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Agosto 2015

ENTRE LOS ÉXODOS Y LOS EXILIOS DE ALENCART. Ana Cecilia Blum

LOS EXODOS LOS EXILIOSAlfredo Pérez Alencart, poeta  del Amazonas y del Tormes, en su trayecto hace un alto, el descanso merecido en la posada del pensamiento, y con una voz tan profunda como la extrañeza, tan  robusta como el recuerdo, con ese tono y ese ritmo de auténtico rapsoda pone su mano, su cuerpo, su vida entera y nos ofrece Los Éxodos, Los Exilios, un poemario de tránsitos universales y atemporales, donde se evidencian las memorias del desplazamiento, la complejidad emocional del destierro, la conmoción del desarraigo, la semblanza de sus ancestros; y al hacer esta ofrenda Alfredo nos mira largamente, intensamente, sin parpadear, sin reticencias, justo como lo hace el fuego y de sus ojos de vate peregrino salpica la tinta, los versos se hacen y dan forma substancial a este enlace poético entre su vida y la nuestra.

Octavio Paz  en su libro de ensayos La otra voz  escribió que “los hombres se reconocen en las obras de arte porque estas les ofrecen imágenes de su escondida totalidad”. Aquí en Los Éxodos, Los Exilios ha de reconocerse el lector tanto como se ha reconocido el autor, y desde esta exploración ha de trajinar su propia extranjería, en la universalidad de estos versos que registran las odiseas de una extracción espiritual y física, experimentando un torrente de emociones correspondientes al cosmos migratorio que la poesía logra captar tan sabiamente desde su intimismo.

En las composiciones de este libro el lector no ha de encontrar solamente la evocación de la partida, la gestación de la migrancia, el sobrecogimiento ante la dispersión de los pueblos, sino que aquí el fenómeno del trastierro se plantea también como una realidad cotidiana y colectiva en continua resonancia, afectando perpetuamente al ser humano, algo de lo cual el poeta da magistral testimonio en estos poderosos versos que a continuación se citan:

“El mundo te torna extranjero adonde vayas,

te extirpa de su ombligo,

te refresca sus episodios extraviados

y hasta la raíz

enmudece tu cuerpo
ovillándote en su furia…”.

En la conmovedora y genuina poesía de Alencart habrá de entenderse que el mundo convierte al individuo en un foráneo, obligado a existir  habitualmente entre éxodos y exilios palpables e intangibles: ¿Acaso al amanecer no se es expulsado de la noche?; o ¿hacia el atardecer no se es despedido del día?; y ¿el partir diario de la morada no constituye un abandono forzado del techo protector?… Todo esto encajaría aún más y con mayor pertinencia cuando apuntamos al quehacer del escritor, del poeta en este caso; que fiel a la práctica solitaria de su oficio le es imprescindible ejercer una ruptura, aquel acto de recogimiento que hace del creador un forastero ante la necesidad de exiliarse del mundo, y adentrarse en sus personales y recónditas elucubraciones para replegarse en sí mismo, como dice aquel verso de Unamuno: “me destierro a la memoria / voy a vivir del recuerdo”.

Este rumbo a tomar tiene sus satisfacciones pero también  sus tormentos, ya que cuando el poeta escapa de sus alrededores se adentra en un sendero que a ratos padece de los terribles escalofríos que impone el destino de la soledad, y esto se percibe tan profundamente desde el entorno gélido procurado por las ausencias. En su famoso ensayo “Reflexiones sobre el exilio”, el crítico y teórico literario palestino-estadounidense Edward Said escribe: “el exilio es ‘una mente de invierno’, donde el pathos del verano y el otoño, tanto como el potencial de la primavera están cerca pero inalcanzables”.  Esta poderosa metáfora estacional es también utilizada por el hablante de Alencart para transcribir la aflicción causada por  la calma que se torna escurridiza cuando los hielos del abandono queman en cada oscilación del péndulo, a continuación los puntuales versos a los cuales se hace referencia:

“Sólo conozco tu soledad, extranjero.

Tu soledad y tu migrancia

viajando hasta mi corazón, asidos al sentido

de las cosas,

ovillándose en la noche, temblando

en el invierno que no se aquieta

ni un instante…”.

De hecho es presentado este estado de confinamiento como un invierno que busca su estación estival pero que no lo logra, porque su condición de foráneo quizás es una condición innata que ha sido predestinada desde el brutal destierro de la matriz primigenia, al instante mismo del nacimiento, como si desde el origen el ser humano ya estuviese condenado a todos los destierros posibles. Aquí unos versos del poeta que muy bien podrían ajustarse a esto: “ya no hay cómo apretarse a la tierra primera / ni cómo regresar a fondo / deslizándose por la pupila-tobogán / que a medias dinamita vetustos calendarios…”.

La filósofa búlgara-francesa Julia Kristeva en su libro Strangers to ourselves escribió: “El extraño está en mí, por lo que todos somos extranjeros. Si yo soy extranjero, no existen los extranjeros”. Debería entonces entenderse bajo esta particular lógica que aquel destino no es una fatalidad, no es el sino inescrutablemente cíclico y feroz, sino que gracias al mismo la identidad y la otredad tienen la extraordinaria oportunidad de acortar su distancia, porque esta condición que parece una condena prueba ser una liberación, y en este punto se piensa en las palabras del poeta y pensador Thomas Merton que señalan: “uno debe ser un extranjero en todas partes, para contribuir a que el mundo sea uno, y quede liberado de su obsesión con las pequeñas definiciones y las fronteras limitadas…”. Por lo tanto, esta extranjería innata podría ser un camino hacia la compasión y el encuentro humanitario, ya que al entendernos todos como extranjeros los conceptos nocivos de subclases, frontera, identidad, patriotismo y nacionalismo desaparecerían, y quizás los seres humanos -sin banderas, sin escudos y sin pasaportes- nos podríamos mirar  más unitariamente, más equitativamente, más solidariamente. La voz poética encuentra en esta idea un balance y lo dice así:

“Desnudos de la luz conocida,

tratamos de reponernos, de enjuagar

el lagrimeo, de confundirnos

en un vasto silencio.

¡Tal vez mañana una paloma

termine su vuelo a nuestro lado

y deje caer una señal,

una simple hojita! …

Los días nos van robando raíces,

tratando de engullir lugares revelados

bajo el soplo benéfico del primer lenguaje.

Pero hay sahumerios secretos, como escudos simbólicos

despertando la realidad y el deseo.

Sólo entonces la serenidad se cuela

en nuestro tránsito…”

Alcanzar este estadio es un reverdecer del espíritu y en un solo verso Alencart lo revela cuando expone decisivo: “Se puede renacer desde el éxodo”, y este tremendo entendimiento trae a colación una frase de Edmond Jabes poeta judío nacido en Egipto y desterrado a Francia que dice: “Tal vez eran necesarios el éxodo, el exilio, para que la palabra cortada de toda palabra  -y confrontada así al silencio-  adquiriese su verdadera dimensión”. Desde esta dimensión escritural acontece un hallazgo  y ese hallazgo es el lenguaje como única heredad, que no se pierde ni con éxodos ni con exilios, porque se vivirá en otra tierra, otra geografía, se vivirá cada día en la constante vorágine de las mutaciones pero a la palabra que se lleva en el cerebro nada la reemplaza, nadie la estirpa,  y así el hablante lírico lo proclama:

“Estalla la tormenta sobre el verde valle

y me reconcilio con árboles y peñascos

que tienen algo de esencial en mi vida.

Mientras, un trozo de aire vuelca viejos

vocablos dentro de estos oídos míos

que escuchan el resurgir de un lenguaje

escondido en la hondura de la sangre…”

Y desde esa hondura finalmente se logra abrazar  la extrañeza, porque se ha sobrevivido a las perennes mudanzas físicas y espirituales; porque -hay que apuntarlo- no sobrevive el que se adapta más fácilmente a su medio sino el que entiende que ese medio no es suyo, que nada es suyo, nada le pertenece, que se es solamente el andante y el globo terráqueo una inmensa posada, y que entre todo desamparo, desde adentro nace un rumbo propio, rumbo intrínseco, enlazándose, aclimatándose a las aguas del río, el poeta lo sabe y lo reafirma:

“Lo tuyo es aprender

a no morir nunca,

a olfatear orfandades inmensas,

a picotear en los instantes mudables del planeta”.

© All rights reserved Ana Cecilia Blum

anace-1Ana Cecilia Blum, 1972. Poeta y ensayista ecuatoriana. Sobreviviente de Poliomielitis. Grado y Posgrado en Ciencias Sociales y Literatura, respectivamente. Es causante de los poemarios: Descanso sobre mi sombra; Donde duerme el sueño; La que se fue; La voz habitada (co-autora); Libre de espanto; Todos los éxodos (antología personal); y Áncoras. Así también del libro de ficción breve Absurdities; y co-antóloga del libro de poesía escrita por mujeres ecuatorianas Poetas de la Mitad del Mundo. Ha sido invitada a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos dentro del marco del encuentro literario La Pluma y la Palabra en Washington D.C.; ha participado en varios festivales literarios en América y Europa, entre ellos el Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca, y la Feria del Libro de Miami. Actualmente ejerce la enseñanza del idioma español como lengua extranjera; es editora de la Gaceta Literaria Metaforología; y colabora con varias publicaciones digitales.

Hermosos poemas, todos de una sutileza profunda.
Me ha encantado este artículo y la temática abordada por Alencart. Gracias por atender a los que tienen que dejar sus lugares de origen.
[…] http://nagarimagazine.com/entre-los-exodos-y-los-exilios-de-alencart-ana-cecilia-blum/ […]
Interesante ensayo que invita a conocer esta obra sobre el exilio y el éxodo que acompañan al ser humano desde el principio de los tiempos. Leeré al poeta Pérez Alencart

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