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Julio 2020

PSICOANÁLISIS BARROCO: CÚCUMIS SÁTIVUS. Héctor Manuel Gutiérrez

Sigmund Freud, nacido el 6 de mayo de 1856, Freiberg (Moravia), ahora Príbor, República Checa.

 Murió en Londres, Inglaterra, el 23 de septiembre de 1939

                         A la memoria de Les Luthiers y Johan Sebastian Mastropiero

 

                                                                   I

            Desde este cómodo y psicoanalítico sillón, recuerdo entre otras cosas la colaboración con su distinguido colega Josef Breuer, en el antiguo y reconocido enfoque terapeuta Mecanismos físicos de los fenómenos histéricos, escrito hacia el año 1893, en plena época modernista, aunque supongo que usted no se dio por enterado o no les dio importancia a los frecuentes suicidios que se registraron entre los que se identificaban con los postulados de aquella escuela estética latinoamericana.

            Recuerdo también las acertadas disertaciones sobre el comportamiento de la mente, perfeccionadas en sus célebres Estudios sobre la histeria, publicado en 1895.  Aquel trabajo marcó el inicio del psicoanálisis moderno con los descubrimientos que enfatizaban que los síntomas de pacientes histéricos están directamente connotados por fenómenos patológicos que se remontan a etapas muy tempranas del desarrollo de la psiquis. Es ya un hecho científicamente aceptado que por circunstancias de ambiente se reprime cierta y especial energía emocional que sólo se libera por medio de un metódico proceso catártico, que consiste, de acuerdo con las estrategias que usted inventó, en recordar y reproducir bajo el efecto de la hipnosis, un determinado número de escenas olvidadas a petición del subconsciente. La existencia de obras de ficción producidas por individuos del calibre de Sábato, Labrador Ruiz y en especial en las de Lezama Lima, ilustra la efectividad del acercamiento cuando se aplica en el campo de la creación literaria. Recuerdo también que usted abandonó ese método absolutamente convencido de que la naturaleza de aquellas sensaciones reprimidas era de carácter sexual.  Si no me equivoco, más tarde se dedicó usted a utilizar la “técnica de la libre asociación de objetos e ideas”. No me olvido, doctor, de aquel trascendental y finisecular momento en que aparecieron, una tras otra sus importantes obras, entre las cuales se destaca la más conocida de todas, la interpretación de los sueños, salida a luz en 1900.  Lo demás es historia.

                                                                     II

 

            Apoyándome en mi familiaridad con la materia y con su venia, Don Sigmundo, por escoger tan ordinario tema, me permito elaborar mis impresiones del popular cúcumis sátivus.

            Remotamente relacionado con el melón y la calabaza, tuvo su origen en el noroeste de la India, y eventualmente formó parte de las comidas en otras regiones de Asia, Europa y hasta la negra África, donde se prepara también en escabeche. Como de seguro usted sabe, el pepino es producido por las conocidas plantas anuales clasificadas como espermatófitas, que llevan el mismo nombre del fruto y que se distinguen por su despliegue de flores grandes y amarillas. Las flores proyectan en un hermoso pedúnculo, armoniosamente sostenidas por ejes de bien definido crecimiento, más o menos alargados, conocidos como tálamos, parte de los cuales contornan el periantio o perigonio, de muy proporcionados estambres,  que a su vez constituyen el anaroceo, término con que se conoce el aparato reproductor masculino. En cada una de las flores podemos encontrar, en arreglo paralelo, el pistilo, con el ovario, estilo y estigma, que obviamente conforman el aparato reproductor femenino. Como elemento definidor sobresalen, solitaria o en ramas, sus triangulares hojas. Éstas se agrupan con fines protectores y de reclamo, facilitando así las naturales intervenciones de los animales polinizadores, entre los cuales se encuentran con su laboriosa magia, las abejas.

            Por razones varias este pepónido fruto desempeña un papel importante en la dieta de los norteamericanos, como demuestran los ricos cultivos en los estados de Carolina del Sur, Tejas, California, la Florida y otras áreas de generoso clima. Ahí están los estudios, investigaciones y claras conclusiones de los laboratorios universales que,  auspiciados por instituciones no lucrativas, aparentan preocuparse por el bienestar del consumidor, señalan al pepino como fuente accesible de vitaminas, minerales y antioxidantes.

            Un popular uso de de las rebanadas pepinianas confirma la acción rejuvenecedora de estas, cuando se aplican como máscaras a la cara de los interesados en disimular las indiscretas líneas dibujadas por el paso del tiempo o la hinchazón de las heredadas arrugas, acelerada por la pobre alimentación, el abuso del tabaco y el alcohol, la mala vida, el trasnochar bohemio y las parrandas.

            El largo y pulido vegetal es también fuente de inspiración estética, a juzgar por el subjetivo efecto que causa su presencia en las llamadas naturalezas muertas o still life, retratadas en la etapa formativa de desconocidos y luego famosos pintores.

            Nadie mejor que usted, distinguido galeno, sabe del efecto líbico que les causa a sujetos de ambos y terceros sexos la sola mención de este tentador fruto, como posible instrumento de inserción, como sugirieron por años sus bien documentados casos.

            Las repercusiones de este misterioso e interesante dato en la forzada memorización de categorizaciones y estereotipos que tanto ayudó usted a establecer como requisito indispensable en el currículo de aquellos que, como último recurso en una oscura carrera de sicopatología y otras relacionadas disciplinas, se manifiestan en un ambiguo y complicado comportamiento que en numerosos casos impulsa a escribir laberínticas novelas, poemas o cuentos. Fueron sus teorías las que plantearon muy enfáticamente que el artista conoce el subconsciente mejor que usted mismo.

            De lo arriba mencionado se deduce, teniendo en cuenta su instruida opinión y de acuerdo con sus bien documentadas formulaciones, que el arte no es más que un substituto de gratificación.  Es decir, el arte funciona como un narcótico reducidor de la tensión.  Precisamente se ha puesto de moda un marcado interés por las manifestaciones del sexo en el campo de la literatura. En enfoques conocidos como crítica freudiana, el arte se concibe como una especie de neurosis.  El que se subscribe a estos acercamientos observa niveles profundos en los caracteres o personajes ficticios, a la vez que apuntala los símbolos que en ellos aparecen, como representantes de específicas y tratables necesidades sexuales que se reprimen y que no pueden expresarse directamente sino de manera artística e implícita a través del texto.  De hecho, estas manifestaciones motivaron a psicoanalistas como Jacques Lacan, quien escudriñó los planteamientos lingüísticos de Fernando Saussure para elaborar un esquema que determina y analiza las inquietudes del subconsciente en el discurso literario.

            Me permito ahondar más en el tema.  Fíjese usted, doctor: siendo uno de los frutos visualmente más atractivos, este también pariente de la familia de los cucurbitáceos, siempre ha mantenido una personalidad muy definida.  En su interior llama la atención la centrٕípeta distribución de sus semillas. Éstas tienen un aspecto embriónico de tenue coloración cristalina, como gotas de agua congeladas, carente del más remoto toque de agresividad, y que imagino como larvas aisladas sorprendidas en algún momento de durmiente incubación.  Su pulpa, también de colores tenues y virginales, ofrece al mismo tiempo una textura viscosa, crujiente y particularmente resbalosa.

            Como de seguro ha deducido por mi íntima interpelación, don Sigmundo,  el pepino me causa, a pesar de su humilde naturaleza, un placer gastronómico indescriptible, comparable solamente al que experimento en aquellas contadas ocasiones en que disfruto comidas más costosas.

            Mi relación con este cilíndrico componente de la comida actual, si se me permite utilizar un término contemporáneo, ha sido de amor-odio. Cada vez que tengo un encuentro culinario con este viejo militante de las comidas occidentales, no puedo disimular una marcada necesidad de reflexionar en la inherente  dualidad de nuestras relaciones.  La confrontación entre mi subjetividad y la subjetividad del pepino empieza precisamente cuando tengo que decidirme, como un Hamlet o un Segismundo, entre comerlo o no comerlo.

            Ése es el problema que confronto al verlo como parte de los adornos que hacen de la ensalada un arreglo floral tan prometedor al paladar, al mezclarse con otros vecinos de variado fundamento nutritivo. De sólo sentirlo acomodado con tan llamativa compañía, se me hace la boca agua y empiezo a tener fantasías que van desde una rumiante sesión “a la roca”, hasta un entusiasta festín, a menudo bautizado con algún tipo de influyente sabor de externa o sintética procedencia, como el de los acostumbrados aderezos franceses, italianos, de las mil islas y otros. Se me antoja un especial deleite cuando lo ingiero junto a otras verduras y follajes, como rábanos y tomates, zanahorias y remolachas, espárragos, lechuga y berro, más otros componentes de valor y rango similares.  Así, con la ayuda del tenedor se muda en sus consecutivos viajes a la primera fase de la importante carrera hacia el exterior. Al ser ingeridos, todos ellos, en conjunto, ejecutan ritmos de naturales crujidos y resbaladizas cadencias, mientras orquestan, con la imprescindible intervención de las enzimas salivales, una deliciosa sinfonía de variados sabores. Estos movimientos musicales son acústicamente reproducidos por el extraordinario mecanismo estereofónico de nuestro sistema auditivo, en el breve pero intenso paso por las cóncavas y góticas paredes bucales, reverberante catedral donde fervorosamente se reza, cuando hay quórum, por el logro común de una digestión cómoda y tranquila.

            Como implica mi discurso, ilustre e influyente doctor, la conexión psicológica en mi concepción de este popular vegetal, está más bien fundada, no en las obvias proyecciones geométricas, sino en los discos ingeridos exclusivamente como cortes transversales.

                                                                     III

            Pero permítame explicarle con detalles, cómo me afecta la presencia del mencionado nutrimento. Después de deliberar profundamente por unos segundos, cedo a la tentación y disfruto la especial tesitura del pepino, como se disfrutan las cosas buenas que da la vida: un coñac añejo, un rico habano o un beso profundo.

            Pasarán, muy amenos por cierto, y como dicta el protocolo, unos momentos de intelectual sobremesa. Pero no tardará en llegar una paralizada e inquietante sensación de presencia en el vientre, henchido de emoción, cual preñez de dama que espera con resignado gesto.  Bajo una digestión pesada y lenta, invadido por un intolerable sopor, me voy a la cama más temprano que de costumbre, me duermo, si así se puede decir, muy entrada la noche.

            Fortuitamente me sueño sentado en el más incómodo de los blancos asientos.  Si miro hacia el norte de mis desvaríos, del cono sur me sale con sádico movimiento, una infinita cadena.  A veces, sin pedir permiso, me sodomiza, con sangre y dolor, un cuerpo extraño, el cual rechazo, desde luego, pero con inútil firmeza.  Humillante y sofocante, la sensación me llega, desde el centro hasta el cuello. ¿Hablar y gritar? No puedo.  ¿Respirar? Mucho menos. La sangre me sube a las sienes, me afecta la facultades internas, y una fuerza arrolladora se impulsa desde dentro en dirección a las pupilas, los lóbulos y las cejas.  Siento, sin quererlo, un violento cilindrismo, un gigante e inquisidor tubérculo. Me tiro de la cama casi despierto, por fin me siento y mientras me alivio, cavilo con lo poco de consciencia que me queda. Al latón todos esos oníricos axiomas que leí de adolescente.  Con ellos los complicados Edipos y Electras.  Por más vestimenta de afectación clínica que se les quiera dar, los sueños no son más que el producto de un estado de preocupación con frecuencia amplificado por traumas anatómicos causados por la persistencia y testarudez de algunos alimentos, en su afán de llevarle la contraria y declararle huelga al organismo. Se empeñan en no cooperar con el natural transformador dispositivo que imponen las pepsinas que segrega la mucosa del píloro. Doblándome ante sus blancas y analíticas canas, ¡qué deleitosa sensación masticar las rodajas de transversal belleza de un fresco cúcumis sátivus!, eminente representante de la ciencia. ¡Qué doloroso sentimiento el del pobre fruto que no puede, aunque quisiera, como el árabe garbanzo, por ejemplo, hacerse amigo de mi digestivo sistema, y que me ha dado, como era de esperarse, una noche toledana de alka, magnesia, pepto, bi y carbonatado desvelo! Y en cuanto a su psico, anal e ítico diagnosis, Doctor Fraude, me importa un bledo…. un comino… o un pepino (con todo respeto).  Camino al final de mi comparecencia, me permito sugerirle con reflexivo enfoque, de imperativo modo y con complementos directos e indirectos —protegiendo su inflamada y austríaca próstata, desde luego—, empléelo donde mejor le plazca.

© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez

Héctor Manuel Gutiérrez (Miami), es creador y criador de un sub-género literario que llama cuarentenas. Dentro y fuera de esta extraña y peculiar nomenclatura, cultiva e incorpora una amplia gama de tareas que abarca desde cuentos, espístolas y reseñas, hasta módulos de crítica literaria y poesía. Es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, y CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019. Les da los toques finales a dos próximos libros, AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos, y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.

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