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Julio 2013

LOS “MADRILES” O “MADRÍZS” DE MI VIDA. Eduard Reboll

A mis amigos/as de Madrid en Miami y la capital.

En julio de 1976, Periquito, apodo de Julián Sotomayor Ruano, sargento primero de la Armada Española, me comunicó que, entre todos los del destacamento de El Arsenal de el Ferrol del Caudillo (honor que hacía el ayuntamiento a la ciudad-cuna del Generalísimo Francisco Franco), había sido designado “marinero ejemplar y honorable”. Escogido para un viaje a la capital de España, como acto a este reconocimiento, me fui a conocerla. Con gorra de plato, tafetán negro y vestido de impoluto blanco, me dispuse a conocer lo que en aquél tiempo, en el argot turístico, se denominaba: Madrid y sus alrededores.

Me alojé en el Ministerio de Marina. Y cada mañana, en formación castrense junto a otros elegidos, me dispuse a visitar los signos arquitectónicos de la España Imperial. Bajo la capa de una bandera rojigualda que decía “Una, Grande y Libre”, visité en un autobús militar, los monumentos más significativos de aquella época: el Alcázar de Toledo, el Valle de los Caídos, la Plaza de Oriente, el Arco de la Victoria, la estatua de Franco, la plaza España…Y los más aristocráticos e históricos como el Palacio Real , los jardines de Aranjuez o El Escorial. En aquel tiempo se mezclaban en mí dos impresiones contradictorias y agridulces a la vez: la espectacularidad que da el mármol o la piedra a la memoria y la tristeza que se daba a aquella simbología. Mi primer Madrid fue : El oficial y el gris… después de la muerte del autócrata un año atrás.

Estamos a principios de los 80. Manu, antiguo compañero de comuna en la Barcelona del 73, y Jefe de Redacción en el diario El Mundo en aquel momento, me invita a la capital. Otro Madrid aparece en mi vida: el Madrid social, el humano, el creativo …y el ligado a un movimiento que daría que hablar en la historia de la cultura –contracultura- española: La Movida. Un Madrid cañí por tradición y de derecho. Una corriente neopop vitoreada desde los medios y sostenida por un alcalde memorable: Tierno Galván. Una tendencia que marcó todas las artes y las letras y que pedía, a voces, una libertad aplicada; no tan sólo política: El Madrid del primer Almodóvar (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Laberinto de Pasiones). De revistas como La Luna. De dibujantes como El Hortelano o Ceseepe. De fotógrafos como Ouka Lele, García Alix o Jorge Rueda. De pensadores como Javier Sádaba, o un Fernando Savater  provocativamente inteligente y ácrata en aquel tiempo. De poetas como Francisco Villena o periodistas sinuosos como Francisco Umbral. De músicos como Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, Nacha Pop, Gabinete Cagliari, Golpes Bajos o Mecano…y canciones como “La chica de ayer”, “Camino a Soria”,” Ni tu ni nadie”, “Enamorado de la moda juvenil”. Sin olvidarme de otros que, sin estar dentro del género, marcaban en paralelo una pauta política: Joaquín Sabina (el marginal)  y Víctor Manuel y Ana Belén (la nueva trova madrileña). El Madrid del Casón del Buen Retiro con “El Guernika” cubierto bajo una urna de cristal. Un Madrid que nada tenía que ver con la piedra, el uniforme o el memorial. Un Madrid de personas donde el albedrío y la diferencia ejercían su voto y daba prueba de su capitalidad no necesariamente ministerial.

En 1986 llego a la Villa (sobrenombre de Madrid) en bicicleta después de un año sabático y recorrer toda la Península a golpe de pedal. Me alojo en la casa de Jorge Sanz (Belle Epoque.  F.Trueba). Visito El Prado y descubro mis tres mitos clásicos. El Jardín de las Delicias (El Bosco)  Las meninas (Velázquez) y las pinturas de la Quinta del Sordo (Goya), la Biblioteca Nacional, el palacio de Cristal, el parque del Retiro. Me acerco a la cafetería Gijón, al bar Central y un domingo por la mañana descubro el famoso Rastro entre paseos y baratijas.

A mitades de los noventa tuve que hacer los trámites en la embajada de EE.UU para legalizar mi futura estancia en el país y pasé tres días. Aproveché aquellas jornadas para hacer un “clásico”, que se dice, y ver los lugares emblemáticos que dan prestigio a la ciudad: Cibeles, Neptuno, el barrio de Salamanca, La plaza Mayor y la del Sol, La puerta de Alcalá, El paseo de La Castellana, El Museo Thyssen recién inaugurado en aquel momento, Torre España, La Torre Picasso, Nuevos Ministerios….El Congreso de Diputados. Hasta que de vuelta en 2003, aterrizo con mi hija y mi mujer para hacer un revival, ya más acomodado y viejito, para tomar un bus rojo de dos pisos y descubrir el estadio de mi rival futbolístico, el Santiago Bernabeu y la plaza de toros de Las Ventas. Una anécdota: en el prestigioso salón del Hotel Ritz, mientras me tomaba una café en tacita de porcelana y un coñac Lepanto, le robaron la cámara de fotos a mi hija. Quiero pedir disculpas a los “gatos”  -apodo antiguo de los madrileños-  porque a raíz de este incidente, mi hija no quiere pisar ya más Madríd . (Sorry…ya se le pasará).

A principios de julio de este año en curso, regreso. Tomo el tren AVE desde Barcelona. Llego a Atocha. Voy directo al Museo Reina Sofía y el loco de Salvador Dalí me enseña los cajones abiertos de su Venus de Milo… Su paranoia crítica con el Angelus de Millet,  me tranquiliza. Entro, revisito el Guernika. El dolor de la guerra civil española regresa; miro a los ciudadanos que tengo a mi alrededor y me digo a mí mismo: “…nunca más”. Tengo una cita.  El Madrid de hoy viene de la mano de una gran amiga. Una mujer que la voy a añorar durante un largo tiempo y que está dispuesta a enseñarme la ciudad. Nuestra primer encuentro es en El Caixa Forum de Herzog/de Meuron para contemplar su arquitectura. Recorremos la zona de los Austrias, Ópera, Gran Vía, Alcalá, Malasaña, el barrio de Chueca preparando su fiesta del orgullo gay. Visitamos Casa Alberto. Doña Manolita, La Bodega de la Ardosa. Nos tomamos un vino de jerez en la Venencia. El mejor buñuelo de bacalao jamás ingerido, en el Labra, junto a una clara bien equilibrada en limón. Después, unos pastelitos de hojaldre y un café en el Horno de San Onofre. Visitamos el renovado mercado de San Miguel con sus nuevos conceptos gastronómicos, la plaza Santa Ana… Aprovechando unas horitas en soledad, logro entrar en el histórico Ateneo de Madrid. Incursiono en su ancestral biblioteca, y a continuación el bedel me enseña el salón de actos. Me enciende las luces… y siento como si las voces de Unamuno o Azaña acudieran a mí. Sigo hacia abajo en busca de la cuesta de Moyano; los libreros se han ido. Cambio de chip. Me dirijo al centro experimental sobre nuevas tecnologías Media Lab y la librería de ediciones La Fábrica. Adquiero “Arte español contemporáneo 1992-2013” de Rafael Doctor Roncero. Me queda poco tiempo. Hemos quedado para despedirnos en la azotea del Círculo de Bellas Artes. En la mano dos gin-tonics de Bombay Saphire y una conversación sobre la actualidad política del país (…sin comentarios). Al frente la ciudad en el atardecer buscando su noche sobre las terrazas. Un auténtico Antonio López sin pagar un céntimo por sus telas. Falta poco tiempo para cerrar esta estancia. Solo un titular robado a una revista de los años ochenta para despedirme: “Madrid me mata”.

Eduard RebollEduard RebolBarcelona,(Catalunya) es licenciado en Lengua y Literatura Española por la Universidad Internacional de la Florida Summa Cum Laude. y Master en Spanish Journalism por FIU. En la actualidad es Editor de Contenidos en la Revista Nagari y trabaja como curador de arte independiente para varias instituciones (CCE, MDC, Books and Books). Ha publicado sus poemas, así como algunos ensayos críticos sobre cine, arte y literatura en diferentes revistas y blogs. ( El proyecto Setra, Tumiami, Telaraña, Encuentros, Arte al Día y Nagari).La lírica del crápula y La mujer de Brickell,inédito, sobre la poética que encierra Miami, son sus últimos libros.

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