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Febrero 2017

Grietas. María Burgos Carradero

            El miedo es algo poderoso fue lo que pensé mientras cerraba la maleta. La emoción y adrenalina que había sentido al salir de la casa ya se habían esfumado. Ahora en el terminal de autobuses tuve que escarbar por diez minutos en mi maleta para poder conseguir el dinero que necesitaba.

Necesitaba escapar, pero debí organizarme mejor. Luego de tres semanas con médicos e ingenieros intentando arreglar la grieta que se formó en la patita de mi compás de dibujo, me mandaron a casa y me recomendaron poner el compás en una caja de cristal.

Entiendo las preocupaciones de mis padres, pero yo no tengo la capacidad de aceptar resignarme a vivir tan resguardada, tan ansiosa, tan asustada. Nunca le he tenido miedo a las lágrimas que derramaré y no pretendo agarrar esa actitud a estas alturas de mi vida. Por eso me fui.

Pero ahora, con un viaje de diecinueve horas en mi agenda, el miedo no me dejaba respirar.

A mis padres se les hizo fácil, ambos nacieron con reglas métricas de plata preciosas. El alma de mi hermano es un lápiz de carbón. Pero yo nací con este compás de porcelana con su bloque puntiagudo de carbón para dibujar los círculos más completos e infinitos que alguien pueda dibujar. Obviamente todos asumieron que sería tan arquitecta como ellos. Obviamente.

Observando la salida y entrada de buses a mi alrededor no pude evitar fijarme en las almas de los que me rodeaban. Debajo de una banca se encontraba acostado un hombre agarrando con ambas manos una hermosa vela de cera lila. Parecía que acababa de ser prendida, pero con el rostro contra el suelo, el hombre no paraba de temblar por el frío. Al lado mío, una joven con un patrón de líneas tatuadas en todo su cuerpo, cargaba con un potecito lleno de tinta tan oscura como los cuervos.

Tanto observar me hizo querer sacar mi compás y volver a trazar la grieta que ahora decoraba mi alma.

Dos horas más tarde, el autobús se estacionó y abrió sus puertas para sus pasajeros. La tatuada se levantó tras de mí y me siguió hasta que se volvió a sentar a mi lado dentro del bus.

Deberías rellenar esa grieta con oro me dijo. ¿Cómo pasó?

Y juro que no quería parecer ni grosera ni tímida, pero pensar en el proceso de empezar a introducirle lo que había ocurrido me parecía muy drenante. Mi compás ya estaba lo suficientemente agrietado.

Por eso me puse los audífonos. Por eso subí el volumen al máximo que me permitía. Por eso, luego de ocho horas de dolor inexplicable de espalda y cuello por intentar dormir en el bus, me quedé con un celular sin carga.

Eso me llevó a bajarme en la primera parada del viaje para intentar conseguir cualquier receptáculo disponible. Luego de quince minutos recostada en la pared que albergaba el receptáculo de donde estaba conectado mi celular, el autobús daba señales de que se iría pronto y en ese momento me di cuenta que el receptáculo no funcionaba.

Resignada me monté en el bus segura que mis padres iban a volverse locos de la preocupación cuando intentaran contactarme. Pero siempre he pensado que lo de locos nos queda mejor que lo de sanos.

Con el pecho apretado y un dolor de cabeza insoportable, me volví a sentar en el asiento del bus. A los pocos minutos La Tatuada se sienta a mi lado y no puedo evitar notar que hay algo muy diferente con ella, pero no puedo identificar qué. Mi mirada debió ser lo suficientemente preocupante como para que ella, quien no me había vuelto a dirigir la palabra en todo el viaje, me preguntará ¿Todo bien? Con genuina preocupación.

Y luego de cinco segundos tarados, descubrí qué me llamaba la atención de mi compañera. Tus tatuajes cambiaron de color le dije.

De un negro cuervo ahora se veían azul noche.

Ah, sí. me dijo sin más.

Lo intenté y luego de notar su mirada con diferentes tonos de confusión le dije rellenar la grieta. Los ingenieros y médicos lo intentaron con todo tipo de material, pero no se adhiere. No entienden por qué, pero no importa ni el estado físico en el que intentan rellenar la grieta ni el material, todo se desprende y no se adhiere.

            ¿Qué haces aquí? me preguntó y en respuesta subí mis hombros y negué con mi cabeza. Honestamente no sabía. Lo único que sabía era que tenía que moverme, irme, huir, antes que todos los miedos y ansiedades se apoderaran de mí.

Creo que te podría ayudar dijo ella pero todo depende de lo que quieras hacer.

            ¿Hacer de qué? Le pregunté con genuina curiosidad. Era improbable que esta chica me pudiera ayudar realmente, pero esta curioso escucharla a ella.

La razón por la que andas aquí. Tal vez no sepas, pero hay una razón. Piensa.

 

No supe que contestarle por diez minutos ni por treinta ni por lo que quedaba de hora. Lo que si pude hacer fue cuestionarme todo en la vida. ¿Qué necesidad tenía de escapar? ¿Irme me ayudaría? ¿Qué estoy haciendo? ¿Ha dónde voy? ¿Qué quiero hacer? ¿Cuál es mi plan? Hice lo que quería, huir, ya podría volver ¿verdad?

Me voy a bajar le dije Necesito detenerme, no puedo pensar.

            Me parece bien, hay veces que uno debe detenerse ¿Te molesta que te acompañe? Creo que necesito lo mismo, pero no me atrevía a bajarme y buscar alojamiento sola. Me dijo y por rara que me pareciera la proposición asentí.

 

Nos quedamos sentadas en las bancas de la estación en donde estuvimos por cuatro horas y veintitrés minutos.

Lo primero que hice fue pedirle el teléfono a la Tatuada. La idea de llamar a mi casa me aterraba. Esperar a que contestaran fueron los minutos más largos de mi vida y cuando mami me contestó el estómago se me vino a los pies. Pero luego de que me identifiqué todo lo que ocurrió fue mucho menos aterrador de lo que pensaba. En sí, fui mucho más valiente de lo que pensé que podía ser. Sí, hubo reclamos, regaños y tirantez, pero luego hasta me preguntaron a donde quería ir, si tenía lo que necesitaba y que tuviera precaución. Tanto miedo que sentí sin necesidad.

Luego pensé. Pensé en silencio. Pensé en voz alta. Pensé, pensé y pensé. Y casi a las dos horas de estar allí, en esa banca, me acordé de la Tatuada. No pude evitar reírme a carcajadas. Mi peculiar compañera en esta odisea llevaba hablando conmigo desde que nos bajamos del autobús.

¿Qué te gustaría hacer, nos quedamos en algún sitio barato de por aquí o tomamos el autobús? Le pregunté

¿Ya sabes la razón? ¿Por qué andabas en ese autobús?

            No sé. Quería pensar. Quería alejarme y tomar una decisión diferente a las que tomo diariamente, sin nada ni nadie a quien explicarle o justificarle mi por qué le contesté.

            Ella asintió y ambas concluimos que debíamos dormir esa noche en una cama.  

 

En la mañana, con todo guardado y a punto de irnos a desayunar para tomar el primer bus que saliera, saqué mi compás. La Tatuada me pidió que le dibujara globos terráqueos desde la perspectiva europea, americana y asiática. Eso hice. Mientras giraba mi compás, no pude evitar observar mi grieta y darme cuenta de lo hermosa que era. Ya no había vuelta atrás y honestamente, mi compás con su cicatriz me gustaba más.

¿Cómo ocurrió? Me pregunto la Tatuada

Me destrozaron el corazón. Le dije. Fue la explicación más sencilla que se me ocurrió.

¿Te acuerdas que te dije que te podía ayudar? Y mientras yo asentía, ella abrió una mochila que había escondido bajo la cama y sacó una libreta pequeña.

Si no te molesta tomar el bus más tarde, te tengo una posible solución. Escéptica, escuche su plan. ¿Te apuntas? Me preguntó y asentí, porque para ser honesta, no había razón alguna por la cual volverse a montar en el bus. Sabía que debía seguir el camino, pero el detenerme me ha venido bien hasta ahora, y la prisa no le viene bien a nadie.

 

Caminamos cuarenta y cinco minutos hasta que llegamos al barrio asiático del pueblito. Me pareció precioso. La calle y sus edificios parecían ser sacados de una tienda de antigüedades de la realeza asiática. Mientras me entretenía con una obra de marionetas que se celebraba en la acera, la Tatuada entró a una tienda en donde parecía que hacían tatuajes.

La obra mostraba la historia de dos jóvenes que se enamoraban a destiempo. Ella de él mientras él de otro. Ella de otra mientras él de ella. Hubo un momento en el que ella tuvo dos amantes varones y los tres se amaron con locura. Y así transcurrieron sus vidas hasta que cayeron en tiempo y se amaron. Al final mueren. Lloré.

Cuando terminó la obra, la Tatuada me tomó del brazo y me llevó hacia una tienda que reparaba vajillas.

Quien trabaja aquí me ayudó muchísimo la primera vez que mis tatuajes cambiaron de color. Se podría decir que es un experto en almas.

            ¿Qué es su alma? Le pregunté

Ha sido muchas cosas. Nació siendo un cubo de hielo, pero ese hombre ha sufrido y gozado todos los estados físicos que el agua toma. Aún así, el viejo dice que su estado favorito es ese, el de hielo. Y por mucho tiempo me quede maravillada. Son pocos los que tienen almas de manifestaciones de los elementos en su estado puro.

 

La Tatuada tenía llave para la tienda, y en menos de cinco minutos ya habíamos entrado, cerrado tras nosotras y empezábamos a subir las escaleras para llegar a las habitaciones del lugar. Tocamos la puerta y una señora nos abrió. Ella y ese hogar no eran para nada lo que me imaginaba. La casa estaba decorada con ornamentos que parecían de gitanos, los colores de las paredes y los sillones eran amarillos, naranjas y rojos, y ella era una latina bajita que cocinaba al ritmo de un merengue movido. Para nada lo que me imaginaba.

¿Qué tienes ahí Rosa? Mira que nosotras venimos con hambre de la buena. Le dijo la Tatuada.

Así me gusta, mi vida. Aquí tengo un arroz con pollo, habichuelas con patitas blandas y tostones de pana. Pasen a la oficina de Chao en lo que termino aquí.

 

Entrar a la oficina de Chao era como entrar a otro país luego de pasar por la casa. Las paredes y el piso eran de madera negra, el escritorio de cristal y la decoración era una serie de vasijas que habían estado rotas en algún momento, pero ahora se unían con oro. Eran hermosas.

 

¿Qué te trae por aquí? le preguntó Chao a mi compañera.

Esta es mi amiga. Enséñale me ordenó a mí.

Saqué mi compás y, desde mi mano, dejé que examinara mi alma.

Ella me dice que han intentado hasta oro para rellenar esa grieta, pero ni eso ha funcionado.

Él se mantuvo callado por varios minutos hasta que levantó su mirada hasta mí.

¿Cómo se agrietó? Me preguntó

 

Consideré volver a contestar con un simple “me destrozaron el corazón”, pero sin entender muy bien como el universo y sus planes funcionan, no pude evitar decirle todo.

 

Me enamoré de un hombre gay. Él también se enamoró de mí, pero luego de un tiempo, el amor no fue suficiente. Lo amo, pero eso no fue suficiente para que funcionará

solté.

 

Él asintió y dijo, lo que pensé.

Para ser honesta, jamás pensé que me iba a reír tanto por esa reacción. He estado todo este tiempo guardándome toda la travesía de mi enamoramiento en silencio. Cuando lo dije, pensé que me iban a juzgar. ¿Qué mujer se enamora de un hombre gay?

La carcajada fue tanta que hasta me oriné un poco; hasta lloré un poco.

¿Querías que se terminará? Me preguntó y en ese momento fue la primera vez que honestamente dije que sí.

El amor no era suficiente para ninguno de los dos. Tanto él como yo queríamos más. Tanto él como yo nos merecíamos más.

¿Cuándo te diste cuenta que querías que terminará? Me preguntó

Ahora mismo le contesté

Pues intentemos esto, le derramaré una mezcla de oro, plata y cobre liquido encima a la grieta, esperemos a que seque y veamos qué ocurre.

           

            Cenamos lo de Rosa y escuchamos la historia de cómo ellos se conocieron. Él le tenía terror a que su alma se derritiera y el alma de ella era sal. Almas gemelas.

 

Cuando regresamos al estudio y revisamos el compás, pensamos que no había resultado. La mezcla seca se desprendió del compás y cayó al suelo cuando comprobamos si había servido. Yo les agradecí sus servicios, y la Tatuada y yo recogimos nuestras cosas para irnos. Justo antes de salir, cuando volví a revisar el compás antes de ponérmelo en el bolsillo de mi camisa, lo noté. Había una capa extra fina de la mezcla en el fondo de la grieta.

 

Luego de los saltos, gritos y carcajadas, luego de despedirnos oficialmente con lágrimas y sonrisas en nuestros rostros, Chao me dijo

 

Las grietas o cicatrices en almas son una cosa fascinante. Mientras vallas sanando la herida que causó la grieta, podrás rellenar el vacío con cualquier material precioso que creas justo. Espero que puedas llenar esa grieta, mija.

 

© All rights reserved María María Burgos Carradero

María María Burgos Carradero. (Humacao) Cursa un doble bachiller en Biología y Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, y dos de sus mayores pasiones son bailar salsa y tomar café.

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