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Febrero 2017

RITUAL. Xalbador García

Mi primer servicio fue a los once años. “Servicio”, así nos enseñó mi padre a decirle al negocio. Seguramente se lo escuchó al abuelo, como tantas y tantas palabras que heredamos, muestra de que las personas mueren, las palabras no… si lo sabré yo. En ese entonces todo era un juego. Sí, un juego, pero un juego místico con dejos de ritual que se sucedía en silencio. El idioma sólo era utilizado para lo indispensable: pedir algún instrumento o algún líquido.

Creo que por eso nunca tuve mucho que decir. En la escuela incluso me apodaron El Mudo. Me importaba poco. No comprendían que el idioma es divino y no se debe malgastar. Y cómo decirlo sin recordar la voz de mi madre recitando el Evangelio de San Juan antes de sentarnos a la mesa:

 

En el principio la Palabra existía

y la Palabra estaba con Dios,

y la Palabra era Dios.

Ella estaba en el principio con Dios.

Todo se hizo por ella

y sin ella no se hizo nada de cuanto existiese.

 

De esa mujer aprendí que la palabra es creadora, sagrada, cómo desperdiciarla entonces en frases llanas, de ésas que no dicen nada pretendiendo decirlo todo. Por eso mismo en la casa estaba prohibido hablar durante la cena si no se tenía nada interesante que contar o, más bien, si no se tenían las palabras justas para contar cualquier cosa.

Los ocho hijos, incluido yo, teníamos que convertirnos en verdaderos zahoríes para hallar un manantial de frases que hiciera brillar los ojos del hombre delante de nosotros. Mi padre, como buen exégeta, analizaba minuciosamente cada elocución salida de nuestras bocas y, al final, una sonrisa noble nos hacía entender que estábamos cada vez más cerca de expresarnos como él quería.

—Llevé versos del libro de Rumi:

 

El ser humano es una casa de huéspedes.

Cada mañana un nuevo recién llegado.

Una alegría, una tristeza, una maldad

Cierta conciencia momentánea llega

Como un visitante inesperado.

¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!

Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos,

Que vacían tu casa con violencia

Aún así, trata a cada huésped con honor

Puede estar creándote el espacio

Para un nuevo deleite

Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia,

Recíbelos en la puerta riendo

E invítalos a entrar

Sé agradecido con quien quiera que venga

Porque cada uno ha sido enviado

Como un guía del más allá.

 

—Pero pareció importarle poco. Me puso seis.

—¿Y qué hiciste?

—Le dije: “Maestra, esto es una humillación, no para mí sino para la poesía”. Entonces terminó reprobándome por mi “actitud retadora”.

Volvió su cabeza hacia mis manos y después miró mi rostro.

—Mañana no vas a la escuela. Te quedas conmigo.

Pero en ese momento yo no percibí esas órdenes, escuchaba solamente “estás listo, estás listo, estás listo…” y con el eco de esas palabras me cobijé en el sueño.

El servicio comenzó a las siete de la mañana con un proceso lento, minucioso, casi artesanal. El cuerpo era preparado lo mejor posible, siempre con un respeto absoluto y en silencio. No era la primera vez que veía un cadáver, pero sí la primera que lo sentí entre mis manos y tuve que romper algunas articulaciones para que las extremidades embonaran en las ropas que tenían dispuestas los familiares.

El ser humano se palpa tan débil en ese instante, tan lejano. Carente de todo sentido, carente de voz. El momento que me parecía más penoso se daba casi siempre en el cementerio, donde teníamos que cobrar los honorarios a los deudos. Entre la tristeza, el agotamiento y la desesperanza pagaban con billetes humedecidos por el llanto. Ese era el dinero que sustentaba a mi familia, lo supe en aquel primer servicio, y tal vez por el develamiento, la cena me pareció demasiado salada. Creí que comía lágrimas derramadas por alguien más.

Después todo se volvió más fácil y más rápido. Los otros hermanos fueron agregándose poco a poco y aunque algunos abandonaron el oficio, no faltó quien abriera su propia funeraria. Yo pretendí convertirme en sacerdote y ya era casi experto en latín cuando falleció el viejo y tuve que regresar del seminario para hacerme cargo del negocio.

Lo único que nunca pude superar fue la mirada de las personas cuando llegaba a realizar algún trabajo. Me miraban con pena, compadeciéndome por realizar aquella labor. Yo permanecía callado, ahogando las ganas de reclamarles esos pensamientos hacia mi persona. No podían comprender que lo innatural era permanecer horas y horas aprisionados en las oficinas frente a las pantallas, en los bancos haciendo cuentas que al final de la jornada quedarían borradas por el tiempo.

Lo mío, en cambio, era imprescindible. El momento llega en cualquier momento y hay que estar preparado para disponer las exequias. Era lo que no comprendían. La muerte es el verdadero rostro de la vida.

Lo más difícil ocurrió siempre en el hospital general. El papeleo y el traslado de los cuerpos desde el sótano hasta el estacionamiento se volvía engorroso. Aunque también el depósito de cadáveres era un lugar único. La sorpresa de las enfermeras cuando me veían entrar con comida hacia la morgue era de lo más divertido. En un trabajo de veinticuatro horas es necesario tomar de vez en cuando algún descanso para comer y no había otro espacio más idóneo que aquel donde la oscuridad era la constante, donde se degustaba el silencio.

El sótano del hospital siempre me gustó, pero ahora, desnudo sobre la plancha y con la cicatriz de la necropsia, no se ve igual.

© All rights reserved Xalbador Garcia

XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, en la categoría de Literatura, en el área de Novela. Beca que ganó nuevamente en 2012, pero bajo el género de Ensayo Creativo.
Poesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog http://vientredecabra.wordpress.com/.

Hay una curiosidad al leer este maravilloso relato. Acaban de comunicarme que en pocas horas posiblemente despedire a un gran dramaturgo de este mundo...y necesitaré sus "servicios". Gracias por compartir su otro servicio...la escritura.

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