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Febrero 2016

ABISMO. Daniela Becerra

  Y ahora, veinte años después, la posibilidad de dar marcha atrás al reloj y volver a empezar. La piel firme de ella borra las arrugas de él, su abundante melena la incipiente calvicie, su incansable actividad los primeros achaques. Comprueba que el deseo solamente estaba aletargado. Ha regresado para arrasar con todos sus hábitos y estructuras. Ahora no puede contenerlo y ahí está, furioso, insaciable, posesivo.

    Amanda chatea,  tuitea, ha conseguido su primer puesto importante en una revista de modas y quiere compartir sus logros. El futuro le parece infinito. Tomás omite hablar sobre falsas ilusiones, demasiados sueños o proyectos ambiciosos . Ya recorrió el camino que ella apenas aprende. A sus 59 años es vicepresidente de una compañía internacional, ha sabido seducir clientes, negociar con proveedores, conquistar mujeres, criar hijos y hasta tener una esposa por largo tiempo hasta que… En un lapso de seis meses se divorció y volvió a casarse. Su anciana madre no paró de mover la cabeza en señal de desaprobación. La casa en las Lomas, el departamento en Ixtapa y el auto del año no pudieron expiar sus culpas. Sin embargo no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Después de tanto tiempo de un matrimonio gobernado por la placidez, la caída libre lo tentaba irremediablemente. Sus hijas, casi de la edad de Amanda dejaron de hablarle por meses. Cuñados, amigos, primos formaron un frente en torno a la esposa despechada, imposible de franquear. Nadie puede negar que los ojos le brillan, la sonrisa es más amplia y su voz más cantarina, los efectos del toloache dicen sus hijas. El amor a mi edad, se dice él incrédulo. Organiza cenas románticas y fines de semana a la playa. Hace tantos años no vivía con alguien la complicidad del deseo que apenas puede concentrarse en los tratos millonarios que debe cerrar porque los labios de Amanda se cuelan entre los estados financieros. Interrumpe las juntas con el argumento de una emergencia, disfruta las largas noches de desvelo y las mañanas que se prolongan entre las caricias. Ella aún piensa que la euforia es para siempre. Él aprovecha la plenitud antes de que el deseo se diluya en la cotidianeidad. Amanda quiere casarse y él, aunque tiene miedo de caer en la irremediable convivencia, la complace.

   A esta edad no hay por qué esperar. El tiempo cobra una dimensión absoluta que exige definiciones inmediatas. Un bebé ya está en camino, con suerte nacerá unas semanas antes que su primer nieto. El vientre de Amanda crece y Tomás la acompaña a cada cita con el médico, como nunca lo hizo en los embarazos de su primer mujer.  Cuando su hijo nace, cambia pañales, toma turnos para darle el biberón y levantarse por la noche. Quiere saltar de generación, insertarse en la de ella, ser uno de esos padres modernos como el que nunca fue. La paternidad renovada lo ha hecho olvidar su vida anterior. Conforme pasan los días, ella recuerda menos a su ex novio, un colega de su edad que le mandaba mensajitos y se reía de sus comentarios en Facebook. Compartían canciones, libros y películas, contaban los mismos chistes, hablaban con groserías y comprimían su escritura en cada mensaje. Hace unos días, se lo encontraron en el cine. El confundió a Tomás con el tío de Amanda y le habló de usted. Un chico promesa. Estar con él era apostar por lo incierto, estar con Tomás es la certeza de lo que ya es.

   Desde que nació el bebé, Amanda ha cambiado su apellido por el de su marido y aprende como ser una señora, dar órdenes a las empleadas de la casa, disponer el menú y organizar al niño. Tomás la convenció de renunciar a la revista de modas, que tanto le gustaba para así tener más tiempo en familia. Al fin que no necesitas el dinero.

   En las fiestas, Tomás compadece a sus amigos con la mismas esposas de siempre, sus peinados tan elaborados, las caras tan maquilladas, las operaciones estéticas acumuladas unas sobre otras. En las fiestas de los cuates de Amanda, se compadece a sí mismo y a veces teme encontrarse a algún cliente entre los padres de los amigos de ella.

   Por las noches, él la mira embelesado. Ella con admiración, es un sostén que los chavos de su edad nunca podrían darle. Recarga su cabeza en el hombro de él y sabe que todo estará bien, que él sabrá tomar las mejores decisiones, que él ya sabe cuál es el camino correcto, que no habrá oportunidad de tropezar.

   Pasan los meses y el bebé sigue llorando por las noches, Tomás se queja de que debe descansar, su día está lleno de citas importantes. Amanda se queda dormida en la mecedora del otro cuarto. Ignora a la nana que su marido contrató para ayudarla. Ella sigue cada paso del niño, traduce sus balbuceos, lo deja dormir sobre su pecho y prepara sus papillas. Lo estás consintiendo demasiado, va a ser insoportable. En el consultorio del pediatra Amanda mira a las otras parejas, una de ellas intenta con torpeza ponerle un sueter a su hijo. Aprendiendo juntos, sin rutas ya trazadas.  Siente ganas de equivocarse, de probar otros modos, de dar su propia dirección y no seguir las recetas que Tomás pretende imponerle.

   ¿Cómo está tu niña? le pregunta con ironía uno de sus compadres. Vuelta loca con el bebé, ya sabes. El deseo en activo, el sexo en pausa, Cada mes cuando revisa el estado de cuenta de la American Express encuentra nuevos gastos, spa, masajes, faciales, ropa para el niño, terapias, paseos. Tú quisiste que dejara de trabajar ¿Qué quieres que haga con mi tiempo? Acostumbrado a presumir el pareo y el bikini de su esposa en las albercas de distintos hoteles en los viajes de negocios, ahora se bebe una cerveza solo en el camastro mientras Amanda, en traje entero y gorra, chapotea con el niño. El deseo no los busca más en cada pliegue de las sábanas y Amanda ya no le pregunta cómo resolver cada problema que se le presenta. Dice que la maternidad es ahora su guía, que ha madurado, que no está dispuesta a que le dicten nada porque ella quiere descubrirlo. Tomás está aburrido. Una de las edecanes del congreso, una rubia delgadísima cruza frente a él. Gira la cabeza. Se levanta y la sigue. Intercambian números de teléfono. Cuando regresa, Amanda ni siquiera se dio cuenta de su ausencia. Habla en un lenguaje privado con su hijo compuesto de balbuceos, palabras cortadas, gestos y risas. Tomás se recuesta sobre el camastro, cierra los ojos, piensa en la rubia y se acerca de nuevo al abismo.

© All rights reserved Daniela Becerra

DANIELA BECERRADaniela Becerra vive en la ciudad de México. Ha escrito en diversas publicaciones como El Financiero, Reforma, Elle, Harpers Bazaar, Amura, Lenguaraz y Ombligo entre otras. Fue editora del libro Alcanzando el vuelo. Responsabilidad social en la empresa editado por CEMEFI y Celanese. Su último trabajo fue como editora para un libro sobre las etnias del Estado de México. Actualmente prepara su primera serie de cuentos.

Twitter @danielabr3

Me gustó la velocidad del relato, en lo cotidiano hay mucho sabor, gracias Daniela.
Uf error de dedo, me brinqué la h y ya había puesto send. Imposible corregirlo
Este increíble relato que aonda en lo psicológico y en donde tu pudiste transmitir esa confusión que se tiene sobre amor y deseo...van siempre juntos, puede existir uno sin el otro? Creo que aquí nos lo revelas sutilmente!! FELICIDADES
Siempre tanta sensibilidad en tus escritos, Daniela. Bello como los ojos que miran a través del objetivo, asomándose al abismo también. d.

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