledad”: lo que el lector de poesía le pide al verso es, sencillamente, que lo rapte, que se lo lleve consigo al universo del autor, donde convive su condición de sujeto que cruza un parque, que aborda un autobús, que tiene preocupaciones, olvidos y rencores, fantasías, fobias e inclinaciones, como todo hombre, pero a la que el autor le suma algo indefinible, algo inapresable para el lenguaje, en apariencia, hasta que el autor le demuestra al lector, por escrito, que era posible decirlo, darle forma, inoculárselo al otro.

La gran poeta norteamericana Denise Levertov, definía a la poesía como una forma de la telepatía. Eso de estar leyendo mentalmente, a lo sumo en voz muy baja –para los que sienten que la poesía es ritmo y solfeo también, como de veras lo es, cuando está bien escrita- es una manera (¿mágica?) de entrar en otro universo, que está dentro de éste.  Sólo un gran poeta puede hacerlo, puede instalar la telepatía a que aludía Levertov y como lector que soy, desde hace años, de la alta poesía escrita por Rafael Bordao, a fuerza de verdad, tengo que declarar que lo he experimentado muchas veces, con extremo placer, con profunda alegría. Tengo que volver a citar a mi coterráneo Borges –aunque no es él solamente argentino, sino compatriota del hombre universal- pues muy bien define la condición de la poesía, también para lo que le toca en ello a Rafael Bordao, pues dice Borges que la poesía es “la felicidad del lenguaje”.

Y felicidad del lenguaje encontramos en “Escurriduras de la Soledad”, pues el autor no sólo expresa lo que sienten los demás, acredita pasión, confirma alta capacidad para trasmitir sentimientos, sensaciones e ideas, maneja con maestría los recursos literarios necesarios para tan compleja tarea, sino que es capaz de establecer para nosotros un puente que lleva a regiones que parecen estar negadas a la lengua escrita y aun a la hablada –que goza de su privilegio, el tono, sobre su media hermana, la de los libros, aunque esta última sabe cómo remedarlo- regiones extrañas al nombre y al adjetivo, renuentes al verbo, y que Bordao hace accesibles… Ante esta capacidad, la primera reacción del lector es el asombro: ¿cómo es posible que esto pueda ser expresado, cómo puede estar allí, impreso por Obsidiana Press, cuando al pensarlo, yo no encontraba las palabras suficientes, las que alcanzaran para ello?

Rafael Bordao, el hombre que lo hizo posible, ha dividido este libro –que no dudo en calificar como extraordinario, en el cabal sentido de la palabra- en cuatro secciones o estados de la misma cosa, me animo a decir, pues emplea la proteica forma del agua para encerrar en su metáfora la Psique de la que hablaban nuestros hermanos mayores: son ellas “Oleaje”; “Marejada”; Mar de Fondo” y finalmente, como la ola que se va pero se queda en su húmedo vestigio sobre la playa que es el lector, el título mismo del volumen.

En estas trasmutaciones de Psique –ser algo distinto para ser lo mismo, magnífico empleo de la metáfora general- vierte el gran poeta cubano una arrollador caudal de poesía a la que puede mostrar crudamente, matizar en semitonos sutilmente diversos, armonizar en contrapunteos del sentido y la forma, adelgazar hasta el susurro casi inaudible del significado o magnificar hasta el estruendo imponente de versos sonoros, formidables, que luego se amansan engañosamente, pues las corrientes subterráneas que contienen no escapan a la percepción del lector ducho en el género.

Como al contemplar una obra de arte –y un poemario logradísimo como éste que nos ocupa lo es- el que observa logrará aprehender matices del pincel, contrapuntos del color y la forma que escaparán quizás a un ojo menos entrenado; mas igual que en el caso de una genuina obra de las artes plásticas, el lector ocasional del mismo modo sentirá la potencia del autor, aunque no esté instruido en las sutilezas de ese arte. Esta cualidad de ser, en su conjunto, una obra “apta para todo público”, es lo que caracteriza y distingue de las demás piezas -dignas quizá, logradas quizá- a las auténticas obras de arte, sean pinturas o poemas.

Nadie que fije su atención en unas páginas de “Escurriduras de la Soledad”, elegidas por el azar, podrá evitar ese perturbador aluvión de sensaciones, ideas asociadas, turbulencias del sentido,  que a poco de seguir recorriendo el poemario se encausan en una polifonía que, sin embargo, está bien lejos de la confusión de voces y de orígenes de esas voces. Esta es otra característica de la obra de arte, pintada, escrita o esculpida: es ordenadora de la realidad, mas deja que el espectador haga su juego, que se sienta libre de ordenar, él también, según se los muestra el autor, los variados elementos del cosmos al que está invitado.

No son pocos logros los aquí expresados, aunque la necesaria tiranía del espacio obliga a reducir así la nómina de aciertos de este genuino libro del género. Para dar cuenta de todo lo que contiene este volumen, necesitaríamos obligadamente la mayor extensión que da un ensayo. Basta, sin embargo, para advertir al posible lector que se está en presencia de un texto consagratorio, de un cabal aporte al genio de nuestra lengua, que encuentra en “Escurriduras de la Soledad” su felicidad, un hecho que, no por raro –lamentablemente, muy raro- deja de ser notorio y evidente, con esa simplicidad y evidencia que tienen solamente algunos clásicos. Creo, definitivamente, que “Escurriduras de la Soledad” consagra a su autor, el cubano Rafael Bordao, como uno de los poetas ineludibles de la biblioteca poética, en español, de nuestro tiempo.

Luis BenítezLuis Benítez Nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Entre otros reconocimientos literarios nacionales e internacionales, se cuentan: el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Sus 24 libros de poesía, narrativa, ensayo literario y teatro se publicaron en Argentina, Chile, España, Estados Unidos,  México, Uruguay y Venezuela. Recientemente, la editorial española www.publicatuslibros.com ha publicado en e-book sus Poemas Completos, con introducción del Prof. Luis González Platón, de la Universidad de Madrid.

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