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Febrero 2019

PERIFERIA REDENTORA. Carlos Gámez Pérez

El territorio desde el que se decide narrar es uno de los elementos básicos de la propuesta de cada escritor. En la literatura argentina esa es una elección fundamental. Si Jorge Luis Borges escribe desde esa Pampa imaginaria o desde ese Buenos Aires lunfardo también imaginario, Julio Cortázar lo hace desde su Paris, Ricardo Piglia desde Entre Ríos y César Aira desde el bar que frecuenta a diario durante una hora.

Matias Crowder (La Plata, 1973) escribe desde un territorio distinto al de la mayor parte de los escritores argentinos contemporáneos. Ahí reside su originalidad, periférica también en lo vital (el autor lleva años afincado en Girona). Crowder opera siempre con una lógica parecida en su construcción literaria. Busca un territorio mítico y, desde ahí, narra una historia polémica. Siempre se trata de un territorio periférico, ajeno a los centros de la cultura de su país de nacimiento, en buena medida, emparentado con el Entre Ríos de Piglia. Eso le permite explorar regiones dolorosas y conflictivas de la reciente historia argentina. Si en La duna, su anterior novela publicada en España, situada cronológicamente durante la Campaña del Desierto, se enfrentaba con el genocidio que sufrieron los indígenas argentinos, por culpa de las políticas eugenésicas de Domingo Sarmiento y al afán expansionista del general Julio Argentino Roca, en Los jueves de redención (La discreta, 2018) se atreve con el drama de los desaparecidos, que golpeó a la sociedad argentina en la década de 1970, durante la dictadura militar. Concretamente, se enfrenta con los asesinatos cometidos por los militares cuando dejaban caer a los presos políticos desde aviones en vuelo.

Para ello, se “inventa” el territorio en el que caen esos cuerpos desde el cielo, los llovidos en la novela. Es un territorio que ya existe: el Delta del Paraná, precisamente, en la provincia de Entre Ríos; y dentro del Delta, construye el territorio imaginario de Los Álamos, el pueblo al que pertenecen los protagonistas. Se trata de gente de procedencias diversas: huidos de la gran ciudad, nacidos allí que viven del contrabando, traficantes de droga que trabajan con los jóvenes hippies que vienen de Buenos Aires en busca de fiesta, que en sus tránsitos por el Delta empiezan a tropezarse con unos cuerpos caídos del cielo, maniatados (p. 54), ya muertos, que los horrorizan pese a tratarse de tipos curtidos. La trama se trastoca con el encuentro de un caído vivo que el narrador, Abelino, por entonces un niño, ha visto ya en sueños; un elemento onírico que conecta a Crowder con el realismo mágico, como ya sucedía en La duna. Así es como entra Guillermo Argüello en la narración. Cuando salva la vida del hijo de Ana Prado, se convierte en un ser mitológico: El Llovido. Será el desencadenante de la detención de La Flaca y de Abelino por los celos que provoca en Moreno, que colabora con los militares. Es la hora más oscura del relato. Pero la figura de Guillermo también aparecerá en la venganza poética que cierra la historia, desde la que se opera la redención.

Uno de los elementos que determinan ese espacio es el lenguaje coloquial, bien matizado por el autor en una novela donde prima lo oral. Otro nada despreciable es el uso que se realiza de la cultura popular en la narración, junto a los mensajes institucionales de la Junta Militar (p. 140). Esas citas de artistas televisivos de la época y, sobre todo, del Mundial de 1978, marcan el carácter periférico del Delta, donde la producción cultural viene de un lugar ajeno y se recibe con aparatos (televisores, radios) en un lugar tan cercano a la naturaleza. A modo de ejemplo, la cita de “Pepe Galleta, el único guapo en camiseta, de Canal 13” (p. 112).

La novela está escrita como una crónica. Abelino nos va contado la historia a partir de las cintas grabadas que conserva, las entrevistas que realiza con distintos testigos con los que ha ido contactando durante su investigación, el diario de Guillermo y sus recuerdos. Se trata de un ejercicio complejo y trabajoso, estructurado desde la oralidad de las voces que concurren, que conlleva un notable esfuerzo, lo que a veces dificulta la lectura, porque es mucha la información y muchas las voces que se comprimen en cada capítulo. Pero esa dificultad no apantalla la realidad de la obra. Se trata de una novela que te golpea, tanto por la forma como por el contenido.

© All rights reserved Carlos Gámez Pérez

Carlos Gámez Pérez nació en 1969, en Barcelona, España. Estudió Ciencias Físicas, Historia de la Ciencia y Creación Literaria. Colabora con revistas como Sub-Urbano, La bolsa de pipas y Nagari. Es autor de un diario sobre sus vivencias en las cárceles de Nicaragua titulado Managua seis (2002). Ganó el IX Premio Cafè Món con la novela Artefactos (2012) y ha sido seleccionado para las antologías Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (2013) y Llegamos en avión (en prensa), así como para el primer número de la revista Presencia Humana (2013), dedicada a nueva literatura española extraña. En la actualidad trabaja en la University of Miami. En su bitácora personal, El blog de Carlos Gámez, estudia las relaciones entre ciencia y literatura.

twitter: @cgamezzz

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