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Puede 2014

NYMPHOMANIAC: VOL II. Un film de Lars Von Trier. Néstor Díaz de Villegas.

‘Nymphomaniac: Vol. II’

 

Lo sublime en el pico del aura

Volumen I culmina en el orgasmus interruptus; Volumen II abre con la venida gloriosa. Del cielo bajan dos vírgenes que rodean a Joe en una visión extática. Seligman, que sigue los pormenores de la narración, le explica que una, la del velo cogido en la mano, es Mesalina, la mujer de Claudio, y que la otra es la Gran Ramera, montada en la Bestia de fuego (uterino). El orgasmo de la niña las ha convocado.

Joe se viene en la campiña, rendida sobre la hierba, apretando los muslos, y entre los muslos, el chocho, bollo, mico, papo, pussy, crica, papaya, cuca, concha, panocha, cunt… (Estas palabras claves atraerán a los rastreadores de “cubanas singando” y de “vaginas calientes”, que han llegado a ser mayoría en el motor de búsqueda de mi página). Coños ensalivados, googleados: el clítoris como una flor carnívora.

La orgía enciclopédica

Joe mira un icono que Seligman tiene en la pared. (Las paredes también hablan: sucias, manchadas, son paredes de cuarto de pajero). El icono ruso provoca la memoria del gran orgasmo infantil, y el orgasmo memorable provoca la visión de las putas sagradas, Oriente y Occidente, Bizancio y Roma, y todo lo anterior sirve de comentario a la promiscuidad de los nuevos medios, que a su vez apunta al exceso informático como prostitución. La prostitución informática es pornográfica; conocemos (bíblica, bibliográficamente) demasiadas cosas; que esas cosas sean obscenas carece de importancia: lo degradante es la orgía, la fornicación de la mente y la enciclopedia.

La información chatarra que se pasan Joe y Seligman puede adquirirse fácilmente en Wikipedia; sabiduría de Wikileak: derrame, emanación o efluvio de un mundo en perpetua corrida.

La peor de todas

Joe es la última de las “mujeres de Von Trier”, la más viciosa, la más fanática y la más fatídica. La que se gana la libertad, emancipada del poder tiránico del hombre, aún de aquel que la recoge en un callejón, la atiende y la explica.

Joe no cree. Más que el orgasmo ha perdido la fe (o tal vez ambas cosas sean la misma). La liberación llega con ella al cine de barrio. Lars Von Trier ha identificado una variante del poder popular en el ámbito femenino, una querella que solo puede articularse desde la histeria, el orgasmo y el menstruo. ¿Qué sería del mundo  sin estas ideólogas de la pantalla, las nuevas Pasionarias, las mujeres de Wilder, de Hitchcock, de Sirk, de Von Sternberg, de Cassavetes, de Fassbinder? Su mera existencia es un escándalo. La rebelión sexual hollywoodense afectó al mundo, y todavía funciona como agente escandalizador.

Joe va a los negros nigerianos que mataperrean en las esquinas de cualquier ciudad europea, y los somete a su deseo. Los negros en cueros, con vergas cimbreantes, discuten en dialecto bantú quién se la coge primero, y por dónde. El idioma es bárbaro; la cultura es ajena; Joe, la Gran Ramera, es penetrada por Oriente y por Occidente.

Newspeak de la dictadura

Cuando Seligman le señala que “negro” es la palabra errónea para referirse a las personas de color, Joe prorrumpe en una arenga contrarrevolucionaria. Hasta ese momento las cosas seguían un rumbo predecible; ahora Joe osa atacar los presupuestos ideológicos de la cultura dominante. Seligman opina que la corrección política es el arma que la democracia esgrime en defensa de las minorías. Joe insiste en llamar “al pan, pan, y al vino, vino”.

Los espectadores timoratos que habían aceptado la irrupción de coños adolescentes, pingas tribales y orgasmos infantiles saltan en sus asientos al escuchar la defensa de la palabra “negro”. Para entonces, era obvio que Joe no hablaba con Seligman, sino con ellos.

En cada película de Von Trier hay una daga dirigida al corazón del Sistema, un puñal a la panza del puritanismo socialista. Estamos viviendo los albores de una dictadura, hay palabras prohibidas, “sacadas del discurso y puestas en la picota”. Por eso Joe, la heroína de la resistencia, no se rebajará a decir “africanos”; cualquier palabra políticamente correcta queda instantáneamente viciada por la cobardía. Hablar en lenguaje castrado es como acostarse con un eunuco; aceptar el lenguaje mutilado equivale a ser un colaboracionista.

Mindfuck

Es imposible dejar de notar la artificialidad de Nymphomaniac: aún cuando trate asuntos tan graves como la pedofilia o la corrección política, estas cuestiones carecen allí de peso específico. Las cosas, y entre las cosas, las ideas, han perdido gravitas. El cine de Von Trier es el estadio ingrávido del arte, o lo que Benjamin llamaría la “pérdida del aura”.

Y es que lo real ya sólo puede ser concebido a partir de una búsqueda en el reino virtual. El sexo, la muerte o el sadismo son apenas resultados, en el sentido algorítmico del término. Desde que se hizo posible idear absolutamente todo, la virtud pasó a ser otro objeto virtual, el resultado de un proceso. Ahora la máquina de Turing produce datos que son transformados viralmente en sensaciones, en tentaciones. Más que cine en sentido estricto, Nymphomaniac es el definitivo mindfuck.

Lo sublime en el pico del aura

Von Trier recicla a Von Trier. El niño abandonado, a punto de caer del balcón, es el mismo de Anticristo (2009); Von Trier cita los grandes momentos de la subcultura espectacular. El sadomasoquista K es nada menos que Jamie Bell, el joven bailarín del filme Billy Elliot (2000), ahora máster de S&M.

En la antesala de K, como en el salón de espera de un ginecólogo, hay señoras que requieren tratamiento urgente, pero K rehúsa atenderlas de inmediato. Deberán esperar horas, a veces, días (entretanto el hijito de Joe baja de la cuna, gatea hasta el balcón, trepa a una silla; la nieve cae; la semilla del diablo es fría como el hielo, como el semen de Von Trier).

Mientras Joe goza el amago de azote, el niño es la muerte cuqueada, lo “sublime” de Burke en el pico del “aura”. Esa tarde Joe no recibe ni un solo fuetazo; queda atada de pies y manos a un sofá que recuerda a los divanes de Lucian Freud (pero, ¿acaso no hemos estado todo el tiempo en el Londres freudiano?)

El sadismo regresa a su origen, al mundo como espejo de la muerte, al deseo como representación. La convergencia de pintura, peligro y sicoanálisis crea la más perfecta aporía. Freud está en el fondo y en la forma, en el icono y en la fusta. Lo que no consiguieron los chulos, los negros o el marido, lo conseguirá el látigo de siete colas.

 

Se cierra el paréntesis

Por fin Joe choca con L (Willem Dafoe), que le encarga trabajos sucios en el mundo del hampa. (La invención de la trama ocurre sobre la marcha, casi se advierte el ritmo de la escritura, los tirones de la inspiración). Joe exige el pago de deudas, su experiencia sadomaso la cualifica para meter el terror en el cuerpo del cliente; a veces basta con amarrarlo a una silla y hablarle sucio (“Te contaré algunas historias, solo tienes que escuchar”): uno (Jean-Marc Barr, el Leopold Kessler de Europa), no reacciona a los cuentos eróticos, la pinga muerta no responde. Joe le habla de niños en cuatro, y el deudor se destapa como pedófilo.

Ahora L le sugiere a Joe que vaya entrenando a su sucesora, y señala a P (Mia Goth), una joven traumatizada que perdió a sus padres drogadictos y que pasó la mitad de la vida en reformatorios. La ferocidad de P se revela en la cama; Joe se enamora; P la seduce. La discípula supera a la maestra. El próximo cliente resulta ser Jerôme, ya mediotiempo. Joe (también mediotiempo) pretende dejar a P fuera del embrollo. P, maquiavélica, seduce a Jerôme, se hace su amante. Los papeles se trocan: Joe es la esclava, P el máster. Joe decide matarlos. Parapetada en un callejón, los ve pasar, hacer el amor sobre tachos de basura. Joe dispara; la pistola se encasquilla. Jerôme aprovecha el atasco para darle una tunda. Entra Seligman con una bolsa de mandados. Primero no ve a Joe (cubierta de nieve), luego la encuentra, y va a ayudarla.

Nymphomaniac: Vol. I abre en oscuro total; Vol. II remata cinco horas de película con otro apagón, durante el cual ocurre el inesperado desenlace. Mi cuento termina un momento antes de que brillen las luces de la sala, ese amanecer ficticio. El paréntesis del clítoris se cierra, como las puertas del mall. Es el ojo de cíclope por donde nos asomamos a la Nada.

© All rights reserved Néstor Díaz de Villegas 

nestorDiazdeVillegasNéstor Días de Villegas. Cuba, 1956. Poet, essayist, performer and editor. Has published several book of poetry, among them: Vida Nueva (Miami, 1984), Vicio de Miami (Schwarz, Miami, 1997), Confesiones del Estrangulador de Flagler Street (Deleatur, France, 1998), Por el camino de Sade/Sade’s Way (Pureplay Press, San Francisco, 2003), Cuna del pintor desconocido (Aduana Vieja, Valencia, 2011). His poetry has been translated into English, German, Check and French, and has appeared in Lichtungen (Viena), Sugar Mule Literary Magazine #15 (USA), Letras Libres (Mexico City, Madrid). Díaz de Villegas’ work as performer has been featured lately in Andrea O’Reilly Herrera’s Cuban Artists Across the Diaspora (University of Texas Press, 2011). For more than two decades Díaz de Villegas has been a columnist for the following publications: El Nuevo Herald, Encuentro de la Cultura, Diario de Cuba (Madrid), Quimera and Lateral (Barcelona). He was the editor of Cubista Magazine http://cubistamagazine.com/ (Los Angeles-Viena-Barcelona, 2004-2006).

 

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