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Septiembre 2023

LA BELLEZA AMERICANA. João Melo. Traducción de L. F. Lomelí

Doña Augusta se había ido para América —era así que ella misma, como mucha gente buena, se refería al país de Lincoln y Roosevelt; pero también, desgraciadamente, de McCarthy y Bush— hacía un año. Sin embargo, y al contrario de mucha gente, igualmente buena, no fue en busca del paraíso prometido por la Gran Manzana.

            En realidad ella no era, técnicamente, una emigrante. Su hijo —único sobreviviente del par de gemelos que tuvo durante su primer matrimonio—, era un geólogo angolano formado en Escocia y empleado de la compañía petrolera americana Chevron, en Luanda, que lo habían mandado a hacer un curso de capacitación de un año a los Estados Unidos; como ella era viuda, él y su mujer resolvieron llevársela también, lo que, por lo demás, tenía una ventaja adicional: ella podría cuidar a las tres criaturas de la pareja que eran todavía muy pequeñas (una de cuatro, otra de dos y la última prácticamente recién nacida). Ella tenía plena noción, por lo tanto, de que estaba allí provisoriamente.

            Por más inverosímil que pueda parecer, esa situación transitoria no le gustaba. Conocer América nunca había estado en sus planes por la simple y sencilla razón de que, para ella, el mundo se resumía en Angola —o, para ser más preciso, en el Barrio Operário, tradicional barrio luandense donde siempre vivió— y en Portugal, que no conocía, pero del que oía hablar permanentemente, unas veces con rabia, otras con añoranza e incluso en otras con saudade imperecedera.

            De los Estados Unidos ya también había oído hablar, claro, sólo que con menor frecuencia. Sea como sea, Portugal, no se sabe por qué, le parecía más próximo, por lo que Doña Augusta soñaba con el día en que pudiera posar sus pies en el Rossio[1]. En contraparte, y como nunca fue dada a las fantasías, jamás le pasó por la cabeza que acabaría conociendo Nueva York antes que Lisboa. Por eso, cuando su hijo le dijo que la llevaría a América, no demostró ningún entusiasmo particular. Y, en cuanto llegó, comenzó inmediatamente a contar los días para su regreso.

            Desde que llegara a los Estados Unidos, hacía un año, Dona Augusta incluso no había salido de su casa ni una sola vez, de la misma manera en que rechazó, literalmente, aprender la lengua local. Su rutina se limitaba a cuidar la casa orientando, para tal efecto, el trabajo de Salomé, una mexicana ilegal con la cual, aunque a duras penas, aprendió a comunicarse en portuñol, y a cuidar de los nietos cuando ellos estaban en casa. Al principio, su hijo se exasperaba con el comportamiento de su madre:

—¡Parece animal del monte, mamá! ¿Por qué nunca sale de la casa! Dese por lo menos un paseo por el barrio, vaya de compras, haga alguna cosa… Allá en Angola se la pasaba usted en los mercados; aquí que hay de todo, ¡nada!: se queda encerrada en la casa…

            Un detalle, en particular, lo irritaba en sobremanera.

—¿Por qué es que se niega a aprender inglés, mamá? Hoy, quien no habla inglés puede ser considerado un auténtico suicida… Desde que llegamos le procuré una profesora particular, pero una semana después nos renunció diciendo que nomás no se podía entender con usted… ¡Y hasta ahora no sé qué fue lo que pasó!

            Esa desdichada discusión terminó un día cuando Doña Augusta, después de escuchar otra sesión de los lamentos de su hijo, chasqueó los labios y respondió:

—¡Ándale! ¿Y para qué necesito saber inglés si con mi portugués mezclado con umbundu y kimbundu ya le conseguí enseñar a la mexicana a preparar funje[2]?

            Lo que ella nunca le había dicho a su hijo es que tenía un motivo concreto y, más que eso, innegociable, para indirectamente haber corrido a la profesora de inglés que él le providenciara. Miss Jennifer —ése era el nombre de ella— a los ojos de Doña Augusta era una cabrita (una de las muchas subclasificaciones “raciales” inventadas por los angoleños, la cual sirve para identificar el mestizaje de una mulata con un blanco o viceversa), o sea, casi blanca. Con todo, y desde el primer día en que entró en aquella casa y conoció a la familia de angolanos que ahí moraba, Miss Jennifer comenzó a molestar abiertamente a Clarinha, la nuera de Doña Augusta. Clariña —sépase— era una blanca angoleña natural de Chibia, que había conocido al hijo de Doña Augusta —un prieto natural del Kuanza Sul, de madre umbundo y padre kimbundu— en Luanda y se había casado con él dos años después.

            La primera bronca aconteció cierto día cuando Miss Jennifer preguntó directamente a Clarinha, en tono arrogante, si era angoleña. Doña Augusta pasaba por ahí y, a pesar de no saber inglés, hasta parece que entendió la pregunta. No le gustó. No hizo nada en ese momento, pero resolvió registrar aquel episodio en su corazón.

            Algún tiempo más tarde Miss Jennifer hizo una segunda pregunta que Doña Augusta comprendió perfectamente:

—¿Allá en Angola, ustedes los prietos, se casan con blancos?

            Doña Augusta miró con tal incidencia a la profesora de inglés, que ésta experimentó un escalofrío en la columna. De súbito se levantó, fue a la cocina y cerró la puerta, dejando a Miss Jennifer en la sala, escrutando su propia conciencia, a fin de descubrir eventualmente lo que había hecho mal. Sin embargo no fue capaz, absolutamente, de descubrir nada, pues siendo la suya una conciencia autosuficiente y, por lo mismo, arrogante —como, bueno, la conciencia americana en general, por lo menos según los últimos mohicanos, todavía en resistencia aquí y allá—, se caracterizaba, digámoslo así, por una flexibilidad y un margen de reflexión escasos, por no decir nulos.

            Antes de saber cómo acaba esta historia, es preciso esclarecer, para evitar juicios y conclusiones precipitadas, que Doña Augusta era una simple y tranquila ancianita angoleña, totalmente perdida en medio de una sociedad que, por más que intentara, no podía comprender, pero tampoco tenía ningún tipo de frustración ni resentimiento político. Si yo le quisiera faltar al respeto, diría que ella era uno de esos seres sin forma, sin color ni aroma, para ya ni hablar de corazón, estómago, hígado y otros órganos típicos de la posmodernidad. Pero no lo haré porque me cae bien.

            De igual modo, ella tampoco sufría de ningún prejuicio desagradable ni de influencia ideológica antiamericana, contextual o familiar pues, por un lado, estos hechos ocurrieron después de que los Estados Unidos se tornaron el amigo número uno del gobierno angolano por una serie de razones que no revelaré para evitar broncas mayores y, por otro lado, su único hijo era un joven tecnócrata educado en el ambiente ideológico post-Muro-de-Berlín y post-SIDA, exclusivamente preocupado por la familia, los negocios y la fidelidad conyugal (con o sin condón).

            La verdad es que, esa noche, que hasta ahora no ha olvidado, Doña Augusta tuvo una larga conversación con el espíritu de Toni Morrison, quien la visitó cuando dormía, todavía con la imagen y las preguntas de Miss Jennifer en el subconsciente. “Ser blanco es una construcción, una construcción de los hombres; y ser prieto también”, comenzó a decirle Toni Morrison didácticamente. “Quiero decir”, continuó, “las razas en sí y las diferencias entre ellas son el resultado de una construcción social”. Doña Augusta no entendió muy bien, pero sintió que estaba de acuerdo y, para ella, eso bastaba.

            Cuando despertó Doña Augusta, motivada por esa conversación nocturna con el espíritu de Toni Morrison, decidió inmediatamente tomar una medida radical contra Miss Jennifer. Comenzó, pues, a contar las horas que faltaban para la llegada de la profesora de inglés. Cuando ésta llegó, después del almuerzo, la profesora le comenzó a hablar con aire simpático y cortés, como si nada hubiera acontecido entre ellas en la víspera. Doña Augusta le respondió en umbundu. Atónita, Miss Jennifer se quedó sin saber qué hacer. Se sentó para ver si así se le ocurría alguna idea, pero Doña Augusta se sentó en el sofá contiguo y le siguió hablando en umbundu, sin parar, impidiéndole pensar en cosa alguna.

            La profesora de inglés, súbitamente convencida de que doña Augusta andaba desajustada, tal vez a causa de la nostalgia por su tierra, no encontró otra solución y salió huyendo. Luego le llamó al hijo de Doña Augusta para informarle que a partir de aquel instante dejaba de darle clases a su madre, abdicando, incluso, de cualquier pago por los días en que había, estoicamente (palabra que ella no usó, claro, pero que le pasó por la cabeza), intentado hacerlo.

            Extraña y abusivamente, pues la historia de Doña Augusta y la profesora de inglés parecía ya haber terminado, un escritor angoleño, tal vez —¿quién sabe?— condolido con Miss Jennifer, se entrometió para decir, como si estuviera en una asamblea (defecto que, lamentablemente, los angoleños se resisten a sobrepasar):

—¡Los Estados Unidos son el apartheid que sí funcionó!

            Probablemente, el referido escritor era uno de esos últimos mohicanos que mencioné anteriormente, pues había en su voz un indescifrable hedorcillo ideológico, cosa que en los días de hoy ya no se usa. No perdamos, pues, tiempo con él.

[1] El Rossio es la plaza principal de Lisboa. N. del T.

[2] Puré de yuca, también de camote, maíz y maíz millo. N. del T.

 

 

 

© All rights reserved João Melo

 

João Melo (Luanda, Angola, 1955). Escritor, periodista y consultor en comunicación. Es fundador de la União dos Escritores Angolanos y de la Academia Angolana de Letras. Actualmente divide su tiempo entre Luanda, Lisboa y Wáshington, D.C. Su obra incluye poesía, cuento, novela, artículos y ensayos. Sus libros han sido publicados en Angola, Portugal, Estados Unidos, Brasil, Italia, España, Reino Unido y Cuba. Algunos de sus textos también han sido traducidos al francés, alemán, árabe y chino y aparecido en diversas revistas y periódicos internacionales. En 2009 recibió, en la categoría de literatura, el Prémio Nacional de Cultura e Artes.

 

 

 

 

 

L. F. Lomelí (Etzatlán, México, 1975). Ingeniero y doctor en español y portugués. Ha publicado una docena de libros.

 

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