Esta entrada, que hoy comienza, pretende formar parte de una larga serie de ensayos que se alternarán con mis ya habituales video reseñas de novedades, que seguirán animando nuestro placer lector, dentro de la columna “Enlaces”, para Nagari. En estos textos, se intentará mapear el cambio que, a mi parecer, ha ocurrido, en el mundo de la creación, y donde la víctima, quien sufre, y la empatía que se tiene con los damnificados, han empezado a ocupar un centro que antes no les pertenecía.
Que se ha operado un cambio en el ámbito estético, en especial, el literario, se observa si se lee, de nuevo, Los Cantos de Maldoror (1868), más conocido como el Conde de Lautréamont, figura maldita de la literatura francesa del que se desconoce la razón de su prematura muerte a los 24 años, durante el sitio de París, en la guerra franco-prusiana. La obra de Lautréamont, escasamente distribuida en una edición parcial que solo incluía el primero de sus seis cantos, y otra posterior, completa, pero de muy corta tirada, permaneció por mucho tiempo ignorada por el público, hasta que, lentamente, empezó a escandalizar a los lectores y, posteriormente, a formar parte del edificio de las letras francesas, hasta acabar considerándosela precursora del surrealismo por su uso de lo grotesco como recurso, y por su prematura utilización del irrealismo surrealista.
Fue escuchando una conferencia del catedrático de literatura francesa de la Universidad de Oviedo: Francisco González Fernández, sobre Lautréamont y su relación con la ciencia, como caí en la cuenta, como observé la diferencia entre la estética que subyace en la modernidad, y en el poema, su relación con el contexto, y la gran diferencia estética con las obras que, en la actualidad, transforman la literatura como lo hicieron Los Cantos de Maldoror.
Los cantos narran el enfrentamiento de un ángel caído: Maldoror, con Dios, por la, a su juicio, notable imperfección de la mayor de sus creaciones: el hombre. En un lenguaje enrevesado, alambicado, Maldoror narra su enfrentamiento con el Creador y con uno de sus antiguos compañeros celestiales y, en una última parte atípica, describe, en forma de nouvelle, el asesinato de un joven adolescente, máxima expresión de su proyecto, a su juicio.
La ciencia y la tecnología tienen un papel predominante en el poema, no solo por el campo semántico del poeta, que utiliza vocabulario propio de esas disciplinas (elementos de física, de geología, de biología, y de las muy repetidas matemáticas, en sus distintas ramas, aparecen en sus versos), y en la cita de leyes naturales: “me he basado en las leyes de la óptica que establecen que, cuanto más alejado está de un objeto el rayo visual, con mayor disminución se refleja la imagen en la retina”. Son el instrumento que permite llevar a la práctica los planes de Maldoror, las herramientas que le permiten enfrentarse a la deidad, en una clara actitud mefistofélica, como bien se observa en los cálculos que, en el canto final, llevan a la ejecución y muerte de la joven víctima, una escena que “parece haber salido de un manual de física” (González). Pero hay más. En opinión de González, en el inicio de la crisis de las certidumbres científicas, Lautréamont se adentra “en un universo donde el mal y el dolor acostumbran a expresarse con lenguaje científico”. Y explica la notable diferencia que existe entre las representaciones pictóricas de los teatros anatómicos, como la Lección de anatomía, de Rembrandt, sanguinarias pero didácticas, y el empoderamiento que, a través de la ciencia, se percibe en Maldoror.
En su repaso de los distintos rostros de la crueldad, el autor, cual superhombre, se compara con Dios en su empresa destructora: “He visto al Creador aguijoneando su crueldad inútil, prender incendios en los que perecían ancianos y niños”. La crudeza detallada de escenas atroces era común en la literatura del período, como señala González, por su uso en el realismo y el naturalismo. Pero Lautréamont va más allá y utiliza estos recursos para elaborar a un personaje simbólico, no realista: un ángel caído. Se trata de la personificación del rebelde, que renuncia a Dios, y a su salvación (“No veré ya a las legiones de ángeles marchando en prietas falanges, ni los astros paseando por los jardines de la armonía. Pues bien, sea”), y que lo enfrentan al humanismo, a lo humano como la medida de todo (“Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador”). Lo hace desde una perspectiva revolucionaria (y critica a los “Legisladores de estúpidas instituciones, inventores de una moral estrecha”), pero también machista y homófoba (“¡No me gustan las mujeres! ¡Ni siquiera los hermafroditas!”), donde la degeneración da paso a la belleza (“Incluso he asesinado [¡no hace mucho tiempo!] a un pederasta que no se prestaba bastante a mi pasión”) y de una profunda individualidad (“Aquel que renegó de todo, padre, madre, Providencia, amor, ideal, para solo pensar en sí”). En pocas palabras, la carta de presentación de la estética de la modernidad.
La narración laudatoria de los ilustrados para con la ciencia, incluso el intento romántico de aunar conocimiento científico y expresión artística, bien sintetizado en la biografía de Johann W. Goethe /1749-1832), el afamado poeta que postulo una teoría óptica de los colores, da paso a una modernidad en donde el conocimiento científico es símbolo de un poder fascinante y terrible al mismo tiempo que rompe con el ideario romántico. De hecho, tal como menciona González, a partir de una de sus víctimas, la joven virginal que duerme bajo un árbol, Lautréamont se enfrenta abiertamente al paradigma estético del Romanticismo.
Bibliografía:
“Coser y cantar: La mesa de disección geométrica de Lautréamont”. Francisco González Fernández. UNED, Revista Signa 23 (2014).
Los cantos de Maldoror. Lautréamont. Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara, Cuba (2006).
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez (Barcelona. 1969) es doctor en estudios románicos por la Universidad de Miami y máster en creación literario por la Universitat Pompeu Fabra. Ha publicado la novela Malas noticias desde la isla (katakana editores, 2018), traducida al inglés en 2019. En 2018 publicó un ensayo sobre ciencia y literatura española: Las ciencias y las letras: Pensamiento tecnocientífico y cultura en España (Editorial Academia del Hispanismo). En 2012 ganó el premio Cafè Món por el libro de relatos Artefactos (Sloper). Sus cuentos han sido seleccionados para varias antologías, entre otras: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013); Presencia Humana, número 1 (Aristas Martínez, 2013); y Viaje One Way: Antología de narradores de Miami (Suburbano, 2014). En 2016 compiló y editó el libro Simbiosis: Una antología de ciencia ficción (La Pereza, 2016). Ha impartido talleres de escritura en el Centro Cultural Español de Ciudad de México y en la Universidad de Navarra. Colabora con revistas literarias como Nagari, Sub-Urbano, CTXT o Quimera.