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Agosto 2018

MIAMI BLUE: Jaia. Xalbador García

Dormía en el pasillo cuando no encontraba las llaves de su apartamento. La veía tirada en el piso, con su bata de casa gris y sus años inexpugnables. Un frío ficticio la hacía temblar. Afuera de su manto de sueño, el calor de Miami amenazaba de muerte. Con el verano incrustado en el calendario, ni durmiendo sobre las baldosas se podría sentir alivio ante lo caldeado del aire.

Jaia no abría los ojos sino hasta que llegaba Pedro, el cubano encargado de la manutención del edificio. Vamos pa’ lante. Y la sacudía infantilmente por los hombros para hacerla pasar a su departamento, unos minutos antes abierto con la llave maestra. Él nunca entraba. Lo tenía prohibido por la propietaria que, si alguno se atrevía a cruzar el umbral de la puerta, daba unos chillidos de perro herido y amenazaba con atacar. Se convertía en bestia aquella mujer arraigada en la soledad.

Varias veces la encontré en la parada del autobús. No iba a ningún sitio. Jaia se refugiaba bajo el techo del paradero para pedir 50 centavos o un dólar a los transeúntes. Me veía y me extendía la mano. Nos habíamos cruzado por el pasillo del edificio, pero parecía no reconocerme como su vecino o más bien rechazaba su cercanía con cualquiera. Pedir limosna la hacía diluir vínculo alguno con la vida a su alrededor.

Hubo sólo dos seres que vi interactuar con Jaia. Un perro y un hombre. La veía pasear a un pequeño French Poodle que, en otro tiempo, había sido blanco. Cuando caminaba junto a su posible dueña, el animal tenía el mismo color de la bata de Jaia. Nunca lo escuché en el edificio, donde los animales están prohibidos, por lo que me causaba curiosidad verlo aparecer de vez en cuando, por la calle, con una correa cochambrosa, de la mano de Jaia.

El hombre no estaba tan sucio como el perro o ella, pero su físico abonaba más al desprecio. A los adictos de La Pequeña Habana, les vendía bolsitas con algo que él aseguraba era cocaína. Los hondureños, dueños de la plaza, ni siquiera lo tomaban en serio. En las casas abandonadas de la calle siete, ocupadas como estacionamiento del Ball and Chain, los fines de semana, lo vi entrar junto a Jaia. Se masturbaban mutuamente y el acto terminaba, no con el orgasmo, sino con la negativa de alguno de los dos cuando la pareja exigía sexo oral. You’re dirty, ashool.

Jaia desapareció días y luego semanas. En la puerta de su apartamento se fueron acumulando los avisos de la trabajadora social. Primero se trataba de documentos de citas. Se le exigía a Jaia reportarse en la oficina gubernamental cuya dirección marcaba la hoja. Luego los avisos eran para los vecinos: si usted sabe el paradero de esta mujer —ahí venía el retrato de Jaia— repórtelo a las autoridades al teléfono…

Cuando su desaparición se hizo evidente, entré al departamento. Buscaba algo de valor que me regresara los dólares que le había dado a Jaia como dádiva. Había periódicos y páginas de libros pegados en la pared. Una cama con apenas una sábana vociferaba podredumbre y, en la cocina, entre el café y el azúcar regados, pataleaban grandes cucarachas. En los cajones encontré un pequeño crucifijo de plata, demasiado fútil como para salvar almas. La bata de Jaia en el baño estaba tendida sobre las cajas de los libros con los que ella decoraba el espacio. Posiblemente buscaba en ellos las palabras que un día extravió en el infierno de Miami.

© All rights reserved Xalbador Garcia

XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, en la categoría de Literatura, en el área de Novela. Beca que ganó nuevamente en 2012, pero bajo el género de Ensayo Creativo.
Poesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra

 

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