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Puede 2020

CARNE DE ATAÚD DE BERNARDO ESQUINCA. Xalbador García

En medio de la vorágine en que se ha convertido el mercado cultural hay que celebrar las propuestas que buscan alejarse de las zonas de confort literario. Carne de ataúd (Almadía, 2016) del mexicano Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) es precisamente una de esas rara avis que trasgreden los géneros, los espacios y los personajes recurrentes de la narrativa de los últimos años en castellano. El anzuelo para atrapar al lector no podría ser más seductor: la novela presenta la historia del primer asesino serial mexicano aparecido al final del siglo XIX y principios del XX, cuando la dictadura de Porfirio Díaz servía de marco para propuestas literarias tan deslumbrantes como el Modernismo latinoamericano y los discursos científicos y evolucionistas convivían sin resquemor con el espiritismo, los alucinógenos y el desbordamiento de las pasiones.

En una Ciudad de México finisecular tan fascinante como terrorífica, Esquinca halla el espacio idóneo para situar una lucha entre la vida y la muerte, entre la dictadura y los deseos de libertad, entre la violencia y el sueño de redención. Las primeras páginas del libro anuncian el tono, lóbrego y violento, que mantendrá la narración. El pequeño Francisco toma un cuchillo para cercenar un animal en el rastro donde trabaja su padre. Al abrir el pecho brota la sangre que luego el propio niño bebe como un proceso para garantizar su virilidad. Tras la ingesta su padre lo golpea y lo manda al jacal:

“Satisfecho, se acostó en el petate a dormir. Y soñó: tenía muchas mujeres que vivían para complacerlo. Algunas aceptaban de muy buena gana. A las que se ponían remilgosas, las obligaba. A veces con pura fuerza, otras con el cuchillo. Ellas se espantaban y eso lo excitaba más.

“Despertó. Como siempre, se puso triste. Aún no tenía el arrojo ni para someter a sus primas, como había hecho su padre, que se casó con una pariente. Miró el chaleco que colgaba de un clavo, luego sus huaraches pringosos. Tal vez debería empezar a vestirme mejo, pensó.

“Y trabajar. Podría hacer zapatos.

“Pagaré por mujeres.

“Francisco se puso el chaleco de su padre, se miró en el trozo de espejo que colgaba sobre el aguamanil y dijo en voz alta:

“—Después les cobraré lo que me deban”.

El Chalequero empieza de esta manera su obsesión por el sometimiento de mujeres que lo convierten en asesino de prostitutas hasta que es capturado por las autoridades. Una de sus víctimas, Murcia, era la amante de Eugenio Casasola, periodista de El Imparcial. Años después de la aprehensión se empiezan a reportar nuevos casos a la manera de El Chalequero. Un rumor de muerte se expande por la ciudad. Casasola está seguro que el homicida ha vuelto, pero nuevos rasgos en las muertes tiñen de incertidumbre su teoría.

Con la espiritista y médium Madame Guillot como cómplice, el periodista va develando una historia de putrefacción tras las nuevas embestidas. De terror se alimenta la noche y por las calles los únicos sonidos que se escuchan son reminiscencias de sufrimiento. El ambiente se torna rojo. Huele a muerte. Con gran maestría Esquinca conduce al lector por los laberintos del suspenso con el que hilvana su narración, donde se imbrican acciones, tiempos, espacios, y por donde las fronteras entre la vida y la muerte han sido profanadas:

“Ahora lo sé: los muertos se alimentan del aliento de los vivos. Lo roban, no porque lo necesiten, sino porque son codiciosos. Como lo han perdido todo, sienten que lo merecen todo”.

Carne de ataúd es una pieza luminosa en la literatura contemporánea en español. Sustentada por un gran conocimiento de la época, la novela es un itinerario de asombros, por lo que el lector nunca puede abandonar el libro si no es hasta las últimas páginas. El final es tan virtuoso como toda la obra en sí. Se trata de una verdadera delicia para quienes busquen una maquinaría narrativa puesta a punto. No hay fallo cuando la literatura se saborea línea tras línea.

© All rights reserved Xalbador Garcia

XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).

Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años. 
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.

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