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Agosto 2015

PRÍNCIPE AZUL. Autor Eugenio Griffero. Director Neher Jacqueline Briceño. Adriana Barraza Black Box

Príncipe azul30 International Hispanic Theater Festival of Miami

Príncipe azul

Teatro. Adriana Barraza Black Box.  Tel. 305 436 2916

Viernes y sábado a partir del 25 de julio. 8,30 pm

Autor Eugenio Griffero. Director. Neher Jacqueline Briceño. Elenco. Jorge Hernández y Arnaldo Pipke. Escenografía. Pedro Balmaseda y Jorge Noa . Iluminación. Carlos Repilado. Selección musical. Adriana Barraza. Fotografía. Pipe Jaramillos . Administración. Katia Pineda Producción. Adriana Barraza y Nobarte.

…el amor aquél

Empezamos. El espectador está en el mar…. de hecho es el mar. Su dialogante. De repente aparece un hombre de mediana edad vestido de impoluto blanco con sombrero de ala que se pasea nostálgico sobre un muelle de madera. Saca de su bolsillo una petaca de plata e ingiere whisky. Lo absorbe. Su rostro se constriñe al entrar el alcohol en su garganta“¡Llegué primero… yo y mi maldita puntualidad!”. Habla de su vida en un teatro de varietés y su función de eterno secundario. “Quería ser un gran actor”. Habla de sus musas de compañía y espectáculo Mimí, Marta y María “…aquellas pasajeras de la noche”. También lo hace delatándose como ladrón en la vida real mientras resalta su papel de magicien en el escenario como el mago Merlín. Se tambalea. La bebida se le acaba, va a por más. “Estoy solo y viejo”. Sale del escenario.

Música de tango en el aire. Entra en escena un segundo individuo vestido igualmente con traje blanco. “Qué oscuridad y qué neblina”. Tiene un bastón. No solo cojea sino que tiene su mano y su pierna izquierda paralizadas. No solo arrastra su paraplejia, sino que también lo hace todo su ser, afligido por sus memorias. Es juez supremo. Está casado y su mujer le engaña. Por momentos llora sentado junto al mar. Tiene un recuerdo que no se le va de su cabeza. “50 años y no te olvido Juan… Nunca quise olvidarte. El año pasado mi nieto me insultó y me dijo: ‘viejo marica’ ”.

¿Qué une a estos dos personajes? ¿Qué hace que Juan y Gustavo estén desde sus respectivos monólogos quejándose y regresando a su pasado?. ¿Qué papel juega el  “príncipe azul”, el mar, el tiempo, el amor, lo escondido… la nostalgia? La respuesta la tienen que descubrir ustedes cuando acudan a verla. Un tercer acto, que en sí es el propio encuentro de ambos, dilucidará esta y otras incógnitas.

Si bien está escrito bajo el tono poético y humanista  -yo diría casi bordeando el teatro de absurdo- por este ganador del premio Molière de dramaturgia 1982, el argentino y psicoanalista Eugenio Griffero, si diría que a mí me falta cierta “realidad” que justifique este encuentro para que “la química” entre ambos personajes llegue al crisol. Pero posiblemente me tenga que tragar estas palabras si, como he dicho al principio del párrafo, el libreto se decante por las directrices que crearon Beckett o Ionesco y, desde la voluntad del autor, se quiera evitar hablar de nudo o porqués.

Sacando lo mejor de sí Jorge Hernández (Juan) diseña su personaje con un sinfín de registros magníficos que le permite investirse de alcohólico contenido y ratero de buen corazón e improvisar sus movimientos inseguros a su libre albedrío. Yo escojo el momento que, tumbado en la arena, el mar viene hacia a él mientras goza de su embriaguez. Arnaldo Pipke (Gustavo) hace el contrapunto posicionándose perfectamente como gruñón. Se revela contra la realidad que le ha tocado vivir, sin olvidar por ello su tristeza. Por eso en el momento en que su piel se enrojece y le caen las lágrimas… a mí también se me cayeron las mías como espectador al verlo.

Finalizar con la dirección de Neher Jacqueline Briceño. Destacar la entrada escenográfica (Pedro Balmaseda & Jorge Noa) a la hora de abordar el mar y el muelle desde una luz blanco-azul-amarillenta (Carlos Repilado) y un ligero murmullo del océano (Adriana Barraza). Hacerlo, además, con la dirección de actores. Estos tempos tan exquisitos que ocupa la transición del silencio antes que los personajes evoquen su miseria o sus memorias. La presencia actoral ante el público. El hermoso papel que adquiere “el blanco” en la puesta en escena. La simplicidad coreográfica. Lo etéreo de la atmósfera que se crea en el patio de butacas. ER

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