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Julio 2025

A QUE NO HAY HUEVOS. Lucía Oliván Santaliestra

“Andrés Porto el corto” es la cantinela con la que el Gordo, el Mechas y el Follonero me reciben siempre en el recreo. Luego siguen los bocadillos llenos de tierra, las collejas en el pasillo, y las risas cuando digo algo en clase. Hoy he decidido que eso se iba a acabar de una vez por todas. Y además, la ocasión ha surgido así, de la nada.

Esta mañana estaban cuchicheando en el pasillo. Lo único que he podido entender ha sido lo de “A que no hay huevos”. Cuando me he acercado, he recibido el acostumbrado escupitajo y una patada por respuesta. Sin embargo, el Chivato, (por qué tendrá ese nombre),  me ha dicho que quieren entrar en el despacho del director y coger el parte de disciplina que les han puesto antes de que lo envíen a sus padres.

 “Yo os ayudaré. Esta noche. Nos colamos con las llaves del conserje, que es amigo de mi padre y no se dará cuenta”. Han entrecruzado sus miradas. Por supuesto que no me han creído capaz. No sé si el hecho de haberles suplicado de rodillas que me dejaran demostrarles que tengo huevos de verdad es lo que les ha terminado de convencer. O que me querían perder de vista. No estoy seguro.

Son las once de la noche. La cita es en el patio del recreo. Mi mano aprieta el manojo de las llaves del instituto que llevo guardado en uno de los bolsillos del chándal. Cuando veo llegar a mis tres compañeros, saco este como si fuera un trofeo y ellos se frotan las manos, nerviosos. ¿Quién tiene huevos ahora, eh? El Follonero me da unas palmaditas en la espalda. Mi corazón se acelera. El Mechas dice que entremos por la puerta que da al patio, pero yo le susurro que esa tiene una alarma, y que la trasera que da a la vivienda del conserje no. ¡Muy bien visto, tío!

Puedo ver reflejado en los ojos de los tres un brillo de admiración que hasta ahora nunca había visto: ni rastro de ese placer animal de quien va a cazar una presa y machacarla. El Gordo nos abraza y dice que somos la hostia, en primera persona del plural. Un calor invade mi cuerpo. Entramos. Giramos por el pasillo. Ya llegamos al despacho. Nos sonreímos. Los rostros de mis tres nuevos amigos parecen ahora los de unos chiquillos que están disfrutando de una travesura. Son hasta tiernos. Creo que mi pecho va a estallar. ¿Seré capaz?

Pero no, no vacilo. Lo último que percibo son sus caras de espanto justo antes de cerrar la puerta con llave y dejarlos allí dentro. Echo a correr antes de que la primera llamarada de fuego asome por las ventanas y alguien llame a los bomberos.

© All rights reserved Lucía Oliván Santaliestra

Lucía Oliván Santaliestra es escritora y profesora de español y Filosofía. Trabaja en un instituto de enseñanza secundaria y reside en la ciudad de Heiligenhaus, Alemania. Es autora del relato Volando. luciaolivan@yahoo.es

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