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Junio 2014

MUJERES AL BORDE DE UNA ISLA. Curaduría Jesús Rosado e Ileana Fuentes. Aluna Art Foundation

Mujeres al Borde de una Isla

 

Si algo abre trecho al debate en Mujeres al borde de una isla, es que estas artistas navegantes que se presentan en la muestra retoman desde el criterio estético las fricciones más contemporáneas en cuanto al concepto de nación cubana. Se insertan en esa revisión sociológica concurriendo con reflexiones y pronunciamentos simbólicos en torno a la persistencia o no del sentimiento de pertenencia que los teóricos de la modernidad insular comentan con tono escéptico en esta hora de “globalizaciones”.

Al intelectualizar el tema del desplazamiento de la cultura cubana durante el último medio siglo -debido a las causas históricas ya conocidas-  los ensayistas cubanos tienden a asociarlo con un replanteamiento de la afiliación territorial resultante de la progresiva incorporación de la desterritorialización como  factor de supervivencia. Coincidimos con ese razonamiento. Los procesos de relocalización y asimilación de la diáspora cubana en más de 150 puntos en el planeta lo evidencian.

Pero hay un elemento indispensable a tener en cuenta que paradójicamente puede actuar en sentido contrario a esa aparente disolución posnacional. Nos referimos a la esfera de la afectividad en el ser relocalizado; ese universo de emociones, estados de ánimo y sentimientos que impregna de vida y color cada acto humano, y que se hace fundamento durante los primeros años en la parcela nativa. Su inexorable presencia es un constante generador de reacciones existenciales a escala individual y colectiva en la comunidad de desplazados.

Esa es la razón por la que en más de una ocasión nos hemos planteado que hoy día, en el caso del cubano, identidad y transterritorialidad se complementan de manera fluida y nos corrobora que tal simbiosis es una predisposición existente desde mucho antes de la larga trayectoria de estampidas que generara la imposición dictatorial del 59. Si retrocedemos en el tiempo, verificaremos uma vez más que la historia cubana es una sucesión de exilios y que la evolución de la cultura no puede prescindir de los distanciamientos geográficos de aquellos que han sido sus protagonistas.

Jamás las vanguardias estéticas hubiesen revolucionado cánones artísticos, éticos e intelectuales en nuestra isla, si sus gestores no flexilizaban las fronteras vernáculas mientras peregrinaban en el torbellino bohemio de ciudades extranjeras. Esa es una de las tantas nociones de borde inherentes a nuestro complejo cultural nación- diáspora y a la que este grupo de creadoras no es ajena en el proyecto. La progresión del arte cubano trasciende límites territoriales y se hace innovador cuando trata de rebasar claustrofobias, paranoias y alcanza un estado de emancipación plena.

Mujeres al borde de una isla agrupa la obra de una selección de artistas visuales cubanas de la Diáspora, afincadas -geográfica y existencialmente- en las márgenes de su cultura de origen. Los diversos significados de la frase “al borde de” posibilitan explorar comportamientos emocionales y concepciones estéticas en dicho grupo de creadoras, asumiendo la palabra “borde” en sus múltiples acepciones o interpretaciones: lugar limítrofe de una superficie, de un territorio, real o imaginario; accidente territorial marcado por elementos naturales (ríos, valles, mares, estrechos); crisis de identidad, de desarraigo, o aproximación a una pena; anticipación de algo celebrable desde una distancia “equis”; último refugio que nos protege ante un inminente peligro, sea éste real o imaginario; muro, precipicio (material o existencial), frontera, muralla de contención a las emociones; priorización de una realidad, memoria o vivencia, a expensas de otra que se relega.

El resultado ha sido un encuentro de diversos recursos de expresión donde el talento femenino desplazado afronta, a partir de cada experiencia individual, el proceso de negociación de la identidad, documentando la repercusión emocional y social del desplazamiento migratorio. Así se recorren los itinerarios de la memoria afectiva y cultural, revelando el proceso de interculturalidad del componente cubano filtrado a través de la percepción femenina y desplegando discursos de género, religión y nación, al tiempo que revisa, deconstruye o reafirma el concepto de “cubanidad”.

Predominan en esta muestra los planteamientos de temas paradigmáticos en la mirada femenina que la influencia falocéntrica en el arte –al menos en Occidente- se resiste a tomar en serio, como, por ejemplo, los lazos de familia, la lectura en femenino de la condición humana, la delicadeza de espíritu, el modo peculiar de urdir la existencia, el replanteamiento de los símbolos desde ópticas de género, la convivencia enfocada desde la “maternalidad” – actitud que es amalgama de concordia, empatía, solidaridad, estímulo, misericordia, conservación, cuidado-, al estilo de lo que la feminista norteamericana Sarah Ruddick denomina maternal thinking.

A estas creadoras hay que tomarlas muy en serio. Su lenguaje visual recorre desde la exquisitez hasta el juicio lapidario. En su iconografía se presiente la esperanza y el desgarramiento; el júbilo y la angustia; la memoria diligente y el terapéutico olvido. En sus respectivas obras habitan hadas poderosas y fantasmas despiadados. Entre ellas se entrelazan coordenadas invisibles que, mediante el acto de crear, persisten en vencer el desarraigo, salvar las dicotomías, eludir la esquizofrenia cultural, y reafirmar la individualidad. Al borde de una isla de ensueños y pesadillas, son ellas forjadoras de nuevos e inviolables territorios.

La iniciativa ha sido del Museo Cubano, comprometido con el estudio de la historia, el arte, la cultura y los logros de los casi dos millones de seres que componen la Diáspora cubana. Ha contado con la dispuesta colaboración de Aluna Art Foundation y confiamos tenga una resonancia simbólica para la comunidad exiliada. Estas artistas de reconocida trayectoria no están documentadas –y, en no pocos casos, están absolutamente vetadas – por el autoritarismo cultural en la isla. De la misma manera que están excluidos de la crónica oficialista más de medio millar de artistas visuales cubanos dispersos por el mundo. Una consecuencia que cabe conciliar con lo que expresa Daniel Boorstin en su ensayo “The Immigrant’s Vision”:

Los gobiernos podrán ejecutar, encarcelar o desterrar a sus artistas o pensadores.
Pero el mundo de la cultura queda más allá de su jurisdicción. Los artistas a quienes
se avasalla, se castiga, o se expulsa, cuando logran salvar la vida, reaparecen en
horizontes distantes…

El patrimonio inestimable que conforma las cosechas artísticas de estas mujeres no sólo ha sido objeto del desprecio institucional en su país de origen, sino que ha sido minimizado por los medios de difusión norteamericanos y europeos o ha sufrido la hostilidad de los segmentos de mercado controlados por simpatizantes del castrismo. Se le suma a eso el hecho de que como mujeres han tenido que soportar la preponderancia del sector masculino en los circuitos de arte y en la vida pública.

El gesto del Museo Cubano apenas intenta ser un primer paso para incorporar definitivamente el arte femenino de la Diáspora a la impostergable sistematización del conocimiento y documentación de un proceso de más de medio siglo, erigido sobre intransigencias extremas, fugas, islas dispersas, bordes, totalitarismos, historias de exilios triunfales, patrias utópicas y, sobre todo, una larga y penosa espera.

© All rights reserved Jesús Rosado / Ileana Fuentes (borrador del texto del catálogo)

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