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Octubre 2025

“¿En los universos de qué artistas…?” Rolando Revagliatti.

COMPILADO: 20 escritoras argentinas responden a una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti.

PRIMERA PARTE

 

 

 

“¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?”

 

 

1: ALEJANDRA M. BOERO SERRA

     Definitivamente, perderme en las tramas literario-filosóficas y poéticas de las sagas vikingas; en los relatos que llegaron de Oriente a embellecer y hechizar a Occidente; en las epopeyas sumerias, indias, griegas, amerindias; en las coplas andinas; en los cuentos folclóricos. Encontrarme en la voz de los juglares que compartían y enriquecían la memoria de sus pueblos. Y en la poesía y correspondencia amorosa de todos los tiempos.

     Por lo expuesto anteriormente, elijo, en este momento, a los artistas anónimos, colectivos, a aquellos que estudiaron y compilaron las historias que todavía continúan contándome, leyéndome, interrogándome. Si tuviese que escoger a autores en cuyos personajes femeninos me sentí identificada o me hubiese gustado encarnar, serían, sin dudas, Marcel Proust y Gustave Flaubert.

2: ALICIA MÁRQUEZ

 

     Quisiera seguir a un conejo, a una llama, a un canguro, a un carpincho y de repente caer, caer y seguir cayendo por un profundo pozo y aparecer en un mundo absolutamente delirante. Igual al que estoy viviendo, pero infinitamente más creativo y ciertamente menos cruel.

     Si hay una reina que quiere cortarme la cabeza, la soplo, porque es una carta. Como decía el gato de Cheshire, la imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad.

     Y sí. Siempre me quedé con ganas de que la oruga me convidara con su narguile y todavía me pregunto quién soy yo. No lo sé. Alguien me dijo que era muy alta y yo me sentía muy chiquita y no había comido ninguna galleta tentadora.

     Tomaría café, en todo caso, aunque siempre es momento para el té, porque ellos son muy ingleses.

     La morsa está ahí para que no olvide la avidez, la avaricia y también, ¿por qué no? la crueldad. Pero es una barbarie de mentira, porque estoy en un cuento, y si fuera verdad los perdono, porque ellos son animales.

     Y entro y salgo del espejo, que es líquido como a veces algunos de mis pensamientos, como últimamente muchos de nuestros pensamientos, líquidos, inconsistentes, que van y vienen en un frenesí como el del Sombrerero Loco, pero no tan loco porque dice que, en un mundo de locos, ser cuerdo es una locura.

     No se oyen ruidos, nada más que mis pasos eligiendo un camino. Nada más que silencio de árboles y no sé dónde está el sol porque el bosque es cada vez más espeso.

     Quizás tenga miedo. ¿Pero quién no lo tiene? ¿Habrá que vivir con miedo? ¿Vale la pena? ¿Algún tribunal me juzgará por algo que hice, quizás arranqué un pétalo a una margarita y ella se quejó amargamente? A lo mejor no hice nada más que mirar detrás de un cerco perfectamente cuidado por no sé quién y ayudé a un flamenco a enderezarse.

     Dentro del cuento no es demasiado el miedo. No.

     Dentro del cuento es todo un magnífico interrogante acerca de adónde vamos, si es que vamos a alguna parte.

     O no me interesa ir a ninguna parte y entonces me siento y lloro, lloro mucho, lloro y me voy ahogando en mis propias lágrimas, pero por suerte sé nadar. Hay que llorar, sí, mucho. Y después, en medio del lago recordar palabras difíciles: dingolondango, rondalla, quisneado, languor, giranta, pulchen. Y mientras las digo a los gritos, se van secando el lago y mi ropa.

     Ahí viene otra página y tengo que aferrarme al borde para no caerme.

     Me olvidaba. Yo también me llamo Alicia.

3: ALICIA PASTORE

     Perderme o encontrarme, dos polos de un mismo programa. La lógica diría que para encontrarse hay que perderse primero. Pero creo también que es posible perderse al haberse encontrado en un mundo infinito de nuevos conocimientos.

     Me gustaría perderme en los universos de la artista japonesa Yayoi Kusama, soltarme, como dejándome caer en su mundo de percepciones, jugar en ese terreno peligroso en el que ella lo hace -peligroso para mí, no para ella- y volver, sí, volver a mí, inevitablemente modificada, claro, pero volver a mí, la que era antes, esa para la que una calabaza no tenía otra importancia que ser hervida en un caldo.

     Sé que sería una experiencia única, pero también, que lo haría desde muy cerca de la puerta de salida.

     Yayoi Kusama, quien padece desde niña de un Trastorno Obsesivo-Compulsivo, además de alucinaciones visuales y auditivas, pinta, entre otras cosas, calabazas, y desde su infancia en ellas encuentra consuelo, sencillez y alegría de vivir. Las calabazas no importaban nada en mi infancia taciturna y solitaria y mi propósito sería comprender en su hondura el significado que le encuentra Yayoi, pero regresando sana y salva, como corresponde a alguien que a gusto o a disgusto, se crió y vive en Occidente. Soy lo que soy. De este lado del mundo, nos creemos muy normales, sanos y perfectos, Y ante el distinto, crece el miedo, nos la jugamos, pero hasta ahí. Creemos que lo que tenemos es tan bueno, que no estamos dispuestos a arriesgarlo. Si me animara completamente, tal vez me llevaría una sorpresa, pero eso no sucederá.

     Yayoi, internada voluntariamente desde 1977 en un Centro psiquiátrico en Tokio, utiliza puntos y lunares aplicados a esculturas, pinturas, instalaciones y moda. Es lo que la ayuda a expresar su visión de infinito, cito “Nuestra Tierra es solo un lunar entre un millón de estrellas en el cosmos. Los lunares son un camino hacia el infinito”.

     Ella es infinita, no tiene miedo, yo ando reparando en minucias, las diferencias entre Oriente y Occidente.

     Su universo es muy otro que el mío.

4: ALICIA SILVA REY

 

     Clinamen. Se elabora, abeja, una miel depreciada. Se clava el aguijón en la materia finisecular del oído interno. Se abortan recuerdos. Se los revincula a la vigilia y a los sueños. Transmutante doble fondo de un objeto revestido de pana azul. Las metáforas extinguen. Tu oído es conocimiento en la literalidad. El universo tabica los intersticios. Una alegría seca confluente, embrujada, cubierta de compost rojo.

     De haber sido la hermanastra desconocida de Arlt, querría existir únicamente como la desconocida tía de sus sobrinos bastardos.

     Simultáneamente (en otra escala temporoespacial) querría haber nacido Lengua de Scherezada. Para denunciar ante el mundo los subterfugios de un relato finito, a saber, el fraseo nocturno de Schahriar, el infame. Por eso, lengua feraz, al poner fin a una realidad dada como infinita por el energúmeno, pateo el tablero de su petitorio corto de miras, arropado cada noche en la sustancia prodigiosa de mí, Lengua. (Casi pierdo mi vida en manos de tu delirio de inmortalidad. Ahora, te deporto a tu andrajo, desnudo, despojado para siempre, para siempre, de las nobles palabras. Te he vestido con ellas durante mil y una noches. Me llevo tu hombría acotada a mi lengua. Te he matado.)

Nota: Remitirse, quien lo desee, a: “La lengua de Scherezada”, Alberto Forcada, 1999, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).

5: ARACELI OTAMENDI

 

     Si tuviera que elegir universos de artistas en los que perderme o encontrarme, o donde me incluyeran como personaje, iría por opciones llenas de fantasía, profundidad y un toque de extrañeza. Me imagino habitando el mundo de “Barbarella” de Jean-Claude Forest, siendo un personaje humano, pero con un giro fantástico: quizás una viajera espacial con la capacidad de soñar mundos enteros, flotando entre planetas surrealistas con esa mezcla de inocencia y audacia que tiene el cómic. La bondad del universo, sería un refugio perfecto para explorar sin miedo.

     Después, me tienta perderme en un cuento de Julio Cortázar, como “Casa tomada” o algo más onírico de “Bestiario”. Sería un personaje que salta entre realidades sin notarlo del todo, atrapado en un Buenos Aires donde lo cotidiano se quiebra y lo imposible se cuela por las rendijas. O en un relato de Jorge Luis Borges, tal vez como una figura secundaria en “El Aleph”, alguien que intuye los infinitos, pero nunca los comprende del todo, vagando entre tiempos y espejos.

     Si vamos a lo desconcertante, un cuento de Silvina Ocampo sería un sueño: ser un personaje con esa mezcla de ternura y rareza que ella sabía construir, quizás una niña que ve lo que nadie más ve en un mundo torcido y poético. Y con Clarice Lispector, me encantaría ser parte de algo como un cuento de ella, un ser que vive en los bordes de lo real, atrapado en sensaciones intensas y pensamientos que no terminan de encajar.

     También me gustaría estar en una aguafuerte porteña de Roberto Arlt, podría ser “La mujer que escribe de noche cerca de la ventana” y que el autor se imaginara lo que estoy escribiendo mientras camina por la ciudad.

     Si voy más atrás en el tiempo, ser un personaje de Guillermo Enrique Hudson en un cuento, viviendo en el campo, montando a caballo y durmiendo con el canto de los pájaros.

     Y ya que de fantasear se trata, podría ser un personaje de una leyenda indígena argentina, tal vez anónima, que al correr peligro se transforma en un árbol florecido y recibe el nombre de algún pájaro.

     Tal vez, ser una escritora personaje en una novela policial de Patricia Highsmith, donde a su vez crea otro personaje que escribe una novela.

6: CAROLINA DOARTERO

     Me encantaría perderme en el universo pictórico de Remedios Varo.

     Descubrir su obra tuvo en mí resonancias inabarcables. Me acerqué a su imaginario con todo el cuerpo, con todo el ser.

     Su obra trasciende lo visual, promueve un salto perceptivo. Invita a mirar con “los ojos de la carne, de la mente y del espíritu”, como dice Ken Wilber al referirse a los tres ojos del conocimiento.

     Hay muchos puntos de contacto entre Remedios Varo y mi búsqueda personal y creativa.

     Sus cuadros tienen textura, espesor, y una narrativa que sólo se capta desde la intuición.

     Emanan ritualidad. Una sacralidad prosaica en la que conviven animales fantásticos, insectos, muebles y objetos animados, con elementos de captación sutil.

     Las escenas transmiten silencio introspectivo e interioridad.

     Transcurren en arquitecturas de líneas románicas y góticas, pero atemporales.

     Las cúpulas, cavidades y concavidades de estos espacios aparecen una y otra vez en mi imaginario y en mi poesía.

     Me une a Remedios Varo su entrega al desarrollo de la consciencia a través del psicoanálisis, los lenguajes simbólicos, la alquimia, la astrología, la metafísica, el hermetismo, la kaballah y la exploración de lo onírico como campo de información.

     Y el entramado inseparable entre vida y obra en la que esta última es manifestación de las diferentes fases del camino de autoconocimiento.

     En los cuadros aparece su rostro en todos los personajes. Rostros blanquecinos, nacarados, de expresión neutra, sin dramatismo.

     Se la ve transfigurada, andrógina, despojada. Etérea y al mismo tiempo encarnada.

     Veo en su obra la integración de polaridades, luz y oscuridad, vehículo imprescindible para conectar los diferentes planos de la realidad con la multidimensión.

     Me maravillan las escenas que van desde lo subterráneo hasta lo astral.

     Otro punto de contacto es la influencia del Bosco en su obra. Un pintor que me atrae desde niña. Me recuerdo mirando una y otra vez los detalles de “El jardín de las delicias”.

     Otra conexión potente con Varo es su acercamiento a la danza como medio de expansión de la consciencia.

     Con su amiga Leonora Carrington, compartían arte y espiritualidad. Eran seguidoras del “Cuarto camino” de Gurdjieff y practicaban las danzas sagradas. Danzas repetitivas, de alta intensidad que influyeron en coreógrafos como Pina Bausch y José Limón.

     En sus cuadros, los seres longilíneos con reminiscencias de las figuras humanas del Greco, me traen ideas coreográficas y de movimiento.

     La presencia de pájaros, plumas y el tema del vuelo es otro tema que se repite en su obra y atraviesa mi danza y mi poesía.

     Por último, los hilos, filamentos y hebras que ligan espacios, seres y cosas es otro gran punto de encuentro con su obra. En mi poesía, casi una obsesión.

     El hilo une lo fragmentado, conecta lo que parecía separado.

     “El manto sin costuras del universo”, expresión que se le atribuye a Einstein y punto de partida del misticismo oriental, sintetiza un modo perceptivo: la consciencia de unidad.

     Me perdería feliz en la obra de Remedios Varo, en quietud contemplativa o en movimiento.

     Su universo me resulta familiar.

     Me veo en ella:

mujer pájaro

mujer árbol

escarabajo

libélula

maga

alquimista

trovadora

tejedora del manto terrestre

canoa sirena

Remedios

me re liga

algo en mí recuerda.

7: CATALINA BOCCARDO

     La pasión según Clarice Lispector. Los misterios de Clarice. El clímax. Esa escritura flotante y a su vez, de profundidades. Sus personajes cotidianos, comunes, incluidos en sus historias que van tomando otras formas con el correr de la vida.

     Compruebo que estoy escribiendo entre el sueño y la vigilia. De esta manera una querría ser el personaje y la escritora sutil. Amorfa. La pescadora de ideas. La emoción con la idea, la idea con las palabras. La metamorfosis. Esa experimentación de los fantasmas vigilantes. La penumbra nocturna los cubre. Y vuelve a amanecer.

     Tapada como una crisálida, a la espera.

     Acostada con los párpados cerrados.

     Cuándo duermo y me despierto son las preguntas admitidas.

     Creo levantarme mariposa.

     A ella (la escritora) le hubiera gustado nacer bicho. O quizá, una planta. A mí me gustaría algo de todo eso. Y, en el caso, no ser devorada pronto.

     Desearía vivir mucho. Elegiría un paquidermo, una tortuga, un cactus. Cientos de años, milenios. Desarrollar esa pasión. Una pasión por la escritura es larga. Contundente. Arbitrario acto escritural.

     Una de mis fuentes trata del libro con título marino. Cuando su autora se dejó llevar hasta el final con la forma de un molusco. Dejó atrás caparazones o exigencias del entorno.

     No importó ninguna narrativa.

     Sólo ser.

     El verbo “ser” no como esencia, ontología. Ser viviendo y viviendo, viviente y suelto, en páginas de papel. O digitales. Sin ocluir el libro diurno. Más que un instante, quiero su fluir; arremeter con esta idea.

     Si ella optó por una vida inventada, también este yo que está escribiendo esto. Circular, sin puntos de referencia, sin equidistancia explicativa. Rizomática cuestión de quien hace un texto sin ley. Ella. Una mujer.

     Escritura femenina.

     Bello no estar atrapada por nadie. Ni atrapar.

     Y quién dice que hay que secuestrar a los personajes. Hacerles un argumento. Tomarlos en la trama, forzados a accionar. Identificarlos estatalmente. No, sin jurisdicciones. La autora no va a informar ninguna de sus atribuciones. Sin potestad alguna. Sin antes dudar. Dudar hasta que acabe el tumulto.

8: GRACIELA CROS

 

     En distintos momentos de la vida, creo, me habría perdido o encontrado en los universos de diferentes artistas. Rectifico, error en los tiempos verbales elegidos. Me perdí y me encontré. Y hasta escribí una novela para dar cuenta de eso. Doy un ejemplo, uno entre muchos. Cuando escribí esa primera y única novela (hasta ahora) estaba pasando una época de alta, pasional diría, identificación con Onetti, Idea Vilariño y las respectivas vidas y obras de los dos. Buceaba frenéticamente en las páginas de “La vida breve” de Onetti, en toda su obra y su vida, pero particularmente en esa novela. Hice míos algunos de sus personajes y los puse a vivir un thriller literario apelando a un juego de simulacros, presentándolos como sus imitadores o falsos clones puestos a vivir por el mismo Onetti para probar su verosimilitud y de ese modo pasaron a formar parte de mi historia, de hecho, allí soy un personaje más al que llaman por su apellido, Cros, sin mencionar nunca su nombre de pila. En esa ambigüedad está el misterio que me interpela, la ficción literaria que me subyuga. Aparecen en “Muere más tarde” también el mismo Juan Carlos Onetti (su réplica) y una misteriosa poeta uruguaya a la que es fácil reconocer en la figura de la gran poeta Idea Vilariño. Ese juego de planos –mezclados- de realidad y fantasía como espejos que nos incluyen o eliminan de la escena en instantes, es un recurso que me atrae y en toda mi escritura hay un ida y vuelta entre artistas, su obra, y la mía. En esa misma novela me llamo a mí misma “La Madame Bovary del subdesarrollo”. Aclaro que la novela fue escrita entre el 30 de mayo de 1994 -día de la muerte de Onetti, día en que empecé a escribirla en estado de shock profundamente conmovida por su partida-, y el 2000, año en que fue premiada en la convocatoria de la Secretaría de Cultura de la Nación y aclaro también que antes de llamarse “Muere más tarde” pasó por otras versiones bajo el título “Al imperio”, siendo finalista del premio Emecé y mención de honor del Fondo Nacional de las Artes. Yo “era” Idea Vilariño y quería llamar la atención de los lectores, invitarlos a que leyeran la obra de Onetti y también era la Idea Vilariño que lloraba su muerte, como también era Emma Bovary, porque como ella, o como El Quijote, estaba intoxicada de literatura y hacer pie en la realidad no era tarea fácil. Yo decía como lo hizo Flaubert con Madame Bovary: yo soy Onetti, yo soy Idea Vilariño, y todo lo demás era literatura. Y como para coronar el proyecto estaba el título que venía de otra figura amada y central en mi vida, Marguerite Duras, quien en su libro “Escribir”, en el texto llamado “Roma” dice: “Ella vive. No muere. Muere más tarde, de esa trampa de ser la prisionera de un hombre y, a la vez, amarle.” Toda mi obra es así, un diálogo infinito y fecundo con las voces de otros artistas.

9: KARINA LERMAN

 

     Casi al modo de una “poeta ladrona de papeles robados” podría hacerme eco de ese fuego real que lejos de extinguirse se multiplica a lo largo de diversos personajes borgeanos. Personajes que se desprenden y conjugan entre sí, al mismo tiempo fragmentarios, pero de una aparente unidad: de Ulrica a la Beatrice de Dante. De Antígona a Eurídice vía Orfeo. Una colección de rastros e indicios como puntapié a un recuerdo futuro que desbarate las desgracias y las recupere en su gracia. Una especie de personaje/s serial/es que muta-n y se reacomoda-n metamorfoseado-s. Porque cada texto posee su propio territorio móvil, islotes escriturales que migran con cada pulso. Casi al modo de una mitología personal ser el tigre de Blake o el de Borges hacia las zonas ramificadas del Cayupán. Una evocación mítica atravesada por cientos de universos -que en un ir y venir de la conjetura a la experiencia creada y viceversa- sea la piel viva de un lector/a escritor/a ovillada como perlas sobre el texto. Una soñante infinita en el tránsito del Dante junto a las hijas de Lot reponiendo la escena del purgatorio en una devoción sin fin. Casi al borde de la letra (o de la locura fantástica) mudar (se) en la mariposa de Chuang Tzu o en la rosa de Paracelso. O más aún, el cuervo del “nevermore” que desde las cúpulas de Mayo (junto a un Bartleby dixit) repara en alguna de las Emily -en ambas- con su pico corvo, y en una suerte de notación porosa por la cual se escabulle una y otra vez el entredicho eterno e infinito del poema.

10: LILIANA ALLAMI

 

     Son muchos los artistas que me invitan a sumergirme en sus mundos para poder perderme y, a la vez, encontrarme porque de eso se trata, ¿no? De ir siguiendo señales, atenta, conmovida, a tientas, para que algo, de repente, pueda serme revelado.

     Aunque otras disciplinas, como por ejemplo el cine, me han deparado también momentos mágicos, es la literatura el arte que más frecuento.

     La prosa que me atrae es la intimista, la que ahonda en los vínculos, en las emociones, en los sentimientos. Y si bien son muchos los escritores que de esta manera me convocan, hay un nombre que frente a esta pregunta se despliega ante mis ojos, me hace un guiño y se destaca como un faro: ese nombre es Philip Roth. Este escritor estadounidense de origen judío, con una mirada aguda, de manera autorreflexiva y con cierta ironía, trata los conflictos del siglo XX y abre de par en par una puerta hacia distintas realidades para que nosotros, los lectores, de inmediato nos veamos reflejados. Ocupándose de las cuestiones fundamentales que inquietan al mundo, Roth siempre me invita a transitar desde lo magnánimo a lo mínimo, de los problemas universales a la más absoluta intimidad. Con sus ficciones, más que ningún otro escritor, me permitió comprenderme a mí misma y comprender a quienes me rodean. Con un lenguaje propio, luminoso e intenso, tiene la virtud de crear universos que me impulsaron, sin duda, a confrontarme. La novela “Pastoral americana”, más que ninguna otra obra que yo haya tenido entre las manos, me hizo cambiar la percepción de un mundo que, siento, veía cómodamente instalada desde un pedestal, inalterada, entera. Sus páginas revolucionaron mi cabeza, y me animo a decir -eso espero, eso deseo- que borraron en mí todo resto de arrogancia. El derrumbe del sueño americano, su caída, su desmantelamiento, me enfrentó de lleno a mi propia fragilidad, a mi vulnerabilidad, a la vulnerabilidad del mundo que nos rodea, a resignificar la importancia de ciertas cuestiones que solemos adorar porque nos deslumbran con su brillo y con su persistencia. Comprendí que, de pronto, podríamos convertirnos en la ruina de lo que alguna vez fuéramos, que los andamios a los que nos aferramos podrían desmoronarse de un momento a otro dejándonos desnudos, a la intemperie, solos. Ninguno de nosotros está exento.

     Como ya dije, muchos otros escritores me convocan. Pero siento que hay en ellos un denominador común, algo que los vincula no solo por los temas que tratan sino por cómo son tratados. Una estética -forma y fondo- que tiende un lazo hacia mí y que no me suelta. Sus prosas me toman de las pestañas, hacen que me sumerja entera, cuerpo y alma, entre sus páginas. Atenta, inquieta, buceo entre esas palabras que me interpelan, me cuestionan, me emocionan, me acompañan y, sobre todo, me transforman, me van modificando: después de atravesarlas yo soy otra: más vulnerable todavía, más sensible y, con suerte, un poquito más sabia.

 

 

 

© All rights reserved Rolando Revagliatti

 

 

Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos, relatos y microficciones y diecinueve poemarios. En ediciones digitales se hallan los seis tomos de su libro “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”, conformado por 159 entrevistas por él realizadas. Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com  – Más de 1400 videos en los que ha grabado poemas y otros textos literarios de muy diversos autores se encuentran en https://www.youtube.com/user/rolandorevagliatti/videos

 

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