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Junio 2017

VERDAD Y “POSVERDAD”. Luis Benítez.

 “Ultimately it was hoped to make articulate speech issue from the larynx without involving the higher brain centres at all. This aim was frankly admitted in the Newspeak word duckspeak.”

 

En definitiva, lo que se aguardaba era que el discurso fuera articulado desde la laringe, sin involucrar en lo más mínimo a los centros superiores cerebrales. Este propósito fue francamente aceptado en la Lengua Nueva como habla-de-pato.

George Orwell, Nineteen Eighty-Four.

 

El bendito neologismo que tan en boga está en las redes sociales, los medios de comunicación gráficos, radiales y televisivos y -lo que es todavía más preocupante- cada vez más frecuentemente en boca del mismo hombre de la calle, no consiste en uno más de esos repetidos eufemismos que vienen  a intentar amortiguar la brutalidad de la realidad, mientras el genuino sentido de lo que representan, inmune a cualquier maquillaje, se sigue descargando sobre nosotros con la misma fuerza que antes o incluso superior, al tornarse en primera instancia más “digerible” para los menos prevenidos.

El término en cuestión es todavía más peligroso que esas manoseadas expresiones a las que políticos, periodistas y comunicadores (lo que no excluye a escritores, en esta última y muy general acepción) nos vienen acostumbrando desde hace décadas: decir “países en vías de desarrollo” en vez del contundente “países subdesarrollados”; “voto no positivo” en lugar del antagónico “voto en contra”, o “villa de emergencia” y también “asentamiento” para reemplazar el bien descriptivo argentinismo “villa miseria”, que en otros países de lengua castellana tiene por sinónimos “chabola” (España), “cantegril” (Uruguay), “callampa” (Chile), “tugurio” (Costa Rica), “chacarita” (Paraguay) o “guasmo” (Ecuador).

El término “posverdad”, a diferencia de los ejemplos puntuales y tan específicos del párrafo anterior, es capaz de englobar vastas secciones de lo real o a la misma realidad en su conjunto: torna lícito difundir, bajo su nuevo estuche pseudopreciso, una falsificación de lo objetivo apelando a las emociones más primitivas del receptor, hasta lograr que este suponga a los detalles, las peculiaridades y características -aspectos definitorios y esclarecedores de un hecho, una opinión, un criterio- como elementos secundarios o terciarios en relación a la concepción generalizada que se le quiere hacer creer y que él terminará por desear creer, inclusive sabiendo o sospechando inicialmente que se encuentra ante esa fea, concreta e irrefutable vieja conocida: la palabra mentira.

Mentira que -como suele suceder- no será gratuita porque obedecerá a un interés, este sí, bien cierto y palpable. Lo único verdadero de una mentira es el interés en que crean en ella que está detrás de toda falacia.

Al mejor estilo de aquella profética obra de Eric Arthur Blair (más conocido por su seudónimo, otra máscara que nos brinda el lenguaje: George Orwell), titulada “1984” y que fue publicada en 1949, podríamos estar en los albores epocales del Newspeak, la “Lengua Nueva” -como el autor británico denominó en su novela a una variante extremadamente simplificada del idioma inglés, destinada a derrocar al Oldspeak, la “Lengua Vieja”- cuyo fin preciso es dominar el pensamiento y tornar imposibles las formas opcionales de considerar cualquier instancia de la realidad, al quitarle a los hablantes las maneras de expresarlas y que son contrarias a lo que se desea que la gente piense, entienda, admita. Así, en la obra de Orwell, se procede a eliminar los sentidos y las acepciones no deseados de un término, con lo cual el concepto mismo que involucran dejará de existir: y si hablamos de algunos tan fundamentales como “libertad”, “justicia”, “entendimiento”, ya vamos justipreciando los alcances de sumarle a nuestro vocabulario, con un rango de existencia similar, admitido, corroborado, términos como la dichosa “posverdad”. Luego vendrán “poslibertad”, “posjusticia”, “posentendimiento”… ¿para desembocar finalmente en la “posthumanidad”?

Aún sabemos que el pensamiento se rige por las mismas reglas que el lenguaje y deducimos -todavía podemos hacerlo- que quien controle el lenguaje más tarde o más temprano controlará el pensamiento.

 

© All rights reserved Luis Benítez

Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay

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