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Noviembre 2013

LA LECTURA UBICUA. Omar Villasana

EDITAR es hundir la mano en agua negra y encontrar la manera de aclararla.

EDITAR es mirar por un hueco y hacer que otros puedan ver también por él un objeto escondido.

EDITAR  es poder decirle al poderoso que un libro

 dura más que un Imperio. Pero que aun siendo fuerte, el libro es muy frágil al mismo tiempo.

-Alberto Ruy Sánchez (La página posible)

El libro ha muerto, la biblioteca ha muerto, la web ha muerto, el blog ha muerto, desde que las ideas encarnaron los sonidos que formaron las palabras pronunciadas por el hombre, la idea de muerte va asociada con un temor mayor: el olvido.

Por ello nada nos conmueve con mayor fuerza que ver la palabra muerte junto a medios que no dejan de ser recursos mnemotécnicos.

Se dice que hoy día las nuevas tecnologías nos ofrecen un mundo multimedia, pero ¿no fue siempre así? ¿No son recursos multimedia, dándonos una licencia respecto a la definición de este término y expandiéndolo a todo aquello que sature nuestros sentidos, los cantos gregorianos, las pinturas rupestres, los ideogramas chinos, las primeras películas mudas? Todas ellas buscando engañar al olvido.

Sucede que ahora tenemos el encanto de poseer todos estos recursos al alcance de nuestras manos, con un chasquido de dedos al presionar un botón de mouse o del teclado.

Pero el acceder a la información de esta manera nos advierten los puristas es fragmentar la información, sumirnos en un caos, en la anarquía, en la incoherencia.

La lectura en medios impresos, se insiste, requiere un ejercicio que nos aleja de las distracciones mundanas, como si este medio nos impidiera cerrarlo y pasar a otra cosa, donde no existe el separador que puede jugarnos la broma de señalar otra página omitiendo datos importantes o bien jugar a las escondidas y tener que releer lo que ya habíamos explorado.

En nuestro afán por darle coherencia al mundo olvidamos que nuestra existencia es fragmentada, que no existe una secuencia controlada del devenir y aún los textos biográficos, autobiográficos o históricos tienen que recurrir a fragmentos que serán editados.

En el artículo del New York Times  “Why Writers Belong Behind Bars” Tony Perrottet nos dice que los grandes escritores requirieron de las prisiones para poder consumar sus obras, autores tales como Marco Polo, el Marqués de Sade, por ejemplo. De otra forma las distracciones que el mundo les ofrecía no les hubiese permitido conservar sus experiencias en los textos que ahora disfrutamos. Pero obviamos un dato importante, esas mismas distracciones fueron germen de su obra memorable.

El medio es el mensaje diría Marshall McLuhan, pero un medio sin contenido no deja de ser mas que un artilugio. El empleo de símbolos, sonidos, imágenes en movimiento o vínculos que nos permitan brincar de una lectura a otra no deben tener por afán la distracción sino el reforzamiento de ideas que están abiertas a la discusión.

Los dispositivos móviles nos permiten el acceso a la lectura en cualquier instante, pero sí es necesaria una lectura ritual, un espacio, un tiempo para que la misma sea alimento que nutra y no simple consumo.

No pienso caer en el lugar común de que la nueva tecnología nos abre horizontes inexplorados, toda escritura (o testimonio humano) que se precie de serlo abre nuevos horizontes.

Porque si no buscamos que la lectura-escritura devenga en conversación nuestro destino será el solipsismo narcisista o el eco que se pierde hundiéndonos en el olvido.

Texto leído en el Panel Revistas Digitales de Miami que se celebró en la Miami Book Fair International. Noviembre 2013

Foto bio Omar VillasanaOmar Villasana. México (1972)

twitter @arboldetuolvido

Blog de Omar Villasana

 

Excelente texto. Excelentes y oportunos son también el título y la cita. En efecto, aunque en realidad no tenemos que asumir culpa alguna por ello, nos dejamos tocar por la paranoia de nuestra propia brevedad. Pareciera que nos agobia esa sensación de “carpe díem” que de pronto amenaza nuestra madurez. Cuando jóvenes, huíamos de los libros, odiábamos la testarudez de padres y maestros en hacernos leer aquellos gruesos armamentos de páginas impresas. Los libros cargaban información, historias, reflexiones, datos y pretensiones que, al fin y al cabo se quedan cuando nosotros desaparecemos y hasta la memoria misma pierde su obligatoriedad. La biblioteca universal de Borges, su insistencia en experimentar el “aleph” apoyado en lecturas, nacen quizás de ese miedo a perder lo que se nos va, cuando en realidad somos nosotros, con todo nuestro entendimiento y dudas sin resolver, los que viajamos. Dichosos son los que pueden alcanzar una edad avanzada; privilegiados los que pueden todavía conservar un poco de lógica y darse cuenta, casi al final del viaje, que apenas necesitamos una miga de pan y una taza de leche para realizarnos. Son un poco afortunados los que logren ver que quizás no hay mejor ejemplo de obicuidad que la muerte misma, que lo demás es puro artilugio inventado en el camino.

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