saltar al contenido
  • Miami
  • Barcelona
  • Caracas
  • Habana
  • Buenos Aires
  • Mexico

Noviembre 2021

LA SANGRE Y EL MAR. (Leyendo a Gary Victor). Laura Ruiz Montes

Un cuerpo femenino sangrante, en agonía, y una historia que va corriendo a la par, inauguran la novela La sangre y el mar[1], del escritor haitiano Gary Victor (Puerto Príncipe, 1958). La sangre brota, se derrama, se convierte en hemorragia a consecuencia de un aborto mal realizado pero trasciende el espacio de la agonía física para ser continente de decepciones sociales, desgarramientos y dolores provocados por una historia que atañe tanto al espacio íntimo como al nacional.

La sangre de la protagonista tiene como único testigo a su hermano Estevel, es él quien retira los trapos empapados y con delicadeza limpia los fluidos ya antes conocidos porque había sido el único testigo de la primera menstruación de su hermana. Todo ello los convierte, más allá de la frase trillada, en «hermanos de sangre», entendiendo como tal la presencia compartida de una intimidad de dolor, impureza y tremendismo en ese fluir donde la joven siente que la suya no es más que una extensión de «la sangre pútrida de los escupitajos de su madre» (37), fallecida a causa de la tuberculosis. Hijos son de un mismo cuerpo sangrante que se extiende al cuerpo de la nación.

El nombre de la protagonista: Herodiana, lleva en sí una cercanía etimológica con Herodes (el Grande). La matanzas de los inocentes de aquel, es trasladada a este aborto, a esta sangre en el Caribe negro, a esta matanza bajo leyes y circunstancias diferentes pero que también conforman el panteón de inocencias arrebatadas, ingenuidades asesinadas, nacimientos y fundaciones imposibles.

Por otra parte, si bien Herodiana, vendría a ser —consecuentemente— una habitante del Herodión, palacio/fortaleza construido en lo alto de una colina por Herodes el grande y factible en alguna de sus acepciones posibles de ser traducida como «pequeño paraíso», en cambio, en la novela haitiana esta joven vive con su hermano en un cuartucho alquilado en Paradis (Paradiso), un barrio pobre también situado en lo alto, de muy difícil acceso y llamado de esa manera porque «había que subir hasta el cielo para llegar allí» (46). Mientras aquel Herodión conformó un lugar de descanso, vuelto a excavar (a redescubrir y celebrar una y otra vez) por arqueólogos e historiadores, el espacio caribeño permanece invisible, sepultado, olvidado, amasijo de pestilencias, aglomeración, peligros reales, miseria, sin agua potable, colmado de destrucción y muerte.

La relectura de amantes desgraciados que a lo largo de la historia de la literatura han sido, también parece encontrar en esta obra su reevaluación. La representación dramática de los amores frustrados, una imposible movilidad social, la joven seducida y abandonada, familias que se oponen y clases sociales en juego, se entrecruzan aquí con la historia real de Haití.  La Herodiana caribeña sueña con su príncipe azul que en estas costas antillanas se convierte en un príncipe blanco. Transmutación de colores, cruel en su esencia. La novela rosa se metamorfosea hasta acercarse al drama social haitiano. La joven sucumbe ante la seducción desplegada sin mucho esfuerzo por Iván, rico, de piel clara. Ella lo ama y él la utiliza: es impotente ante las jóvenes de su clase, solo con prostitutas y negras logra el clímax de placer. El origen de la incapacidad de Iván proviene de ciertos hechos ocurridos en su adolescencia cuyo daño alcanza límites insospechados hasta llegar a convertirlo en cómplice de una violación colectiva. No parece haber transcurrido un solo día desde que los dueños de la plantación y la dotación violentaban, con todo su furor y prepotencia, a las negras esclavizadas. Es la manera del narrador haitiano de avisar que la esclavitud y su larga cadena de horrores no es un fenómeno del pasado. Es el modo de poner la lupa sobre sus secuelas en el presente del país.

                                               **

En el intento de búsqueda y conformación de una identidad propia, Herodiana busca completarse en su hermano Estevel, para conjurar su identidad fragmentada. Estamos en presencia de otra relectura de los mitos y leyendas de amantes desgraciados; en este caso desde la monstruosa condena que cultural y socialmente el incesto carga sobre sí. Incesto, por demás, que nunca llega a vías de hecho en esta novela pero que sí es soñado, anhelado y confesado.

El amor de Herodiana por Iván entronca con el amor de Herodiana por su hermano: imposibilidades, horror, triángulo de desesperación y carente de salida, entorpecido aún más por la homosexualidad de Estevel. Negación total y trascendente para el Caribe dolido de cualquier posibilidad de unidad. Los hermanos ya no son un par separado que podría, pese al censurado horror del incesto, completarse y fusionarse, sino que cada quien es un eslabón perdido, incapaz de juntar sus esquinas con el otro. A todo ello se suman pérdidas y muertes posteriores como posible colofón de maldición sobre toda utopía. Pudiera entonces pensarse que toda esta negación simboliza para Haití la imposibilidad de conformar una identidad real.

Sin embargo, Gary Victor ofrece otras posibilidades, definidas por la mezcla de lo posible con su opuesto, el poder del símbolo y la sublimación del dolor a través de la reescritura de la historia, en aras de ir al rescate de la esencia del yo caribeño. En uno de los bordes de ese camino se muestra la defensa de la insularidad, la admisión de que la circunstancia del espacio rodeado de agua por todas partes podría no ser una maldición. En ese anhelo se inscriben hermosas páginas de esta novela, reveladoras de la relación mítica entre Estevel y el mar que lo protege. Agwe, loa del rito rada, protector de los marinos resguarda a Estevel porque los dioses que atravesaron el océano en el camino de Dahomey a Puerto Príncipe, para conformar los espíritus del vudú haitiano se mezclan con los hombres e intervienen en sus vidas.

Muchas representaciones artísticas han mostrado a Agwe como un barco sobre el mar o un navío que flota. Gary Victor lo revela desde los cinco sentidos humanos equiparando la representación del mar y de Agwe con la representación de Estevel. El mar alcanza categoría de un todo. La sensibilidad, la homosexualidad de Estevel es amparada por el mar: «Mi hermano era distinto porque arrastraba tras él los olores y rumores del mar de su pueblo» (66). En este volumen del escritor haitiano, el mar es venganza, caricia, sanación, sensualidad, purificación, amor y odio. A la aparente maldición de nuestras islas cerradas, Gary Victor opone la renovación del mar, la sal sobre las heridas para ayudar a la curación, el camino sobre la mar que une a África con el Caribe y también acerca nuestras islas. Imprescindible es esta articulación en el bien de la nación, que se inscribe en las mismas razones de Édouard Glissant para no considerar la insularidad una prisión.

Toda la novela transcurre como una especie de monólogo interior de la joven que en las primeras páginas agoniza y luego se salva. No solamente en una salvación física sino que, además, encuentra el camino de la escritura como posible senda de (re)construcción y (re)inserción. A lo largo del volumen ya se había visto a Herodiana sumergirse una y otra vez en la lectura. Ante sus ojos desfilan Marie Chauvet, Guy des Cars, René Depestre, Frankétienne y otros, además de no faltar la alusión a Graham Green y Saint-John Perse. Por ello no sorprende cuando Herodiana elige la escritura como develamiento de la realidad, de la existencia del Ser.

La noche en que la protagonista huye de un intento de violación, el joven que la ayuda en la fuga al oír sus planes de denunciar a la policía el hecho, le dice «Hágase invisible» (138). La escritura de Herodiana y esta, su historia —que en mucho se acerca a una especie de novela de formación— son su rebeldía ante ese consejo, son su espacio de libertad, su actitud contestataria, la visibilidad que quiere para su vida, la visibilidad que reclaman y necesitan nuestras mujeres caribeñas.

Las escenas finales de la novela son una profunda y conmovedora respuesta al dolor caribeño y al haitiano en particular. Gary Victor reescribe la historia y en ella un abrazo real, efectivo, sustituye al atroz temblor de tierra. Y ese es quizás otro de los guiños significativos de esta novela: la transposición de la catástrofe y el mal a través del sueño y el arte, artimañas de la creación que aquí consiguen, sin lugar a duda, el efecto anhelado.

[1] La sangre y el mar obtuvo el Premio de Literatura Caribeña en francés o creole, de Casa de las Américas 2012 y vio la luz en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2013, publicada por Fondo Editorial Casa de las Américas. Todas las citas son de esta edición.

© All rights reserved Laura Ruíz Montes

Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.