Llega a mis manos un árbol. El libro se titula Verdor que clama: medioambiente, lengua y literatura. Once intelectuales y sus aportaciones arborecen en el volumen editado por Rocío Luque Colautti, Alexandra Morales Reyes y Carmen Rivera Villegas, bajo la fronda de Ediciones Flamboyán. La colección duplica su función ilustrativa y se desdobla en libro de texto, en el cual los lectores se hacen constructores del nuevo saber a través de diversos ejercicios. Es como tocar y ser tocado.
Este libro, pienso, es una necesidad, una urgencia. Nuestra relación con el mundo natural no tiene la proximidad de la satisfacción inmediata, sino que, por el contrario, nos han hecho mantenerla en la distancia. La naturaleza es nuestra primera casa, claramente, y en las casas habita el tiempo de ensueño; por tanto, no hay otro lugar al que pertenecer que no sea al mundo natural. Todo lo demás resulta impostura.
Verdor que clama atiende asuntos ambientales en el Puerto Rico así como referencia los efectos del cambio climático en el resto del planeta. La isla caribeña padece de erosión costera y el mar reclama lo que le pertenece. Todo los seres, de algún modo, se arrastran o son arrastrados por la vida, diría María Zambrano. La flor, después de todo, regala su néctar a la abeja para seguir existiendo.
Es un comercio de vida.
Pero a pesar de que puede ser tan soberbia como humilde, la naturaleza es un telar donde se hilan las esencias que la humanidad no hilvana.
En el ensayo que abre la colección, «El lenguaje medioambiental como lengua de especialidad», Luque Colautti parte de las distinciones entre la lengua especializada y la lengua general. Si bien esta última es polisémica y subjetiva, la también llamada lengua de especialidad, dominada por los saberes científicos y tecnológico, es monosémica e impersonal, aunque se rige bajo las reglas de la lengua general. A través de un conjunto de descriptores, Luque Colautti demuestra que el lenguaje medioambiental es un lenguaje especializado cuyo uso, incluso, como todo lenguaje técnico-científico, avanza más que su acepción regulada.
Si la naturaleza de la escritura es comunicar, escribir sobre la naturaleza, como acto social, pone de manifiesto afectos existentes entre la naturaleza y la sociedad. Alexandra Reyes Morales aporta al conjunto del libro con su escrito «Lenguaje y cambio climático» e invoca, indirectamente, una relación afectiva entre nosotros y el medioambiente. Esos afectos parten de las maneras en que, como dice Reyes Morales, nuestros comportamientos como sociedad, incluyendo expresiones culturales, desarrollo económico y posturas políticas, materializan su fenomenología en el uso del lenguaje, o la manera que tenemos para describir nuestra realidad.
¿No hay nada más allá del texto?
Los afectos le preceden. Adquieren materialidad en el lenguaje. Reyes Morales percibe, desde los diversos encuadres textuales posibles, la tendencia del discurso público que antagoniza a las naciones y sus ciudadanos y la victimización de los afectados. Pero el lenguaje es una energía en dos vías: lo que sirve un propósito puede ser revertido en otro propósito opuesto.
Ralph Waldo Emerson, filósofo trascendentalista, hablaba del espacio, del aire, del río y de la hoja del árbol como ejemplos de aquello que existe entre nosotros a la vez que nosotros existimos en aquello. El balance es flujo en dos direcciones.
La economía del desastre se presencia sin necesidad de ser nombrada. Ensayos como «Las maravillas del Caño Martín Peña», de Gloribel Ojeda Matos; «Alternativas energéticas para Jurutungo», de Marcel J. Sitiriche Castro; y «Al agua, pecho», de Arturo Massol Deyá, más que textualizar las situaciones a las que se enfrentan comunidades, barrios y pueblos impactados por desastres naturales, subrayan la insuficiencia de acción política del Estado ante las crisis que se han profundizado en Puerto Rico desde 2017, el año en que el Huracán María desbancó miles de boricuas. A partir de esto, «Impactos de los cambios catastróficos», de Ivonne Díaz Rodríguez, propone una pintura de Goya como tenor del tema que convoca el libro y contabiliza las relaciones entre los seres vivientes y el entorno en deterioro. El cambio climático pasa factura.
Decía Emerson que la naturaleza, que se arraiga tanto en lo bello como en lo fatal, proporciona un deleite intelectual y una sensación de libertad que ningún golpe del destino ni ningún mal pueden destruir («Omnipotente Dios», le llamaría José María Heredia en su poema «Niágara»). Nuestra pequeñez ante el poder universal se magnifica gradualmente ante la incomprensión de que, aún en su extrañeza, la naturaleza provee deleite intelectual y confort, a la vez que también es un poder destructor. Por tanto, precisamos aprender a convivir con nosotros mismos y con el mundo natural, como propone Julia Cristina Ortiz Lugo en su ensayo «Ubuntu: de la tierra de nadie a los hijos de la tierra». Ubuntu es la filosofía zulú de vida donde los seres comparten una misma realidad.
El escrito de Carmen Rivera Villegas soslaya aquella declaración del poeta Francisco Matos Paoli en la introducción a la edición del centenario del Aguinaldo puertorriqueño (1843), donde declara que la literatura puertorriqueña es (y ha sido) inherentemente romántica. Rivera Villegas, en «Leer la naturaleza en la poesía puertorriqueña», sugiere la lírica boricua como cuerpo de textos en afecto con la naturaleza, el medioambiente y sus comportamiento. Desde la ecocrítica, el ensayo de Rivera Villegas apuesta a los conceptos seminales de topofilia, arraigo y desarraigo para articular una lectura política de la literatura puertorriqueña basada en la patria grande, la patria inmediata, que es la Tierra, para lo que toma pulso del poema de Mara Pastor, «Desorden del colapso colonial».
El libro, intersticial en su propuesta, se desdobla como libro de enseñanza y aprendizaje y reverdece con propuestas lógicas a problemas reales, como aprovechar los recursos naturales de la luz solar y el agua de lluvia; o recurrir a la literatura para hacer de la crisis ambiental algo tangible e inmediato, y en reconocimiento del Todo.
Después de todo, un libro también es un árbol.
© All rights reserved Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.