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Junio 2014

TEMPORADA DE CAZA PARA EL LEÓN NEGRO DE TRYNO MALDONADO. Marco Antonio Cerdio Roussell

Diré de Tryno Maldonado (Zacatecas 1977) que es un autor al cual me había acercado sólo a través de sus artículos periodísticos y de los comentarios (esa niebla que difumina la luz) de amigos y conocidos. Un poco más tarde lo seguí en twitter (@tryno) y Facebook manteniéndome distante pero atento a lo que en esos medios difundía.

A la simpatía primaria que me suscitaba su ciudad de origen y el hecho de que, venciendo el lugar común del autor del interior del país, se hubiese convertido en un autor de referencia para el medio hispanoamericano, se le enfrentaban algunos comentarios críticos que recibí de su obra y, sobre todo, el temor fundado a que la percepción de la persona interfiriera con mi aproximación al texto, lo cual me llevó a postergar una lectura que sabía necesaria.

No negaré que la primera vez que me enfrenté a Temporada de caza para el león negro (Anagrama, 2009) no me agradó. La obra me parecía fragmentaria, nebulosa, dotada de ciertos rasgos parabólicos y reiterativos en la forma de narrar la trama. Afortunadamente, la vida cotidiana me apartó del texto y me llevó por caminos más intrincados, aparentemente más oscuros. Un compromiso académico me hizo revisar una obra de Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. (Gedisa, 1985) Para un nacido en la década de los setentas, la postmodernidad llegó más como un discurso ideológico que como una reflexión filosófica. Más como cobertura ideológica de Carlos Salinas que como verdadero reto existencial. Por eso, la aproximación de Vattimo al concepto de post historie resultó en un sano contraste con el enfoque Fukuyama que tantas veces aderezó los discursos de una clase política que podía permitirse todo, menos una perestroika con glasnot. Vattimo remite a Gehlen en su texto y señala:

En Gehlen dicha categoría indica la condición en la cual “el progreso se convierte en routine”: la capacidad humana de disponer técnicamente de la naturaleza se ha intensificado y aún continúa intensificándose hasta el punto de que, mientras nuevos resultados llegarán a ser accesibles, la capacidad de disponer y de planificar los hará cada vez menos “nuevos”. Ya ahora en la sociedad de consumo, la renovación continua (de la vestimenta, de los utensilios, de los edificios), está fisiológicamente exigida para asegurar la pura y simple supervivencia del sistema; la novedad nada tiene de “revolucionario”, ni de perturbador, sino que es aquello que permite que las cosas marchen de la misma manera (p. 14).

Esta condición de “historia” convertida en rutina tiene como expresión en la vida cotidiana lo siguiente:

Existe una especie de “inmovilidad” de fondo en el mundo técnico que los escritores de ficción científica a menudo representaron como la reducción de toda experiencia de la realidad a una experiencia de imágenes (nadie encuentra verdaderamente a otra persona; todo se ve en monitores televisivos que uno gobierna mientras está sentado cómodamente en una habitación) y que ya se percibe de manera más realista en el silencio algodonado y climatizado en el que trabajan las computadoras (p.14).

Apenas terminé de leer el texto de Vattimo, volví (en uno de esos malos hábitos que sólo permite una biblioteca pública) al texto de Maldonado. La historia de los dos amantes y el seguimiento al proceso de generación y promoción de la obra de arte en la actualidad, me resultó profundamente sintomático de eso que Vattimo trataba de expresar como post-historicidad. No sólo la reiteración y fragmentación de la historia permitían explicar ese vaciamiento que en su momento me había resultado profundamente desconcertante. En la obra narrativa, otro tema caro para Vattimo era planteado en toda su ambivalencia: el crepúsculo de la obra de arte, su pérdida de sentido trascendente o progresivo, perceptible desde una cierta lectura de Nietzche y Heidegger.

Estaba entonces ante una novela cuya trama se vaciaba, uno de cuyos hilos era conformado por la desacralización del arte y los distintos valores que en algún momento podrían haber caracterizado la apuesta por el humanismo. En ese orden de ideas no es raro que el personaje de Golo ladre o que el cubo de rubik pintado de rojo o el cuarto de baño intervenido (guiño a Duchamp) se conviertan en obras de arte.

Mi desconcierto frente a la obra no era sino una muestra más de mi formación profundamente moderna, un rasgo de mi resistencia consciente e inconsciente a una visión que, fruto de una adquisición más ideológica (pero profunda) que de la reflexión a partir de las bases adecuadas, me resultaba ajena y contraproducente. Sin embargo, una vez que se renuncia (así sea de manera provisoria) a sostener ciertos valores asumidos, la obra se descompone frente a la mirada como un intento profundamente sincero (incluso lúdico) por mostrar cómo se vacía el arte y la existencia, cómo todo lo que alguna vez se reputó valioso termina extraviando su sentido y carácter trascendente.

Temporada de caza para el león negro no es un texto para cualquiera. Quizá su valor sea plenamente apreciado por quienes nacieron e hicieron suya de manera pronta esa sensibilidad postmoderna que algunos, insertos en la misma a contracorriente, no podemos apreciar si no es apoyados en herramientas críticas o teóricas duramente conquistadas. En cierta forma, me recuerda lo que  un personaje de Pavese, en su obra El camarada (1947) le dice a otro: “Tú eso lo traes en la sangre, mientras nosotros lo tuvimos que aprender en los libros”.

Con todo, pese al vaciamiento de lo cotidiano implícito en el desarrollo de la trama de la novela, queda después de su lectura un  regusto extraño en estos días: ése que deja el no haber perdido  el tiempo mientras se leía.

© All rights reserved Marco Antonio Cerdio Roussell

Marco A. CerdioMarco Antonio Cerdio Roussell. Escritor y profesor universitario. Radica en Puebla, México. marco.viajero@gmail.com

twitter@Marco_Cerdio

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