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Julio 2016

¿PARÍS… TOUJOURS? Eduard Reboll

¿Hubo otro París en mi interior?. Sí.

Julio 1971; mi primer París

 “Contra Franco vivíamos mejor” dijo el barcelonés Manuel Vázquez Montalbán sabiendo la infelicidad que le producía el general Francisco Franco cuando era caudillo de España. Yo transformé su aforismo de escritor de culto… así : “Huyendo de Franco se vive mejor”. La juventud y el viaje siempre han sido un matrimonio perfecto de cualquier generación.

París se encuentra aún con la resaca del mayo del 68. Tres años más tarde, en la misma confluencia del boulevard Saint Germain con el boulevard Saint Michelle, aún estaban los CRS apostados. Los cuerpos que obligaron a los estudiantes y obreros de aquella época, a levantar los adoquines para hacer barricadas al amanecer y amarse libremente durante la noche. Estaban contra la política de otro general: De Gaulle. La ciudad fue un bullicio de cultura abierta y cosmopolita.

Les Halles era un mercado al por mayor. El perfume de la banana africana, el dátil de Algeria, las ostras de Bretaña, o la uva moscatel de Beaumes de Venis, se alternaba con la colonia barata de las meretrices. Sus medias de costura negra y malla aún hacían estragos en mí. Billy Wider, en Irma la Douce, lo representó a la pefección con Shirley Maclaine seduciendo a los trabajadores del área con un cigarrillo en la boca. Acabado el verano, empezaría su demolición para dar apertura al centro contemporáneo Georges Pompidou inaugurado en 1973. Dos grandes parisinos existencialistas  seguían asistiendo en el restaurant La Coupole o Les deux Magots, Jean Pau Sartre y Simone de Beauvoir.

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La torre Eiffel fue mi primer gran espectáculo. No precisamente por su altura, sino por el cobijo que sientes al verte protegido cuando contemplas su distribución férrea desde el suelo mismo. El Arco de Triunfo un juguete de guerra. Les Champs Eliseés un recuerdo…a Jean Paul Belmondo cuando es perseguido por Jean Seberg en el film À bout de souffle de J.L.Godard. El Màxims un broma de mal gusto para mi bolsillo. La Île de la Cité, donde se hospeda Notre Dame de París, fue durante tres días mi casa abierta al mundo. Bajando Le Pont Neuf, en la misma punta de la Ille y dentro mi saco de dormir, contemplé el reflejo de la luna llena sobre La Seine mientras fumábamos gitanes al lado de una botella barata de Côtes-du-rhône; un vino ligero y tremendamente ácido en aquella época.

Montmatre aún mantenía sus pátina sucia y húmeda desde su montículo. Casi igual como la encontró Picasso o Van Gogh cuando visitaron la ciudad. Le Marais empezaba su transformación palaciega y burguesa para abrir el barrio a la comunidad gay del futuro. En Pigalle se seguía aún el mito bohemio de mezclar escritura con sexo y absenta,  en cualquier buhardilla cercana al Moulin Rouge.

El Louvre aún era un espacio aburrido para alguien como yo. En aquel tiempo solo sabía que la Gioconda era una pintura donde el personaje de Da Vinci te miraba de cualquier ángulo que lo hicieras. La encajera un pieza importante de la escuela holandesa de Vermeer. Y La Venus de Milo la mujer que, una vez “mutilados sus brazos”, lucía más hermosa para observar mejor sus senos y el equilibrio de su cuerpo. París era un destino final de trayectoria. La Gare du Lyon o la de Orsay …así lo demostraban al detenerse el ferrocaril en sus respectivas estaciones.

El canto de Leo Ferré, George Brassens, Moustaki, Serge Gainsbourg, Jane Birkin, Juliette Greco, Yves Montand o la conocida de Edith Piaf con su La vie en Rose en la radio de la pensión…fue mi cine particular. Y no hablo del Truffaut, Chabrol, Rhommer, Jean Luc Goddard o Melville, directores todos del inolvidable movimiento la nouvelle vague, sino de un italiano que desde el interior de una apartamento del barrio del Odeón, refleja un París alicaído y personal a través de dos sujetos que ignoramos sus nombres. Un año más tarde de mi visita a la ciudad, Bernardo Bertolucci estrenaría Le dernier tango à Paris . Esta película es el resumen, en sí, del primer día que yo piso la Ville de mes rêves según rezaba un grafitti de la Sorbona en aquella aparente y tumultuosa revuelta que dejó, en mí, una borrachera perpetua de vitalidad y transformación personal. Mi primer París sería de por vida mi toujours

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Junio de 2016. Mi último París

Ya no llego en tren. La empresa de transportes low cost Vueling, sustituye el billete gratuito por un mes que ofrecía la compañía de ferrocarriles de Europa Inter-rail en 1971. Hay huelga de controladores aéreos.

A los sesenta y uno este París mon amour sigue. Pero ¿se mantiene aún el adverbio de modo “siempre”?.

No. París hoy es un río de autobuses rojos abiertos en la cubierta. Tu organismo sufre, al llevar la mochila en el pecho por los robos en el metro y la edad. Un ejército joven, te vigila en cada esquina; sus metralletas se dirigen a la punta de cualquier pie. Y cuando observan tu barba blanquecina emerger lentamente de tu piel, se interrogan porque llevas un pañuelo alrededor de ti.

Las innumerables brasseries de la metrópoli, lucen el mismo diseño exterior en cualquier arrondissement. Y las sillas ya no son de paja cruzada y amarilla como antaño, sino de tiras de plástico amarillas que imitan a la paja. Hoy, es 23 junio y estoy de vacaciones. La Eurocopa de fútbol es viva. Y yo sigo observando la ciudad como si tuviera dieciseis. Por cierto…

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Me emocioné con la exposición de Miquel Barceló, Sol y Sombra, en la Biblioteca Nacional. Este importante creador plástico actual -espero que el curador jefe del PAMM (Pérez Art Modern Museum) se le ocurra algún día llevarlo a Miami- es la bandera de un clásico del neoexpresionismo contemporáneo más radical por sus planteamientos, vivencias africanas y su memorial a otro de los grandes, Pablo Picasso.

El Beaubourg (Centre Georges Pompidou) tiene una hermosa colección de Paul Klee que habla de su etapa menos abstracta que hay que visitar. Otra sobre la Beat Generation, nos cuenta la nostalgia por un colectivo (Allan Ginsberg, Bourroughs, Kerouac) que, con su inconformismo, dio pie a los movimientos hippie y antiguerra de los años sesenta en EE.UU y Europa y que, incluso, llegó a influir en la revolución parisina.

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El cementerio de Montmatre, a diferencia del de Père Lachaise o Montparnase, conserva su belleza convulsa que diría Bretón, intacta. Las tumbas siguen con su decadencia como si estuviéramos mediados del XIX. No es anecdótico que me gusten los cementerios, estoy influido por mi pareja que siempre se ha sentido bien con sus antepasados; sean, o no, de su estirpe familiar.

Mi vejez es aceptada… Lo sé, porque cuando analizo el artículo: uno “lee” lo que ya no tiene en la primera sección. Es decir estoy más cerca del mármol. No me importaría en mi despedida de cualquier “hoy” adoptar el epitafio de este ilustre y polémico autor francés llamado Marqués de Sade : “Si no viví más en París, fue porque no me dió tiempo.”

© All rights reserved Eduard Reboll

Eduard RebollEduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

email: eduard.reboll@gmail.com

Muy buen artículo. Lleno de recorrido por la cultura en dos espacios. Como no lo he visitado quisiera por sobre todas las cosas quedarme en el " Siempre" hay un eterno Bogart dentro de mi que me mantiene hechizada . Gracias Eduard por tus letras .
Esa reflexión final es para tapa de revista. Muy buen artículo.
¡Qué bueno leerte, Eduard! Además me encantaron las fotografías. La combinación de texto y fotos constituye una magnifica recreación del Paris que reflejas. Gracias.

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