—¿Te imaginas que llega a la otra orilla? —preguntó Miguel.
Golpeó dos veces el cabo de aquel cigarro de bodega, y la ceniza cayó en el fondo de un vaso plástico donde todavía quedaba un poco de agua. Miraba el techo, como si ahí se proyectara el destino. Nada gusta más al intelectual que discurrir sobre la humanidad desnuda. Y Miguel era todo un “intelectual”: le encantaba el drama, con su ron añejo, su cabito apagado que alguna vez fue cigarro, y la brisa del mar entrando por la ventana.
—Si llega, habrá sido otro sobreviviente. Y por lo menos… ¡AY! ¡REPINGA! —exclamó Celia desde el otro sillón, interrumpiéndose justo cuando el último de seis fósforos se le deshizo entre los dedos—. ¡Ni una vela, coño! ¡Ni una vela se puede prender aquí, repinga! Ay, Yemayá, mi negra, ayúdame.
Suspiró hondo, rebuscando en derredor. Sabía que su Pepe Grillo interior no la dejaría tranquila si no hacía todo lo posible: al menos rezar.
—¿Cómo cojones prendo yo la dichosa vela?
—Mujer, relájate —dijo Miguel, pasándole el cigarro—. Coge el cabo.
—¡El cabo! Si es que estoy que no doy…
Celia se inclinó sobre la cuerdecilla de la vela, avivando un cigarro con lo que quedaba del otro. Una llamita viva al fin se alzó. Tosiendo, tiró el cabo y se dejó caer otra vez en la butaca.
—¡Por fin, cojone! —exclamó. Luego volvió a encogerse de hombros—. Ayúdalo, Yemayá.
Miró la estatuilla de la reina del mar, la de vestido azul y corona de caracoles. La besó en la frente con una mezcla de fe y costumbre. Después, se dejó caer en el otro sillón de tablas, junto a la ventana.
—Entonces, ¿qué? —interrogó Miguel, pasándole un vasito con ron.
—¿Qué de qué? —respondió Celia.
—Si llega es un sobreviviente y por lo menos… ¿qué?
—Ah, qué sé yo… Por lo menos lo conocí, chico. Queda poca gente aquí con los mismos cojones de Fidel.
Miguel soltó una carcajada—. Discúlpame chica, pero todavía cada vez que lo dices me imagino al otro
—No ese, Miguel, no seas sangrón. Fidel, el chama del taller. El del flaco, el que vive allá en Martí con Línea. El que se fue anoche. Ese Fidel— Recalcó con tono irónico antes de seguir hablando — El único que tuvo cojones para decir lo que otros se callan. Ya nadie habla, chico. Malo que se fuera, pero todos se tienen que ir. Es la historia de todos los días.
—¿Y si no llega?
—Si no llega, salgo a fumarme otro criollo.
—De pinga.
Se hizo silencio. Miguel volvió la vista al techo; Celia al mar.
Pasaron unos minutos se levantó en busca de un cuaderno gastado para sentarse a escribir. Después de cierto tiempo hay cosas que no vale la pena ni intentar decir en voz alta, pero queman.
Nadie nace libre —Empezó—Todos nacemos presos: de nuestros padres, de sus mitos, del gobierno, y aquí, de esta dictadura de pinga. Somos de otros desde siempre. Qué estúpida epifanía eso de querer ser libre. ¿Qué es ser libre? Suena hermoso porque es irreal. Como el comunismo. Pero hay que tener cojones para irle arriba a todo buscando algo que ni sabemos cómo es.
¿Qué libertad es esa? Da miedo porque nadie sabe qué hay del otro lado. El que está preso le coge roña hasta a la lucecita que entra por la ratonera. Pero hay que ser valiente para salir corriendo a buscar la libertad sin importar lo que cueste, soltando hasta lo poco que uno tiene. Eso hizo Fidel. El nuestro, no el otro. Qué nombrecito le pusieron, ¿eh? Otro ejemplo de que ni el feto tiene libertad. Se suicidaría antes de nacer en Cuba, o mataría al que lo nombre <<Fidel>>.
Pero da igual. Este Fidel se los puso bien puestos. Se paró y habló. No en la calle, donde todos sueltan algo. No. Lo dijo donde duele. En la tribuna. Como un demente lúcido. Como un suicida que pide salvación. Y eso no se hace si uno no quiere libertad de verdad. De esa que nadie puede prometerte, pero que uno igual sale a buscar.
Hizo una pausa para tragar saliva. El bolígrafo le temblaba. Apagó la vela con dos dedos mojados y se inclinó otra vez en el mismo sillón, cerró los ojos.
—Por tu vida, Yemayá… o por la mía, hazlo balsero, no mártir. Mártires hay muchos, y ni se acuerdan de ellos.
El aire del mar siguió soplando por la ventana abierta de la bahía. Fue su única respuesta.
© All rights reserved Mabel Toledo Cuéllar
Mabel Toledo Cuéllar. Maestra Asistente. Escritora amateur. Estudiante de sociología, y de la Escuela de Escritores de Madrid. De origen Matancero (Cubana), actualmente reside en Houston, TX.
Correo electrónico: mabeltoledocuellar@gmail.com