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Noviembre 2021

LA SILLA SIN RESPALDO. Eva Leticia Brito Benítez

Fotografía de Carlos Abraham Slim, autorizada por su autor para ser publicada en este texto

Tu cuerpo se constela de signos verdes

como el cuerpo del árbol de renuevos.

No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa:

mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.

Octavio Paz (“Escrito con tinta verde”)

Fue el pasado mes de agosto cuando pasé frente al local de don Mariano, el viejo carpintero que conozco desde niña; en la calle exhibía mobiliario que remataba porque la pandemia lo arrastró a la quiebra. Me detuve a mirar las piezas buscando la más económica para comprarla, motivada por la solidaridad y no por el gusto, hacia ese hombre mayor de 70 años que vio truncado trágicamente su oficio. Mientras recorría el escenario mis ojos quedaron atrapados en una vieja y deteriorada silla sin respaldo, entonces noté que quería decirme algo y me senté discretamente junto a ella.

Como restauradora de bienes culturales que soy, y viéndola de cerca, reconocí que estaba elaborada con madera de Guayacán por ese inconfundible color verde esmeralda que se mantenía furtivo bajo su pátina. Esa materia prima americana que tiene fama de ser más dura que el hierro, pero que en ese objeto maltrecho y cojo se mostraba débil y vulnerable. Me narró que fue manufacturada cien años atrás por un viejo artesano que, como suelen ser esas extrañas coincidencias, también se llamaba Mariano. La hizo con tanto esmero que quienes la veían se enamoraban de ella, incluso se rumoraba que seducía con fragancias exóticas a los que se le acercaban demasiado. El cojín rojo del respaldo simulaba un capullo que la hacía parecer una flor; otros alucinaban a una mujer pelirroja ejecutando la Danza de los Siete Velos envuelta en sedas transparentes con destellos aceitunados. Su creador quería quedarse con ella, pero la esposa se puso celosa y lo obligó a venderla. Muchos en el barrio se pelearon por la pieza, pero audazmente la ganó una pareja de jóvenes amantes.

La colocaron en la recámara para complacer las fantasías que revolotearon en sus cabezas desde que vieron esa obra sagrada como el jade. Sobre la silla nunca hubo jerarquías del uno al otro, pues turnaban el arriba y el abajo, el frente y el revés, que culminaba en el rechinido de un osado trío de amor. La misma en la que durante años ella se sentó a leer el periódico todas las mañanas y él arrulló a la luna con poesía. Un objeto que sus hijos convirtieron en asiento de tren, montura de caballo y trampolín para saltar al colchón transformado en piscina, hasta que cambiaron los juegos por una vida propia. La silla que después sirvió a la cansada mujer para reposar, doblegada por sus articulaciones ya vencidas, y hasta donde su querido amablemente le llevaba de comer. Esa misma que ocupó la soledad masculina cuando ella partió, con tal desconsuelo que ni siquiera se percató la noche en que la parca arremetió con su guadaña y sin dolo alguno asesinó al respaldo.

Una historia que por años quedó arrinconada con sus recuerdos, fungiendo como hogar de arañas y alimento de termitas, hasta que fue rescatada como basura por el quebrado carpintero con la esperanza de intercambiarla por unas cuantas monedas. Me conmovió su narración, la compré y me la llevé a casa, en donde su equipaje de polvo me obligó a aventarla cruelmente al suelo, mientras despegaba las telarañas de mis manos. Después la levanté y manipulé bruscamente para observarla desde todos los ángulos posibles, tal como las parteras revisan a los neonatos para diagnosticar su estado. Evocando a los marianos decidí restaurarla con el mismo deseo con el que fue concebida, pero apaciguando la desesperación de su oferta un siglo después.

Durante meses la desarticulé y volví a armar, una y otra vez, hasta lograr el ensamble perfecto para que recobrara el orgullo con la posición erguida. La lijé para eliminar la suciedad de la superficie hasta el punto de mantener intacta la pátina como testimonio de su pasado, pero permitiendo que la gloria se reivindicara a través de su color. La silla me fue guiando para tallar un respaldo similar al original y lo bañé con satín rojo impregnado de entusiasmo. Decidimos darle un toque de nuestra propia invención y lo enmarcamos con un diseño barroco con representaciones de bestias híbridas, cielos, mares y estrellas fugaces. Las cubrimos con hoja de oro verdadero aludiendo a la técnica de restauración japonesa Kintsugi, que no pretende ocultar las fracturas sino destacar la belleza de las cicatrices con ese metal precioso. Al final barnicé la madera por su propio bien. Después de un tiempo que ni siquiera sentí transcurrir, la obra se contempló al espejo y conmovidas, ella por su nueva apariencia y yo por el resultado de mi trabajo, nos abrazamos.

Tomé la silla con respaldo y se la llevé a don Mariano como un regalo para que la vendiera y pudiera ganar algunos pesos más de los que había obtenido conmigo. Vi su rostro impactado por el misterioso brillo que irradiaba esa joya, pero más absorto cuando inmediatamente llegaron clientes para tratar de comprarla, hasta que eso se convirtió en una verbena que parecía subastar la pintura de un artista famoso.

Con nostálgica alegría entendí que era momento de decir adiós, así que eché un último vistazo al mueble. La silla me guiñó con picardía cuando vio mi rostro transfigurado al descubrir sobre ella a dos seres etéreos que rodaban abrazados en campos de esmeraldas, se bañaban en perfumes que sus risas extraían de moras y cerezas, cabalgaban sobre hipocampos desde el fondo del mar hasta perderse entre nubes doradas, venciendo las heridas del tiempo con sus espadas de Guayacán.

© All rights reserved Eva Leticia Brito Benítez

Eva Leticia Brito Benítez es licenciada en Restauración de Bienes Culturales y doctora en Estudios Mesoamericanos. Trabaja como investigadora en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, donde ha publicado libros y artículos sobre patrimonio cultural. Es autora del cuento corto “La Mudanza” publicado en la Revista Sinfín #37, mayo-junio 2021, apoyada por la Revista de la Universidad de México. evalebrito@gmail.com

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